ABC - Mujer Hoy

Tellevasel­sol demicasa

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brazo de su padre, un humilde y honrado albañil, cedió al chantaje y recorrió el pasillo de la iglesia vestida de blanco virginal para encontrars­e con el hombre que, ante el sacerdote, prometió cuidarla y respetarla, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte les separase.

El mismo día de la boda, se trasladaro­n a vivir a la casa de los padres de él. Según se comentaba por el barrio, eran gente de posibles, pero nada más llegar doña Encarna, la madre de José, despidió a la criada que hacía las tareas del hogar. Total, ahora ya tenía alguien que trabajase para ella, y gratis. Aun así, obligaron a Ana a llamarles papá y mamá.

–Porque vamos a ser para ti como unos padres –le explicó su suegra. a verdad es que los primeros tres meses no fueron tan malos, que es diferente de ser buenos. Todo cambió aquel día en que Ana volvía de casa de sus auténticos padres, de recoger las sábanas blancas que había dejado a secar allí porque en la de sus suegros no había espacio. Al entrar, fue al garaje a decirle a José que ya estaba de vuelta y este, sin mediar palabra, se giró hacia ella y le cruzó la cara. Aquella bofetada la golpeó física y psicológic­amente… Fue una de esas bofetadas que resuenan en el espacio y el tiempo y que lo cambian todo para siempre. El padre de José, que estaba en el exterior de la casa, acudió a los gritos de su nuera.

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