Sin mediarpalabra, le cruzó la cara. Fue una de esas bofetadas que lo cambian todo para siempre.
que ser llevado en carreta porque nadie quería cargarla al hombro.
Desgraciadamente, el suegro de Ana obedeció a su esposa. A partir de ese día, José aprovechaba impunemente cualquier excusa para cogerla del pelo y golpearla contra las paredes de la casa. O para patearla en el suelo mientras le repetía que ella no valía para nada, que era una analfabeta, un bulto… La mayoría de las veces, José la golpeaba cuando llegaba borracho de la taberna. Pero no siempre. También lo hacía sereno. Día tras día, los golpes fueron acumulándose en el cuerpo de Ana. Solo se veían algunos; el resto se iban depositando en su memoria de forma incansable.
–¿Qué te ha pasado, hija? –le preguntó su madre una vez que vio entrar a Ana, en la tienda que regentaba, con el ojo amoratado. | 57