ABC - Mujer Hoy

Durante 40 minutos, Ana relató suvida con una templanza, unaclarida­dyuna sencillezq­ueasustaba.

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ella y sus hijos, porque el juez dictaminó que Ana y su maltratado­r podían continuar compartien­do la casa en la que vivían. José abajo y Ana arriba. Como si al zorro se le pudiera controlar dejándolo vivir al lado de la granja.

–¿Para qué te vas a ir? Si él es bueno… si no se va a meter –aseguró el juez de paz. Y ella, bondadosa, se apiadó de su torturador y aceptó.

Como casi siempre antes, y muchas veces después, la justicia se equivocó. Ana continuó recibiendo palizas de su ya exmarido. Cada vez que llegaba a casa, él encontraba cualquier excusa para volver a golpearla. Ni siquiera las denuncias ponían freno a esa situación. Puede que por eso, como último recurso, ella decidiese hacer público su calvario yendo a aquel programa de televisión.

–Ana ha estado casada durante 40 años. Durante todo ese tiempo, ha vivido un auténtico infierno por culpa de su marido que la ha maltratado, que la ha humillado y que ha echado incluso a sus propios hijos de casa –la introdujo la presentado­ra, mirando a cámara para luego dirigirse a ella–. Ana, te casaste con 19 años…

–Sí… Me casé con 19 años y estuve tres meses de ennoviados… –comenzó a decir.

Nadie sabe si su intención era contar todo lo que contó en antena o si, al estar allí, se sintió cómoda y decidió vaciar tanto dolor acumulado. Sea como fuera, a partir de ese instante y durante casi 40 minutos, Ana relató su vida con una templanza, una claridad y una sencillez que asustaba. Porque todos los que la vimos éramos consciente­s de que lo que estaba narrando era el reflejo de las vidas de decenas de miles de mujeres en nuestro país. En el plató, su hija pequeña, Raquel, miraba a su madre como quien mira a un campeón del mundo que juega su gran y victoriosa final. Cada golpe de José se convertía en un relato de una mujer en la que, sorprenden­temente, no se atisbaba odio ni rencor.

Quince días después de la presencia de Ana en televisión, el 17 de diciembre de 1997, José fue a ver al juez de paz que había mediado en todos sus conflictos conyugales. Este le comunicó que había sido condenado a pagar una multa de 5.000 pesetas por una falta cometida contra su exmujer. Lo notó nervioso, enervado por lo que ella había contado en antena.

–José, no vayas a hacer una tontería –le advirtió el juez

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