¿Qué estamos haciendo contra el CÁNCER?
El día 19 se celebra el día de la lucha contra el cáncer de mama una enfermedad que sufrirá una de cada ocho españolas. ¿Qué está haciendo la ciencia por ellas? ¿Podemos prevenirlo?
Incluso si tienes la misma mutación genética que heredó Angelina Jolie (la del gen BRCA1, que afecta al 1% de las mujeres y supone un 72% más de probabilidades de desarrollar un cáncer de mama), se puede hacer algo para prevenir esta enfermedad: someterse a una doble mastectomía antes de que el tumor aparezca, como hizo la actriz en 2013. Los nuevos estudios han comprobado que quienes se operan reducen claramente las probabilidades de desarrollar un tumor mamario e, incluso, de morir como consecuencia del mismo. Para demostración, ahí está la propia Angelina.
En 2018, la cifra de mujeres afectadas por cáncer de mama ascendió a 32.825, según datos de la Asociación Es- pañola contra el Cáncer. Una cifra alejada de los 25.215 casos nuevos que hubo en 2012. Por ello no es extraño que la idea de tener cáncer de mama nos cause miedo y que nos asustemos al ver cómo están aumentando los casos. “Antes oías que alguna conocida tenía cáncer de mama; ahora ves que lo tienen tus amigas, tus familiares, tus vecinas, tus compañeras de trabajo. “¿Cuándo me tocará a mí?”, piensas, y te preguntas qué puede estar provocando esa situación”, nos comenta Yolanda C., valenciana de 32 años, en un correo electrónico. Sus temores los comparten millones de mujeres.
“Es cierto que la incidencia del cáncer de mama aumenta cada año y, de hecho, se calcula que una de cada ocho mujeres desarrollará la enfermedad a lo largo de la vida”, explica Manel Esteller, director del Programa de Epigenética y Biología del Cáncer del IDIBELL y catedrático de Genética de la Universidad de Barcelona. Frente a eso, la mortalidad en cáncer de mama no para de bajar. Si antes morían el 80% de las pacientes, hoy lo hace un 25%. ¿Por qué? “Porque conocemos mejor los mecanismos (genéticos, moleculares y hormonales) implicados en el desarrollo de los tumores y porque, en consecuencia, los tratamientos son cada vez más personalizados y eficaces”, asegura Esteller.
Lo cierto es que la era del tratamiento único ha quedado atrás. Cada mujer tiene su propio cáncer de mama y lo que funciona para una puede no hacerlo en otra. “Ahora los oncólogos utilizamos información genética y muchos otros datos para clasificar el cáncer de mama que tiene cada mujer –explica la dra. Laura García Estévez, directora de la Sección de Tumores de Mama en el MD Anderson Cancer Center de Madrid–. Podemos analizar tejido tumoral obtenido por biopsia y ver qué tratamientos serían los más eficaces en ese caso”. Los que mejor pronóstico tienen estadísticamente son los tumores de mama hormonodependientes (entre el 70 y el 80% de los casos), es decir los que poseen receptores de estró-
En 2018 se registaron 32.825 nuevos casos, 7.000 más que en 2012.
geno y/o progesterona. Y si tienen mejor pronóstico es porque actualmente se dispone de tratamientos como el tamoxifeno o los inhibidores de la aromatasa, capaces de bloquear la acción de las hormonas implicadas en su crecimiento.
En otros casos, como el de los tumores HER2 positivos, la aparición de fármacos dirigidos a la proteína HER 2 han logrado que ese tumor que tenía mal pronóstico posea ahora buenas tasas de curación. “Dicho eso, cuanto antes se diagnostique y se trate el tumor, mayores serán las probabilidades de curación. Por eso son tan importantes las mamografías y otras técnicas de diagnóstico precoz”, concluye la dra. Laura García Estévez.
Los avances no cesan. Por ejemplo, el estudio TAILORx ha comprobado que la mayoría de las mujeres con tumores luminales (con receptores de estrógenos y, a veces, de progesterona) pueden prescindir de la quimioterapia. Un auténtico hito, porque permite al 70% de las pacientes evitar sus efectos secundarios.
Controlando las hormonas Aún así la pregunta sigue siendo por qué dos pacientes con el mismo tumor responden de forma diferente al mismo tratamiento. “La respuesta inmunitaria de cada paciente, su perfil genético, el estadío del tumor, la densidad de las mamas y su mayor o menor exposición a ciertos factores de riesgo introducen variables que influyen en la respuesta al tratamiento”, explica la dra. García Estévez.
Aunque los factores que incrementan el riesgo del cáncer de mama no se conocen bien del todo (el más claro es el aumento de la esperanza de vida, ya que la mayoría se dan en mayores de 60 años), sí se sabe que una exposición prolongada a las hormonas estrógeno y progesterona aumenta las probabilidades de sufrirlo. Dicho de otra forma: cuantas más menstruaciones tenga una mujer a lo largo de su vida, mayor será su exposición a esas hormonas y mayor el riesgo.
“Tener la primera regla antes de los 12 años o la menopausia a edades tardías aumenta las probabilidades. Lo mismo ocurre en mujeres que tuvieron su primer hijo después de los 30 años o las que nunca han tenido un embarazo. Por la misma razón, la terapia hormonal sustitutoria (para paliar los síntomas menopáusicos) y el empleo prolongado de anticonceptivos orales incrementan el riesgo de desarrollar un tumor mamario”, añade Manel Esteller.
La terapia hormonal y los anticonceptivos orales incrementan el riesgo.
Sus palabras nos hacen reflexionar sobre si los adelantos de las sociedades “desarrolladas” (con bajas tasas de natalidad, poca lactancia materna, elevado consumo de anticonceptivos orales y altas tasas de obesidad) no estarán contribuyendo al aumento de casos. Y las estadísticas confirman nuestras sospechas: cuanto más “avanzado” es un país, mayor es la incidencia de cáncer de mama.
La conclusión es que el ambiente “habla” con nuestros genes y que, como resultado de esa conversación, se generan marcas sobre ellos que, sin cambiarlos, alteran su expresión, haciendo que se activen o no. “Es lo que se conoce como patrón epigenético. Por ejemplo, una persona con antecedentes familiares de cáncer de mama puede reducir el riesgo de desarrollarlo porque hace ejercicio a diario, no fuma, come de forma saludable y no abusa del alcohol. En cambio, otra con menor riesgo genético puede acabar teniendo un tumor mamario por su estilo de vida sedentario, su dieta rica en azúcares y grasas saturadas o por exposición prolongada a la hormona estrógeno. Todas esas cosas pueden cambiar el patrón epigenético de nuestras células y aumentar nuestro riesgo”, concluye la dra. García Estévez.