ABC (Nacional)

¡CUERPO A TIERRA!

Cuando se avecina un cambio de líder las facas brillan

- LUIS VENTOSO

OLÍTICOS de astucia vitriólica nos han legado sagaces observacio­nes sobre la vida interna de los partidos, que no son precisamen­te comunas hippies de paz, amor e incienso, sino más bien la casa de las dagas voladoras. El pícnico y agudísimo Pío Cabanillas bromeó de manera memorable en los días de la implosión de UCD: «¡Cuerpo a tierra, qué vienen los nuestros!». Es conocida la historia de un diputado tory novato en Westminste­r, que sentado en el Parlamento a la vera de Churchill, por entonces líder de la oposición, se lanzó a jabonear al viejo león: «Es un privilegio, sir Winston, estar aquí a su lado y con nuestros enemigos ahí enfrente». Churchill corrigió raudo al debutante: «No se confunda, joven. Ahí enfrente están nuestros adversario­s, los diputados laboristas. El enemigo está aquí detrás», matizó señalando a sus propios compañeros conservado­res. Pero la definición más sarcástica del buen ambiente que impera en los partidos se la debemos a Andreotti, el perejil de todas las sopas de letras de la convulsa política italiana: «Hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversario­s, enemigos, enemigos mortales... y compañeros de partido».

Preguntado por las próximas elecciones, Rajoy despeja el balón con vaguedades galaicas tipo «me veo con fuerzas». No puede decir que no se presentará, pues mutaría al instante en lo que la jerga política estadounid­ense denomina «un pato cojo» y nosotros, «el pito del sereno». Pero en los mentideros se da por descontado que no repetirá. Los aspirantes lo saben y son inevitable­s las patadas subterráne­as y los codazos para situarse en primera línea de la lid sucesoria, sobre todo porque el próximo líder del PP ya no podrá ser elegido a dedazo limpio, sino en un proceso democrátic­o.

Con notable optimismo, Cristina Cifuentes, de 53 años, se gustaba para las más altas metas. Su autoestima la basaba en que creía encarnar la regeneraci­ón contra la corrupción que embadurna al PP y una cierta modernidad, que personalme­nte nunca capté. Pero lo que parecía un camino posible se ha convertido en una senda minada. Primero estallaron las acusacione­s gansterile­s de Granados. Ahora es la reapertura de un viejo chismorreo sobre su máster en la Universida­d Rey Juan Carlos, con la acusación de que falseó sus notas. Carezco de elementos de juicio para saber si es cierto. Por ahora no se ha visto una prueba totalmente irrefutabl­e y la duda radica en si creemos o no el desmentido del rector. Pero de lo que no cabe duda es de que Cifuentes está sufriendo lo que tan bien describió el agudísimo Andreotti. La reacción de Génova ayer fue gélida. Tampoco hubo pepero ilustre que saliese a defenderla, en parte porque abrió heridas internas con sus –legítimas– denuncias de compañeros corruptos. Fue notable también el silencio de una presidenta que hasta ahora había sido una justiciera siempre disponible para los micrófonos y que ayer no habló hasta las diez y cuarto de la noche. Antes, solo un comunicado tardío (sin membrete y enviado por guasap por su jefa de prensa). Cifuentes puede que tenga razón. Pero ya no será un logo ganador. ¿Cruel? Mucho. Pero hablamos de política, y a su lado las mazmorras de Mordor son un balneario.

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