FARSA PARA UNA CATALUÑA SECUESTRADA
El cinismo de Turull en el gris discurso de investidura fue evidente. Se trata de dañar por dañar a Cataluña y al resto de España deliberadamente
FRACASADO el primer intento de investir a Jordi Turull presidente de la Generalitat, es previsible que el Parlamento de Cataluña aún permanezca en situación de bloqueo durante semanas. Sin embargo, jurídicamente se está dando ya el primer paso para que al menos empiecen a correr los plazos hacia la celebración de nuevas elecciones en el hipotético caso de que el separatismo no proponga a otro candidato libre de cargas judiciales y sin un negro horizonte penal. Es cierto que a Turull le bastarían a partir de hoy dos de los cuatro votos de la CUP para ser investido por mayoría simple en segunda vuelta, pero nada apunta a que pueda ser así. Primero, porque el independentismo sigue siendo rehén del chantaje al que le está sometiendo la CUP, una formación de simpatías batasunas y vocación antisistema a la que solo le interesa provocar caos y conflictividad; y segundo, porque hay probabilidades de que el magistrado Pablo Llarena dicte hoy prisión para Turull, toda vez que se da por seguro su procesamiento por los delitos de rebelión y sedición. En caso de ser encarcelado, se abriría la opción de ser investido desde prisión en segunda vuelta, pero no solo sería un esperpento político inédito, sino que en cuanto el procesamiento fuese firme –a lo sumo en un mes–, perdería la condición de cargo público al ser automáticamente inhabilitado. El mismo argumento sirve para el resto de golpistas a los que hoy el Supremo notificará su procesamiento.
La anarquía provocada por el separatismo en Cataluña alcanza ya cotas alarmantes, porque no solo no asumen que su golpe de Estado ha sido conjurado, sino que se empecinan conscientemente en causar un daño irreparable a los catalanes. Ya no se trata de alentar el victimismo ideando falsas repúblicas y falaces vulneraciones de derechos humanos, o mintiendo sobre la existencia de «presos políticos». El cinismo de Turull en el gris discurso de investidura fue evidente. Se trata de dañar por dañar a Cataluña y al resto de España deliberadamente, y de perpetuar un delirio absurdo con el ánimo de mantener sus escaños, prebendas y sueldos a toda costa. Si el golpe del 1-O fue una felonía contra el Estado, el secuestro al que el secesionismo somete a todos los catalanes exige la mayor contundencia posible del TS. Ayer, el magistrado Llarena mantuvo en prisión a Joaquín Forn y a Jordi Sánchez. La gravedad de los indicios de delito es máxima. Hoy Llarena procesará a ocho de los golpistas, y más allá de que decrete o no prisión contra ellos por riesgo de fuga dado el compromiso de conformar un «gobierno de la república en el exilio», asestará un varapalo crucial al desafío separatista. El procesamiento avanza la celebración de un juicio oral y probablemente de futuras condenas. O el separatismo rectifica su farsa, o el 155 se mantendrá vigente hasta nuevas elecciones.