Españoladas por el mundo
Internacionalizar el conflicto ha sido desde al menos el siglo pasado una obsesión para quienes, en el pecado llevan la penitencia, suelen confundir delincuencia y política. De viaje a Helsinki, invitado por ocho de los doscientos diputados del Parlamento finlandés, Carles Puigdemont da hoy una charla que lleva por título «Pequeños estados y política en las redes sociales en un mundo globalizado». O sea, los rusos y Facebook, resumen de la campaña exterior que confió a Raül Romeva, citado también hoy en el Supremo. Experto en redes sociales, Puigdemont personaliza con sus idas y venidas a ninguna parte el fiasco de su apuesta digital. En carne mortal y prófuga –lacito amarillo, carretera y manta– el expresidente catalán se empeña en demostrar con su ajetreo y su azogue, de aquí para allá, venta ambulante, el fracaso de su revolución virtual.
Internacionalizar el conflicto –los rusos y Facebook, de aquí a Helsinki– consiste ahora en tener a una diputada de la CUP disfrazada de teresiana en Suiza, a la compañía estable de Tabarnia montando una función en Waterloo y a un pobre exconsejero de asistente, para cogerle el teléfono cuando lo mira todo el mundo. Ayer Turull se dirigió solemne, tristón y en castellano a los españoles, pero se olvidó del mundo al que un día miró a lo grande Puigdemont. Ni una palabra sobre la exportación de un conflicto cuya versión inglesa y global solo interesa ya a ocho diputados finlandeses. Turull no solo acató en su día el artículo 155 para salir de prisión, sino que asumió la españolada de su gesto. Ahí están Boadella para recordárselo y Puigdemont para perpetuarla.