VARGAS LLOSA Y CALAMARO
Ya lo decían esos dos grandes artistas...
LA cerrazón mental antiespañola dista de ser una fobia mayoritaria. Son infinidad los extranjeros que han sentido una corriente de simpatía e interés por España y muchos han terminado abrazando la nacionalidad española. Tal es el caso de dos soberbios artistas nacidos al otro lado del charco, el escritor peruano Mario Vargas Llosa y el músico y poeta argentino Andrés Calamaro. Sin renunciar a su patria de origen, ambos decidieron ensanchar sus horizontes vitales haciéndose también españoles, por cariño al país y por la tranquilidad y seguridad que se gana en comparación con la más convulsa Hispanoamérica. Vargas Llosa se ha convertido a todos los efectos en el intelectual referencial de nuestro país, al elevarse como un faro de razón en pleno temporal del golpe separatista. Por su parte, Calamaro ha condensado en canciones clásicas algunas de sus emociones, cuitas y afectos madrileños, ciudad donde guarda siempre casa abierta. También ha entendido y disfrutado la tauromaquia, compadreando con los mejores diestros e interiorizando su ejemplo de hombría de bien (y ya sé que en nuestra época ñoña esta expresión no es políticamente correcta, pero es la adecuada).
En «Conversación en la catedral», su obra maestra publicada en 1969, el hoy premio Nobel se transmuta en el joven periodista limeño Santiago Zavala y va repitiéndose una pregunta retórica que es ya una cita clásica: «¿En qué momento se jodió el Perú?». ¿Por qué se malogró mi país?, se interroga Zavalita. «Honestidad Brutal», de 1999, es por ahora la cumbre de Calamaro (a la espera del disco que está ideando en Buenos Aires). En una de sus canciones hace un balance: «No era un juego, era fuego, y habrá que pagar la cuenta del incendio».
Me he acordado de las palabras de los dos artistas observando el paisaje catalán. Se tiende a creer que todavía no ha pasado nada que haya cambiado para siempre el curso de la región, hasta ahora una lanza de prosperidad. Pero sí ha empezado a ocurrir. «¿Cuándo se jodió Cataluña?», se preguntará alguien en el futuro. Y una voz cuerda responderá: pues cuando una vanguardia de nacionalistas iluminados se lanzó a morder la mano que los unía a sus vecinos. La cuenta del incendio de Calamaro ya se está empezado a pagar, aunque eminencias como Turrull –¡qué abrumadora mediocridad ayer!– todavía impostan que no lo saben. Al igual que en el Brexit, los exabruptos nacionalistas pasan factura, pues transmiten inseguridad jurídica, asustan al capital y generan lesivas antipatías. El Banco de España ha destapado las cifras: desde el golpe de octubre y hasta finales del año pasado, Cataluña perdió 31.400 millones en depósitos bancarios. El dinero escapó al esprint, y no se fue a Singapur o a Jersey. Los catalanes refugiaron sus ahorros en otras regiones de su país: Valencia ganó 7.200 millones en depósitos, Andalucía, 3.500; Aragón, 2.400; País Vasco, 2.150; Castilla-León, 999; Galicia, 800…
Apena ver al valioso pueblo catalán enredado en patochadas como el simulacro de investidura de Turull, burócrata de grisura infinita del que han tenido que tirar los separatistas para estirar su proceso. ¿Qué proceso? Pues el de la pregunta de Zavalita.