ABC (Nacional)

«La maestra» se doctora en España

El Palacio de Velázquez del Retiro acoge una monográfic­a de la artista colombiana Beatriz González

- NATIVIDAD PULIDO MADRID

El Parque del Retiro ofrecía ayer un aspecto fantasmagó­rico. Permaneció todo el día cerrado al público por el riesgo de caída de ramas y árboles. En el Palacio de Cristal no había quien visitara las «lápidas» de piedra que lloran de la colombiana Doris Salcedo. A unos escasos cien metros, en el Palacio de Velázquez, otra artista colombiana, Beatriz González, exhibe su trabajo. Parte de él también habla de muerte, dolor y duelo. La llaman «la maestra». Ha dedicado buena parte de su vida a la pedagogía y la educación y es maestra de artistas. Entre otros, de compatriot­as como Óscar Muñoz o la propia Doris Salcedo, que no se entienden sin ella, según Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, que le dedica su primera monográfic­a en Europa. Organizada junto con el Museo de Arte Contemporá­neo de Burdeos y el KW Institute for Contempora­ry Art de Berlín, reúne 160 obras realizadas entre 1965 y 2017.

A sus 80 años envidiable­mente bien llevados, ha vivido el arte desde todas las aristas: crítica, conservado­ra de museo y artista. Durante cinco décadas ha ido haciendo acopio de un archivo de imágenes de la Historia del Arte, pero también de la imaginería popular: se apropia de ellas y las «manipula» en obras experiment­ales con soportes nada convencion­ales. Unos muebles con famosas pinturas que dejaron desconcert­ados a todos en la Bienal de

Sao Paulo de 1971. ¿Son pinturas o esculturas? «Yo les decía que venía de un país subdesarro­llado y que eran obras para una subcultura –recuerda Beatriz González–. Los objetos y materiales me dictaban qué obras debían tener». Un toallero para la «Venus» de Botticelli, un cielo raso cuadricula­do para el «Guernica», un costurero para «La encajera» de Vermeer, un tambor para «El pífano» de Manet, una bandeja para «Salomé», una mesa para «La Última Cena», un telón para «Desayuno sobre la hierba» de Manet, sillas para Kennedy y una terna papal, un aparador para la Mona Lisa... «Un inventario de curiosidad­es», como lo define la propia artista. Aunque su trabajo podría parecer pop, advierte que no se considera una artista pop, «porque ni mis inicios ni mi influencia lo fueron. Aunque es cierto que el resultado de mis obras sí lo parece».

Poco conocida en España, en su obra está muy presente el humor y la ironía (desde los propios títulos de sus obras). Lo estaba, al menos, hasta que se produjo en 1985 el incendio del Palacio de Justicia de Bogotá, que se saldó con 98 muertos. «Ya no puedo reír más. Cambió el color en mi obra, volví al óleo sobre lienzo, a la tradición pictórica. La corrupción, la maldición del narcotráfi­co... Contemplo desolada un país que sufre la guerra y que ahora se ha dejado seducir por cantos de sirena...». Y decidió pintar el dolor. Como en «Auras anónimas» (2009), un proyecto en el Cementerio Central de Bogotá. En dos columbario­s instaló unas 8.000 lápidas, decoradas con siluetas de figuras en negro, «para que los muertos no se escaparan».

Cronista de la historia reciente de su país, se confiesa creyente «y con unos genes para llevar la contraria», que heredó de su madre, «muy valiente, muy crítica». No tiene pensado retirarse: «Aún tengo manos, cerebro y sensibilid­ad para trabajar».

«Beatriz González»

Palacio de Velázquez del Retiro. Hasta el 2 de septiembre.

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«Santa copia» (1973), de Beatriz González
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Del humor al dolor Arriba, «Vive la France!» (1979), de la colombiana Beatriz González (abajo, ayer en el Palacio de Velázquez)

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