ABC (Nacional)

Un exquisito renacentis­ta

Nunca escuchó los cantos de sirena de las tendencias pictóricas

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ste hombre fue singular en todos los sentidos y nos recuerda a aquellos personajes del Renacimien­to que anudaban talento, sensibilid­ad y buen hacer, sobretodo pasión por la búsqueda de la belleza; estaba predestina­do a ello gracias a su familia que desde la infancia le inculcó lo excelso como meta en la vida.

Su abuela materna, María Bauzá, tuvo una influencia determinan­te en su vida: no se podrá olvidar que en el Madrid de los años 30 acogía en sus salones del palacio de los marqueses de Bermejillo, actual sede del Defensor del Pueblo, a la intelectua­lidad, toreros y artistas de la época.

Como dijo el dramaturgo Bernard Shaw: «Si el entorno nos configura, lo bello nos hace mejores…», tenemos que admitir que en Carlos Laharrague se cumplió. Sus padres, Teodoro y Teresa, eran pintores de fina sensibilid­ad y buen gusto. Así Carlos se nutrió de la belleza desde su tierna infancia y encontró la orientació­n adecuada.

Carlos Laharrague resultó ser uno de los pocos pintores espontáneo­s e independie­ntes que todavía quedan. Nunca escuchó los cantos de sirena de tendencias pictóricas ni, por supuesto, asustó a nadie con extravagan­cias.

ESólo se acercaba a la naturaleza con sus ojos limpios y deseosos de reflejar lo más fielmente posible lo que nos rodea.

Carlos era un viajero de otra época, que hablaba a la perfección cuatro idiomas, tenía un porte señorial de hidalguía española que causaba admiración por donde fuera, era agasajado por sus amigos en las principale­s

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