ABC (Nacional)

El viaje maldito de Sergi Mingote

·El deportista español, que ya lo había pasado muy mal en el descenso de esa montaña en 2018, murió ayer tras una caída camino del campo base

- EMILIO V. ESCUDERO

Su forma triangular, casi perfecta, encierra en sí una belleza única. Situado en un extremo de la cordillera del Karakórum, lejos de los gigantes del Himalaya, el K2 se erige orgulloso e impenetrab­le a medio camino entre Pakistán y China. Sus paredes infinitas dibujan un paisaje vertical y vertiginos­o. Majestuosi­dad que atrae y asusta a partes iguales. Sergi Mingote escapó de la muerte allí en 2018, cuando tras coronar la segunda cima más alta del planeta atravesó por un infierno de 30 horas sin visibilida­d durante el descenso. Lo había pasado tan mal de camino al campo base que se prometió a sí mismo que no volvería jamás a pisar aquella montaña. Promesa que incumplió por abrazar un sueño y que ha terminado por costarle la vida dos años después, durante su intento de hacer la primera invernal de la historia sin oxígeno a la montaña salvaje. «Volver al K2 era algo que no entraba en mis planes, pues cuando lo ascendí en verano de 2018 lo pasé tan mal que me prometí no regresar jamás. Pero los deportista­s somos así, y aquí estamos otra vez», bromeaba el alpinista en una entrevista con ABC poco antes de partir hacia Pakistán.

A veces el destino es tan macabro que cuesta encontrarl­e sentido. Así, mientras un grupo de nepalíes hacían historia alcanzando por primera vez la cima del K2 en invierno, unos cientos de metros más abajo Mingote moría tras sufrir una caída camino del campo base. Fue como si la montaña se hubiera cobrado un peaje. La gloria a cambio de una vida. ¡Y qué vida! Porque Sergi Mingote era un tipo especial.

No hacía falta haberle estrechado la mano para saberlo. Para sentir su cercanía y su cariño. Al catalán le gustaba definirse como deportista, huyendo de la etiqueta de alpinista por la que todos le conocían. De hecho, entre sus logros hay diez ochomiles, pero también una travesía al Polo Norte Magnético, varias carreras de ultramarat­ón, rutas en bicicleta por el desierto y la montaña o una travesía del Estrecho a nado. Nada le echaba para atrás, cargado siempre de entusiasmo y energía positiva. Incluso cuando no podía llevar a cabo sus proyectos, como le ocurrió durante la pandemia, Mingote encontraba la manera de seguir en activo.

Alegre y solidario

Así lo hizo meses atrás, cuando, tras ser cancelado su viaje a Pakistán por el coronaviru­s, se lanzó a realizar una ruta en bicicleta por diez países para promociona­r la candidatur­a olímpica de Barcelona-Pirineos 2030. Tampoco dejó de lado su faceta más solidaria, cumpliendo con el envío de material para los niños del Himalaya como había proyectado antes de que sus planes se vieran truncados. El compromiso del catalán le llevó incluso a ser alcalde de su pueblo, Parets del Vallés, etapa que abandonó en 2018 para dedicarse de lleno a su pasión, que era el deporte y la aventura.

La voz de Mingote sonaba alegre al otro lado del teléfono. Disponible siempre para echar una mano o para detallar sus próximas hazañas. La última, la más apasionant­e de todas, ha sido la que le ha costado la vida. Un reto que se encontró de casualidad, pues fue la agencia «Seven

Summits Trek» la que le ofreció

a él coliderar un grupo de alpinistas de elite para tratar de romper el último límite del alpinismo.

Antes de partir hacia el K2, Mingote ya sabía que la expedición no era una más. Le dolía dejar a sus seres queridos en Navidad, pero era algo que todos tenían asumido en el núcleo familiar. «Se hace duro, porque son fechas especiales, pero es la vida que he elegido», reconocía días atrás. Celebró el año nuevo lejos de su mujer y su hija de 16 años, con la mente puesta en la montaña, pero con el corazón en España.

Fatiga extrema

La evacuación esta semana desde el campo base de su amigo Carlos Garranzo, su mano derecha y fiel compañero de expedicion­es, no hacía presagiar nada bueno. Aun así, Mingote cumplió con su deber, ascendiend­o por hasta más de 7.000 metros junto al chileno Juan Pablo Mohr y durmiendo por encima de la pirámide negra en el campo 3 japonés. Era, según sus planes, el último preparativ­o antes de lanzar el ataque a cumbre en los próximos días. Pero antes, tocaba descender y recuperar fuerzas, pues a diferencia de los sherpas que hicieron cumbre, ellos no habían utilizado oxígeno embotellad­o en su ascenso y la fatiga era mayor.

El propio Mingote reconocía estar cansado tras el esfuerzo titánico que supuso llegar hasta esa cota tan alta que muy pocos habían alcanzado en la historia. Quizá esa ausencia de fuerzas fue lo que le costó la muerte camino del campo base, donde la alegría por la cumbre y la tristeza por la tragedia se entremezcl­aron en una jornada agridulce para la historia del alpinismo.

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