La historia de la llave que abrirá la urna funeraria de Calderón de la Barca
Robada durante la Guerra Civil, ahora está en manos de los investigadores que buscan los restos mortales del dramaturgo
Cuando Calderón de la Barca fue enterrado en mayo de 1681 en la iglesia de San Salvador, en Madrid, nadie podía imaginar que sus restos mortales iban a protagonizar una odisea disparatada, en la que iban a ser trasladados hasta seis veces. Y menos aún, claro, que en pleno siglo XXI un grupo de historiadores, arqueólogos y geofísicos iba a estar rastreando con georradar las paredes de la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, también en la capital, buscando sus huesos, siguiendo la pista del testimonio de un cura moribundo, que a mediados del siglo pasado afirmó que él los había emparedado en ese templo, pero que exhaló su último aliento antes de revelar su ubicación exacta. Esta historia es digna de una novela (¿de aventuras?), y ahora, a la espera de los resultados de la pesquisa, retrasada por Filomena y la pandemia, tenemos un nuevo capítulo: el de la aparición de la llave que abre su urna funeraria, que estaba a buen recaudo, en manos de sus descendientes. Otro detalle más de la trama, que se espere que finalice más pronto que tarde.
En las múltiples exhumaciones del dramaturgo estuvieron presentes los sucesivos condes del Asalto, en calidad de familiares, no de allegados. Ellos custodiaban la famosa llave, a modo de símbolo, algo que no era extraño en la época. Era el recuerdo material de un pariente ilustre, que fue robado durante la Guerra Civil, cuando también desaparecieron los despojos del autor de «La vida es sueño». Por fortuna fue recuperada en 1939, junto con otras pertenencias, y desde entonces había permanecido en territorio privado. El objeto acaba de ser entregado a la Universidad CEU San Pablo para su estudio, con la esperanza de que arroje algo de luz sobre el genio. Ya se sabía de su existencia, por fuentes escritas, pero hasta el momento nunca se había dado a conocer su fotografía ni existía ningún tipo de documentación gráfica.
«Yo estaba sobre la pista de este objeto desde el principio de la investigación. Había un informe del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional en el que se mencionaba su existencia. Era una relación de bienes que le habían robado a la familia, y que fueron reclamados en 1939», explica Pablo Sánchez Garrido, director de la búsqueda de Calderón. Fue la noticia de su empeño, por cierto, la que propició este curioso hallazgo: «A raíz de la aparición en prensa, y a través de una compañera de la Universidad, se puso en contacto con nosotros la condesa del Asalto, Teresa Morenés y Urquijo, que tuvo el gesto de generosidad de prestárnosla».
«Mi padre, que era el mayor de la familia, la tenía en mucho valor, y así me la transmitió a mí. Cuando leí que estaban tras los restos de Calderón me puse en contacto con los investigadores y los convidé a mi casa. Quería que la conocieran», comenta la condesa al otro lado del teléfono, notablemente contenta por este proyecto. «A ver si lo descubren de verdad», apostilla.
De madera y bronce
La llave en cuestión está dentro de una pequeña arqueta de madera y bronce del siglo XIX, de unos veintitrés centímetros, coronada por la cruz de la Orden de Santiago, a la que pertenecía Calderón, igual que Velázquez. En un lateral tiene una inscripción que ha sido prácticamente borrada por el tiempo, pero que esperan que pueda leerse gracias a luz ultravioleta. Sospechan que esas palabras hacen referencia al primer traslado del finado, en 1841, que fue supuestamente cuando se forjó la llave. Aunque es mucho más modesto, este recipiente está hecho de los mismos materiales que el arca funeraria de Calderón, de la que se conserva una fotografía publicada en «Blanco y Negro» en 1902: era de caoba y estaba adornada con motivos alegóricos de las artes y las letras, y tenía un cristal que permitía ver su cráneo, para evitar, quizás, disgustos como el de Goya...
La búsqueda de Calderón en la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores sigue su curso. Desde el inicio de ésta el pasado 17 de diciembre, el equi
Símbolo La llave se le entregó a la familia del dramaturgo en el siglo XIX, a modo de símbolo
Indicios Hay 2 puntos que los arqueólogos tendrán que picar en los que podrían estar los restos de Calderón
po técnico liderado por Luis Avial –que participó en la caza de Cervantes, allá por 2015–, ha peinado una buena parte de las paredes de la iglesia, por lo que la primera fase está casi completada. «Hay dos puntos con mucho interés. Pueden ser una estructura interna, como un encofrado, ya que se hicieron muchas reparaciones en la iglesia después de la guerra, o puede ser Calderón. Se tienen que verificar por los arqueólogos, con métodos intrusivos. Eso podría hacerse la semana que viene», avanza el geofísico.
Dada la situación coronavírica y los estrictos protocolos sanitarios, no se ha podido acceder a determinadas zonas del templo comunes a una residencia de ancianos y a la Congregación de San
Pedro, propietaria del inmueble. Hay rumores de que allí puede haber algo, pero no se sabe con certeza: toda historia que se precie tiene sus obstáculos en el camino. «Yo estoy convencido de que la historia es real y por tanto va a aparecer. El problema es el espacio. Estamos hablando de miles de metros. Toda la congregación es una manzana entera en medio de Madrid, en tres plantas… Habremos hecho el veinte por ciento de la superficie total», confiesa Avial.
Si finalmente aparecieran los restos de Calderón, como esperan, lo lógico es que estuvieran en la urna de caoba, y que esta llave sirviera como prueba de autenticidad. Esto nos regalaría, además, una escena perfecta, como de Indiana Jones: una apertura limpia del cofre, sin forzar la cerradura, y dentro el tesoro, sin brillo, pero con importancia. «Sería un método de identificación curioso: una llave. Nos serviría, pero la principal vía sería la investigación genética», apunta Sánchez Garrido.
El cotejo genético, por cierto, se haría con el dedo del literato que se conserva en el Institut del Teatre de Barcelona. No sabemos cuándo llegó allí, pero sí que en el inventario del Archivo Administrativo de la institución de 1923 ya figuraba. En ese registro se señalaba, además, que procedía directamente de la Biblioteca del cardenal Antolín Monescillo, que fue arzobispo primado de Toledo, y que lo había recibido de una persona que supuestamente se hizo con el dedo durante el traslado del cuerpo de Calderón de la parroquia de El Salvador a la Sacramental de San Nicolás, en 1841. Lo dicho: una novela de aventuras.