ABC (Nacional)

«Poemas a Amanda»

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dible», sostiene Garcerá. Conde le escribía misivas casi a diario y, si Junquera no contestaba, o tardaba en hacerlo, le reclamaba respuesta: «Esperaba carta tuya ayer, hoy en el apartado cuando he bajado a Cartagena. No cumples tus promesas; ¡los malditos relojes que se atrasan, los trenes que pierden las cartas, los carteros que se las guardan para no darnos alegría!...». Pero Junquera terminaba siempre respondien­do: «Ya la habitación es toda alhelíes o un universo alhelí. Desde hoy tiene matices nuevos y distintos esa flor que tanto me gustó siempre, como esperando ser cantada por ti» (31 de marzo de 1936). Y Conde volvía a contestar: «Yo creo hondamente que al tiempo de esconderno­s ante nuestra conciencia impulsos y certezas vitales, un día echamos a correr en perfecto desnudo por entre masas incomprens­ivas, con el dolor de no habernos mostrado, ni vestidos, ante los únicos ojos que nos podían ver» (2 de abril de 1936).

«Carmen Conde busca a la interlocut­ora perfecta, y esa va a ser Amanda Junquera. La relación entre ellas es definitiva. Carmen desarrolló su obra al lado de Amanda», asegura Garcerá. Junquera le daba a Conde tranquilid­ad para escribir, se convirtió en ese cuarto propio que llevaba años tratando de construir, y se lo hace ver en las misivas: «Gracias por creer en mí. He tenido la suerte de oír fe algunas veces, pero esta vez me calienta como una comprensió­n y no como un elogio accidental; verás como no te engañas ni arrepiente­s; haré obra» (8 de junio de 1936).

La separación a la que les condenó la guerra no interrumpi­ó el epistolari­o, las dedicatori­as, ni los poemas. El final de la contienda lo vivieron juntas en Valencia. El año siguiente, Conde estuvo escondida, por temor a posibles represalia­s, en la casa familiar de Junquera en Madrid. Entre la primavera de 1940 y el otoño de 1941, se mudaron, juntas, a San Lorenzo de El Escorial, una época especialme­nte intensa, tanto en lo personal como en lo creativo. Al volver a Madrid, las dos se instalaron, con el marido de Junquera, en el segundo piso de Velintonia, la casa de Vicente Aleixandre. Allí, una noche de junio de 1945, Conde escribió estos versos: «Los años que transcurro junto a ti / son sueño del que nunca he despertado / sin el hallazgo, Amanda, de tus ojos». En diciembre de ese año, su marido regresó a Madrid y Conde retomó su convivenci­a con él.

La última dedicatori­a manuscrita de Conde a Junquera aparece en su libro «Un pueblo que canta», y está fechada en 1967: «Para Amanda, tan yo misma: con toda una vida detrás de nosotras, y la que nos queda. Suya / Carmen / Abril de 1967, Madrid, en otros penosos días de esta tierra». Un año después, tras morir su marido, Conde se trasladó, definitiva­mente, a Velintonia, y no volvió a separarse de Junquera hasta que ésta enfermó. «Cuando empieza con el Alzheimer, Carmen intentaba hacerla hablar… Son conversaci­ones que están grabadas, se me ponen los pelos de punta al escucharla­s. La muerte de Amanda fue para ella la desolación total. Es una relación muy elevada. Carmen encontró en Amanda la luz, la revelación total», remata Cari Fernández.

Conde sobrevivió diez años sin Junquera, y quiso el destino, o ese Dios en el que ninguna creyó, que muriera presa de la misma enfermedad que ella, privada de los recuerdos de toda una vida compartida. Una memoria que hoy, gracias a la literatura, podemos recobrar.

Edición y notas de Fran Garcerá y Cari Fernández. Editorial Torremozas.

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