GRANDEZA Y SERVIDUMBRE MILITAR
La pandemia ha desatado suspicacias de quienes ven trato de preferencia donde sólo hubo «cumplimiento de órdenes»
Lpido prestado el título a Alfredo de Vigny por venirme a pelo. El Ejército no es un estamento democrático. Ni puede serlo. Es algo tanto o más importante: el defensor de un pueblo, nación o Estado, en peligro. Es decir, el protector de la ciudadanía, la soberanía y, a la postre, la democracia. Para ello, el Estado, único autorizado al uso de la fuerza, le da las armas necesarias. Una misión arriesgada, violenta, que suele incluir muertos y heridos, por lo que exige condiciones especiales, empezando por la «debida obediencia» a las órdenes que se reciban. No hay margen, como en los conflictos entre ciudadanos, para el debate, la negociación o el desacato, que sólo podrá hacerse a posteriori, a no ser que la orden viole flagrantemente los derechos humanos de uno u otro bando. Debe preverse un protocolo o directrices de actuación en cada caso, a fin de que no haya duda del comportamiento a seguir y, en último extremo, están las Ordenanzas Militares, distintas a las normas civiles.
Éste es el marco, creo, en que debe verse el caso de los mandos militares vacunados contra el virus. Su protocolo para la vacunación disponía que, primero, la recibirían los sanitarios, luego, los desplegados en misiones internacionales y, por último, la cadena de mandos, dando preferencia a los de más edad, incluida la cúpula militar, con el jefe del Estado Mayor de la Defensa al frente, que dimitió ayer «para no dañar la imagen del Ejército».
Ha habido tanta confusión como mala suerte en el lance. Si a unos militares les dicen que tienen que vacunarse, lo hacen, como si les dicen que tienen que irse al Ártico. Nadie pidió nada ni se «saltó la cola», como han hecho políticos de distintos partidos. Hubo, sin embargo, falta de sensibilidad al no darse cuenta de que la pandemia ha desatado suspicacias de quienes ven trato de preferencia donde sólo hubo «cumplimiento de órdenes». El teniente coronel enlace con el Ministerio de Interior que redactó la normativa ya ha sido relevado. Qué harán el resto de los mandos que se dejaron vacunar está en el aire y si dimitieran también reforzarían la buena imagen que se ha ganado el Ejército dentro y fuera de España, en misiones tan arriesgadas como humanitarias. Pero no olvidemos la máxima romana «la mujer del César no sólo tiene que ser honesta, sino también parecerlo», habiendo quien está dispuesto a disparar contra ellos por la espalda. Lo que me parece no ya exagerado sino estúpido es pedir que no se les inyecte la segunda dosis de vacuna. ¡Qué derroche y mala leche! Me habrán oído decir que el Ejército es el estamento español que mejor Transición ha hecho. Y lo mantengo.