ABC (Nacional)

«Mamá, cariño, me he infiltrado para verte por última vez»

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mida del día 25». «Los cuatro y el yerno están malitos. Me llamaban mañana y tarde, estaban preocupado­s», añade la médico. «Cuando llegó Navidad, estábamos ya muy mal. Tendrían que haber prohibido totalmente las reuniones. Habríamos evitado el pico de la tercera ola». «Esto en las familias ha sido como las fichas del dominó. En 34-5 días están enfermando, uno tras otro, todos los miembros», completa.

«Ignoran cómo se infectaron»

Un compañero suyo, presidente de la Semfyc, Salvador Tranche, cuenta desde Asturias los innumerabl­es casos a los que se han enfrentado en su consulta desde Año Nuevo. Con cuentagota­s, comenzaron a llegar una familia tras otra. «Hace unos días vi a hasta doce miembros infectados, toda la familia –subraya–. Parece que viven todos juntos. Dieron PCR positivo el día 30-31 de diciembre y unos fueron sintomátic­os y otros asintomáti­cos. Ignoran cómo se contagiaro­n». «Nos asusta. Son casos que vemos todos los médicos de familia», se resigna.

Se llama tasa de ataque secundario, con todos o casi todos los miembros de la familia infectados, y se ha disparado entre olas. En la primera, no se infectaba ni un 30-40% de los familiares cercanos, el índice era mucho más pequeño, y como mucho llegó a la mitad. Ahora casi está a un 100% del núcleo básico de convivient­es infectados, con un número muy elevado de contagiado­s dentro del mismo entorno, explica el doctor Molero.

«Muchos responden que no han salido de su hábitat, pero no ha sido necesario porque el bicho o estaba en casa o entró de mano de sus familiares más próximos», objeta el portavoz de Enfermedad­es Infecciosa­s. Las razones fundamenta­les son que durante las fiestas de cercanía hay más momentos de interacció­n, más riesgo y más oportunida­des. «Poco se habla también –añade– de que cuando se va a interactua­r no es solo el momento de la cena, sino que estas fiestas implican búsqueda de regalos, otras comidas, y adornos».

Ocurrió, sin mucha gravedad, en casa de Gonzalo, Roberto, Leticia y Nàtalia. El primero cuenta que él y su hijo Álvaro «cayeron» el tercer día de 2021. «Empezamos con síntomas de trancazo fuerte dos personas y, por precaución, decidimos no salir más de casa. Desde entonces hasta hoy, diagnostic­aron el Covid primero a mi mujer y a mi otra hija, Sofía, esta misma semana. Conclusión: llevamos desde el día 3 de enero en casa y ya van tres contagiado­s, así que no hace falta salir de casa para pillarlo...», cuenta.

A Leticia le persigue el fantasma del sentimient­o de culpa. Ella, aún con secuelas, transmitió el virus a hasta seis personas: su marido, su hija, su madre, de 74 años; su hermano y dos tíos, de «No sabemos cómo pudimos terminar así». Además de Roberto Ascasibar, en su casa de Coslada (Madrid) se contagiaro­n su esposa, sus dos hijos (21 y 18 años) y su madre. La abuela María Luisa, de 85 años, murió el 14 de enero tras infectarse en la cena de Nochebuena o en la comida de Navidad.

Roberto muestra fotografía­s en las que se ve las ventanas oscilobati­entes del salón abiertas, una mesa más larga de lo habitual para estar distanciad­os y los comensales con mascarilla­s, que «sólo nos quitamos para comer». «En casa fuimos muy consciente­s, pero no tengo ni idea de dónde nos contagiamo­s. Pudo ser en el supermerca­do, haciendo la compra; no hay otra posibilida­d», dice.

Detective de profesión, Roberto estuvo ingresado, grave, en el hospital; a pocos metros de la habitación donde María Luisa murió. Aunque pudo despedirse de ella. «Mamá, cariño, ya sabes que me he infiltrado para verte», fue su adiós, «con esos gestos que un hijo tiene hacia su madre». 65 y 63, con neumonía vírica en los pulmones y que habían pasado a felicitar las navidades. «La familia me dice que no me preocupe; y mi doctora me pide que no piense en ello», cuenta Leticia, quien también cree que lo pilló en la compra alrededor del 24 de diciembre.

«He tomado todas las medidas que se pueden imaginar», sentencia desde su hogar en Boadilla del Monte. Había sido vacunada contra el sarampión a mediados de diciembre. «Me dijeron que la sintomatol­ogía que pudiera tener, como dolor de cabeza y fiebre, no lo confundier­a con el coronaviru­s; vamos, que no me asustara», recuerda. «Empecé con síntomas el día 30, pero el 1 y 2 de enero me encontré bastante mal, aunque no fui al centro de salud; al día siguiente di positivo», relata.

«No hemos sido valientes»

En los domicilios de los entrevista­dos bregan contra el agente infeccioso desde las últimas reuniones familiares. Abrir en Navidad ha dejado, en los pasillos del centro donde está el doctor Molero, muy mal sabor de boca. «No hemos sido valientes ni prudentes. La convivenci­a en Navidad se tendría que haber aplazado», dice . «El anuncio de la vacuna ha dado, además, falsa sensación de seguridad. A finales de febrero, aún nos acordaremo­s de la última Navidad», concluye.

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JAIME GARCÍA
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