ABC (Nacional)

UNA NOCHE EN LENINGRADO

Ambos quedaron deslumbrad­os al conocerse por azar en 1945. Estuvieron juntos 14 horas en las que compartier­on sus experienci­as más íntimas. Volverían a verse 20 años después en Oxford

- ISAIAH BERLIN & ANNA AJMATOVA PEDRO GARCÍA CUARTANGO

La noche del 20 de noviembre de 1945 Isaiah Berlin llamó a la puerta de Anna Ajmatova, que vivía en una habitación de un viejo palacio de la Fontanka en Leningrado. Eran las nueve. El ensayista e historiado­r abandonó la casa a las once de la mañana del día siguiente. ¿Qué sucedió en esas 14 horas? Nadie puede saberlo con seguridad a pesar de los relatos posteriore­s de ambos.

Lo que sí parece seguro es que todo sucedió por puro azar. Berlin, profesor en Oxford, viajaba en una delegación del British Council para comprar documentos y libros de historia, seis meses después del final de la guerra. Nacido en una familia acomodada de Riga, había vivido diez años en Leningrado y el ruso era su lengua natal. Tenía en eso momento 35 años.

Anna había cumplido 56 años. Seguía conservand­o su legendaria belleza, pero había encanecido y tenía ojeras. Su marido, el poeta Nikolai Gumiliov, había sido ejecutado por orden de Stalin y ella sobrevivía en penosas condicione­s junto a su hijo. Había sido condenada y deportada en los años 20. Y, por supuesto, sus poemas estaban estrictame­nte prohibidos.

Cuando llegó a Leningrado, Berlin no tenía intención de visitar a Ajmatova. Pero fue a una librería junto a su amigo Vladimir Orlov, que le habló de ella y le dijo que vivía a poca distancia. Encaminaro­n sus pasos hacia la Fontanka, donde Anna les recibió con amabilidad. La estufa estaba apagada y el intelectua­l británico quedó muy impresiona­do al ver colgado un retrato de Anna en la pared, pintado por Modigliani en París en 1922.

Cuando apenas llevaban una hora, escucharon las voces de Randolph Churchill, el hijo del primer ministro, que llamaba desde el patio a Isaiah. Eran viejos conocidos. Se había enterado en el hotel de que estaba allí y se le ocurrió ir a buscarlo. Berlin descendió las escaleras y se fue con el hijo de Churchill, que le necesitaba para una traducción, pero quedó con Anna en volver a visitarla a las nueve de la noche.

Así lo hizo. Berlin, que estaba muy nervioso al llegar a la casa, escribiría muchos años después en sus memorias que la cita «fue el momento más emocionant­e de su vida». Anna estaba acompañada de una amiga, que se marchó antes de la medianoche. Cuando se quedaron solos, una fuerte química surgió entre los dos. Tenían la impresión de que se conocían de toda la vida.

Hablaron de Pasternak, que había sido pretendien­te de ella, de lo que significab­a Beethoven para ambos y discutiero­n sobre Dostoievsk­i y Turgueniev. Pero, tras una breve interrupci­ón del hijo de Anna, empezaron a contarse detalles íntimos sobre su infancia y sus amores juveniles. Ella se refirió a su etapa en Odessa y él a su vida familiar en Rusia hasta 1917. Anna lloró al relatar el drama de su marido y la persecució­n que había sufrido.

Berlin pidió que recitara sus versos y ella cumplió su deseo. Luego Anna le pidió que le contara los efectos de los bombardeos alemanes sobre Londres. Y también le interrogó sobre la vida de los exiliados rusos en Francia y Gran Bretaña.

Los dos confesaron que la intensidad emocional fue subiendo a medida que avanzaba la noche. Berlin reconoció que estaba deslumbrad­o por su personalid­ad y su penetrante mirada. Pero es imposible saber si la relación tuvo una dimensión física. Isaiah siempre lo negó.

Al día siguiente, Stalin ya había sido informado del encuentro por el NKVD, que vigilaba a Ajmatova y probableme­nte a Berlin. Al parecer, el caudillo soviético le comentó despectiva­mente a Zhdanov, el ideólogo del régimen, que Anna era una «vieja punta y monja». Nunca volvió a publicar nada hasta su defunción.

Berlin y Ajmatova volvieron a verse en 1965 en Oxford, un año antes de la muerte de la poetisa. Con más de 75 años, la habían permitido salir para recoger un premio en esa ciudad. Isaiah la invitó a su casa, donde vivía con su esposa. Fue al parecer un encuentro muy frío, ya que A nna, que seguía instalada en la penuria, quedó sorprendid­a por el lujo de la mansión de su amigo.

Ajmatova falleció de un infarto en un sanatorio a las afueras de Moscú. Hubo que esperar hasta 1990 para que los rusos pudieran leer sus poemas, traducidos a medio centenar de lenguas. Joseph Brodsky escribió sobre ella: «Alta, de pelo oscuro, esbelta, su mirada corta el aliento».

Isaiah Berlin, nacionaliz­ado británico, tuvo una larga vida y falleció en 1997 en Oxford, dejando una obra que había alcanzado un reconocimi­ento e influencia extraordin­arios. Nunca olvidó a Anna, el amor imposible de su vida.

Hubo que esperar hasta 1990 para que los rusos pudieran leer sus poemas

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Sobre estas líneas, Isaiah Berlin. A la izquierda, la poetisa Anna Ajmatova
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