Protocolos de triaje político
Entre otros deméritos, en buena parte calculados, la cogobernanza y la fractura territorial impuestas por el Ejecutivo de Pedro Sánchez han logrado que una tragedia nacional se transforme en una batalla en la que el virus no pasa de ser el dinamizador. El enemigo son los demás, identificados por el dorsal de su ideología y la bandera de sus mascarillas. Que a Ximo Puig le levante el viento el hospital de campaña y plásticos que construyó de mala manera y a precio de marisco para tratar a los enfermos del Covid fue ayer motivo de chanza y desquite para quienes han sufrido las críticas, igualmente infames, de esa izquierda que convirtió el hospital Isabel Zendal en vertedero de su insidia. Los pacientes que ayer tuvieron que abandonar el invernadero de Puig según arreciaba la borrasca sufren la misma enfermedad que los atendidos en el Isabel Zendal de Madrid, entre cuyos méritos constructivos y dotacionales figura haber sobrevivido a la tormenta Filomena y que esta misma semana, para jolgorio de sindicalistas y confidentes de tertulia, abre un tercer pabellón. En Valencia, con los sanitarios mirando la obra, los operarios se van a dedicar a tensar las lonas del chiringuito, a ver si aguanta. La competencia territorial es buena, pero la intoxicación política resulta insana. La arquitectura efímera tiene décadas de historia y genuinos monumentos de quita y pon, pero ninguno puede hacerle sombra al que la izquierda de bata, micrófono y pandereta ha levantado sobre los cimientos del Isabel Zendal, hospital de pandemias y sala de curas del odio cainita que define el triaje que ejecuta una izquierda que, mientras España se lame las heridas y espera la vacuna, está en otra guerra, en otro contagio.