ABC (Nacional)

ÀVIA, TINC GANA

Víctor será un buen padre porque ha sido un nieto afortunado

- SALVADOR SOSTRES

VÍCTOR (9) está tumbado en el sofá de la casa familiar. Juega con su máquina. Mediodía, sábado. Al ver pasar a su abuela, y sin dejar de jugar ni alzar la voz, dice: «Àvia, tinc gana». Su abuela regresa con unas aceitunas y unas patatas. Los padres se indignan. Yo soy su invitado y no puedo decir nada. Pero estoy con Víctor y su abuela tan fantástica. Yo también tuve hambre y una abuela igual de rápida. Si me quedaba a dormir en su casa, se levantaba antes, me preparaba la bañera, la ropa, el zumo de naranja. Las alarmas no existían. Me despertaba ella. Hacerme la cama era ofenderla. Me trató siempre como a un hombre, como al hombre de la casa, y de ella aprendí el deber hímnico de la generosida­d. Haces lo que ves hacer y no lo que te dicen que hagas. Hoy pago como un hombre porque me trataron como a un hombre. Sé cuidar de la felicidad de mis personas queridas porque las personas que me quisieron cuidaron de la mía. Mi hija me pregunta por qué sé antes que ella lo que le gusta. También mi abuela lo sabía. Hay que romper la hucha, hay que vaciar el arsenal. Lo raquítico sólo trae miseria. La grandeza no tiene nada que ver con la falta de esfuerzo. Hay que mostrar el milagro para explicar la fe. Víctor será un buen padre porque ha sido un nieto afortunado. Cuando tenga que tratar a un niño, recordará cómo le trataron. Recordará las aceitunas, recordará el amor, a sus padres indignados, y cómo su abuela le hizo mejor. No un tirano. Los niños queridos son los hombres tiernos. Y luego es verdad que el rol de los padres es distinto al de los abuelos, y que tenemos que bajar a la arena de educarlos. El yo pequeño que les llena el corazón y les vacía el alma. La tensión, el esfuerzo. La gratitud. La exigencia en la delgada línea. Y cortamos de un golpe y decimos que no y escenifica­mos el drama. Pero el niño colmado por su abuela y la abuela heroína de lo que somos y necesitamo­s en aquel instante, es el resumen de lo que tenemos de bueno, la Humanidad exaltada en su hora más brillante. La tragedia, la única pero insalvable tragedia de nuestra era, es que las normas de la corrección no las dictan los felices, ni los alegres, ni los que coronamos, porque estamos ocupados disfrutand­o de lo hermoso. Ni Víctor ni yo ni sus abuelas seremos jamás la policía de nadie. Nosotros decimos: «Àvia, tinc gana», y en mi caso es ya sólo una metáfora. Los amargados están al cargo y la moral pública es hoy un brutal resentimie­nto. Ahí van los necios, los fracasados. Los que queriéndos­e alzar no alcanzaron nada. No tuvieron abuelas, no tuvieron hambre. Yo soy el que cada día os escribe y mi esfuerzo y mi empeño y mis caricias son la sonrisa inolvidabl­e de mi abuela que me hizo tanto, tanto bien. Sin su pasión no habría encontrado la mía. Luego la vida es extraña, a veces muy dura. Hay abismos, silencios. Pero perdura lo que fue nítido, y puro, y el amor sólo nace del amor, y sólo el amor proyecta la tentativa del hombre infinito.

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