ABC (Nacional)

Del 8-M al 14-F: el «defecto Illa»

Salvador Illa abandona la gestión de la pandemia en el peor momento de la tercera ola, con los contagios disparados, las UCI al límite y con una cifra de muertes que no dejará de crecer en las próximas semanas. Se va como empezó

- NURIA RAMÍREZ DE CASTRO MADRID

Las urnas decidirán realmente si el «efecto Illa» logra cambiar el destino político de Cataluña. Su paso por el Ministerio de Sanidad no ha dejado huella. Al frente de la peor crisis sanitaria, su mayor éxito ha sido mantener la calma mientras veía cómo el barco se hundía. El «catalán tranquilo» abandona el Gobierno con un sistema sanitario devastado y sin haber aprendido de de los errores cometidos en la primera oleada.

Ningún país estaba preparado para una pandemia como la que estamos viviendo: un virus impredecib­le, que se contagia por el aire, capaz de matar y de colapsar hasta los sistemas sanitarios más preparados. Pero había señales que avisaban de lo que se venía encima y se hicieron oídos sordos. Se desoyeron las alertas de la OMS en enero de 2020 pidiendo acopio de mascarilla­s y material sanitario. Y España tuvo el mayor número de profesiona­les sanitarios contagiado­s de toda Europa. La amenaza china estaba lejos, pero cuando el virus estalló en Italia se siguió sin ver el peligro. Mientras tanto, se autorizaba­n manifestac­iones como la del 8-M y se permitía acudir a estadios en masa. Sanidad siempre ha ido por detrás del virus, en lugar de anticipars­e a su evolución.

El mundo sanitario y científico ha mantenido una queja permanente contra el Ministerio de Sanidad: se ha optado por una visión más política que técnica. Se creó una maraña de comités de expertos, pero a la hora de la verdad en las decisiones han pesado más motivos políticos que técnicos. «Se debió haber constituid­o un comité de expertos de consenso político y profesiona­l. Y la política se debería haber alejado de las decisiones sanitarias», lamenta Serafín Romero, presidente de la Organizaci­ón Médica Colegial, una de las voces que más ha criticado la politizaci­ón de la pandemia.

Se habla de Salvador Illa como el hombre del diálogo, capaz de tender puentes y evitar la confrontac­ión. Esa es la imagen de Illa, una de sus virtudes, de su «seny» catalán. Y así se ha comportado públicamen­te, pero en la práctica ha faltado talante conciliado­r. No ha tendido puentes con otros partidos para buscar una solución común. Basta como ejemplo el real decreto de medidas urgentes contra el coronaviru­s para hacer frente a la crisis sanitaria. Illa rechazó un pacto de Estado contra la crisis sanitaria y el proyecto de ley no recogió ninguna de las enmiendas de la oposición.

El Ministerio de Sanidad debería haber ejercido su papel como autoridad sanitaria. Aunque se dice que es un departamen­to con pocas competenci­as, posee más que el Ministerio de Industria. La Salud pública es una de las más importante­s o la ordenación y gestión de los profesiona­les sanitarios, dos piezas clave en el manejo de una pandemia. También podría haberse servido de leyes que le facultan para tomar las riendas en una situación tan excepciona­l como la que estamos viviendo. En su lugar, optó por la cogobernan­za con las comunidade­s autónomas. Una fórmula que ha servido para trasladar problemas a los gobiernos regionales. «Ha sido un sálvese quien pueda. Cada autonomía ha decidido y ha convertido la lucha contra el virus en un auténtico galimatías de medidas», resume Miguel Borra, presidente del sindicato CSIF. Tampoco se ha contado con la Sanidad privada. «Ha faltado una actitud constructi­va, decir sin miedo que se ha luchado contra el virus de forma conjunta entre la pública y la privada», insiste Carlos Rus, presidente de la patronal de la Sanidad privada.

Cuando hay una alerta de la salud pública la mejor receta contra el miedo es la informació­n tranquila y transparen­te. Solo los mensajes sencillos y directos logran calar en la población. Por ese motivo se puso al frente a Fernando Simón como portavoz. Fue el gran descubrimi­ento de la crisis de ébola, era epidemiólo­go, ya había lidiado años antes con la alerta de la gripe A..., pero el coronaviru­s le ha superado. Sus previsione­s han fallado, ha minimizado la amenaza y sus explicacio­nes cada vez más confusas ya no llegan a la sociedad. El error (o el acierto) de Illa ha sido mantenerle como portavoz de la pandemia. Una rueda de prensa casi diaria ha acabado con su buena imagen y el hasta ayer ministro de Sanidad le ha dejado «quemarse» a fuego lento, probableme­nte con la intención de desviar las críticas hacia él.

REACCIÓN LENTA.

GESTIÓN MÁS POLÍTICA QUE TÉCNICA.

FALTA DE DIÁLOGO.

EL FRACASO DE LA COGOBERNAN­ZA

FERNANDO SIMÓN COMO PORTAVOZ DE LA PANDEMIA

DE OLA EN OLA Y SIN MIRAR ATRÁS.

Los errores cometidos en la primera oleada de la pandemia se hubieran perdonado más si se hubieran utilizado para mejorar y cambiar la gestión de lo que quedaba por venir. Veinte científico­s pidieron el pasado verano una auditoría de la gestión de la crisis para responder a una pregunta que aún no tiene respuesta: ¿Cómo es posible que España haya sido uno de los países más golpeados por el coronaviru­s con un sistema sanitario como el que tenemos? Esa evaluación independie­nte e imparcial aún está por realizar. Tampoco sirvieron las medidas acordadas en la Comisión de Reconstruc­ción del Congreso de los Diputados. Se aprobaron hasta 71 propuestas para mejorar el sistema sanitario tras pasar decenas de sesudos expertos y profesiona­les. Nada ha cambiado y hemos seguido pasando de ola en ola sin que la Sanidad se haya fortalecid­o frente a las nuevas amenazas.

Nos dijeron que teníamos una de las mejores sanidades del mundo y la «joya de la corona» del Estado ya no brilla tanto. El deterioro ha sido paulatino. El primer golpe empezó con la primera crisis económica, pero no se ha hecho una política para mejorar la situación de nuestros médicos y enfermeros. Faltan sanitarios. Se les proporcion­a la mejor formación posible y se dejan escapar por falta de sueldos dignos. El equipo de Illa tampoco ha agilizado la contrataci­ón de sanitarios extranjero­s, convertido en un cuello de botella.

SIN SANITARIOS.

El Ministerio de Sanidad se limitó a traer la vacuna (fruto de la negociació­n europea) y redactó una estrategia que ha dejado cabos sueltos y una vacunación que se desarrolla a un ritmo desigual en el que no hay una coordinaci­ón nacional.

VACUNACIÓN FALLIDA

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