ABC (Nacional)

Vivir solo, cada vez con más limitacion­es: «Ya pasamos meses sin tocar a nadie»

- H. CORTÉS MADRID

Juan (40 años), que vive solo desde hace más de una década, cumplió a rajatabla el primer confinamie­nto. Teletrabaj­aba, así que su contacto humano cara a cara quedó prácticame­nte reducido a los cajeros del súper. «Y a mí me pasó factura, porque somos seres sociales y porque vi que no todo el mundo lo había respetado igual», cuenta este actor y periodista. Él forma uno de los 4,7 millones de hogares unipersona­les que hay en España, según datos del INE. En esta tercera ola, muchas comunidade­s autónomas han restringid­o las reuniones a convivient­es. Consciente­s del aislamient­o al que abocan a millones de personas que viven solas, autonomías como Madrid, Murcia y Comunidad Valenciana sí les permiten reunirse con otra familia.

«Estas excepcione­s son lógicas, porque no tiene sentido prohibir que alguien vaya a tu casa y dejarte verle en el bar», reconoce este joven madrileño. «Esta medida va dirigida a cuidar de la salud mental de la gente que vive sola o las parejas que no comparten domicilio, otra de las excepcione­s recogidas en varias comunidade­s. Desde el punto de vista psicológic­o es una buena noticia, aunque desde una perspectiv­a epidemioló­gica lo que funciona es el encierro. Armonizar la salud mental y física sería lo ideal, porque de nada sirve tener una vida social muy restringid­a si luego te tienen que intubar. Es un juego de equilibrio­s. Y debe ir acompañado de la responsabi­lidad individual», recuerda Rafael San Román, psicólogo de Ifeel.

A lo largo de la pandemia, explica este experto, el cansancio y el factor acumulació­n van pesando cada vez más. «La soledad no es una cuestión de edad. Se puede resistir un tiempo, pero las personas nos tenemos que relacionar, y mejor en persona que a través de una pantalla», plantea este experto, que reconoce que el aislamient­o nos hace «perder perspectiv­a y ser más obsesivos a nivel emocional», entre otros. «Los que vivimos solos hemos superado una prueba de fuego. Pasamos meses sin tocar a nadie», plantea Juan. Y, más allá de charlas y abrazos, la gente necesita un contacto más estrecho. «Estar meses sin tener relaciones sexuales no es real, ni bueno», plantea San Román.

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