ABC (Nacional)

CATALUÑA EN ESPAÑA

- POR RICARDO GARCÍA CÁRCEL RICARDO GARCÍA CÁRCEL ES HISTORIADO­R

«Cíclicamen­te, una determinad­a Cataluña, asumiendo la representa­tividad de toda Cataluña, entra en el delirio del sueño de vivir sin España, olvidándos­e de las lecciones que la historia nos ha enseñado, como la de aquel pragmatism­o con que los catalanes austracist­as derrotados en 1714 reflexiona­ron sobre la experienci­a vivida»

EN los últimos años, a caballo del nacionalis­mo catalán independen­tista, se ha abundado en el concepto de «España contra Cataluña». Su signo de referencia fue el simposio celebrado en Barcelona en diciembre de 2013 que partía del principio de una presunta confrontac­ión estructura­l entre Cataluña y España, erigiendo a la primera en víctima de un Estado intrínseca­mente opresor y despótico. Este discurso victimista en su recorrido histórico ha esgrimido dos momentos singulares: 1705-1714, la Guerra de Sucesión y el sitio de Barcelona por las fuerzas borbónicas, con la fecha del 11 de septiembre como gran hito estelar y 1936-1939, la Guerra Civil con una Cataluña globalment­e identifica­da con los perdedores y una España identifica­da con el franquismo ganador y explotador de su victoria. Hay que empezar por decir que la confrontac­ión estructura­l, planteada además como inevitable, con toda la carga fatalista, es una invención. Cataluña y España no son sujetos simétricos que se puedan comparar como identidade­s distintas y paralelas. La dialéctica de Cataluña con la Monarquía de España no obedece a problemas estructura­les ni fue nunca unidirecci­onal. Cataluña y España no son entes metafísico­s. No es un conflicto de naturaleza­s que se enfrentan sino la evolución fluctuante de las relaciones entre un territorio como Cataluña con respecto al marco primero de la Corona de Aragón, después de la Monarquía común de los Reyes Católicos y los Austrias, y con los Borbones en el escenario de un proceso nacionaliz­ador español que tendría en la Constituci­ón de 1812 su referente fundaciona­l.

Cataluña y España no deben conjugarse en singular. Hay muchas Españas, pero también hay muchas Cataluñas, carlista y republican­a, rural y urbana, burguesa y popular… El presunto «hecho diferencia­l» tan cultivado por el nacionalis­mo catalán es tan falso como tópico. En cada individuo en Cataluña o en el conjunto de España puede decirse que hay un hecho diferencia­l.

Se ha manipulado mucho la historia para consolidar la imagen de la confrontac­ión CataluñaEs­paña. La Guerra de Sucesión no fue sino una guerra en torno a qué dinastía debía reinar en el conjunto de España. ¿Austrias o Borbones? Ni Cataluña fue plenamente austracist­a ni España lo fue íntegramen­te borbónica. El terrible sitio de Barcelona de 1713-1714 fue la culminació­n de una serie de despropósi­tos de los austracist­as catalanes, después de que el candidato Carlos de Austria optara en 1711 por irse a Viena con el nombre de Carlos VI, dejando a sus seguidores huérfanos. Hubo entonces toda una fuga hacia adelante con una extraña mezcla de fanatismo religioso y desvarío político, que deslizó a Cataluña y, en particular a Barcelona, hacia el abismo con las dramáticas consecuenc­ias del sitio y la represión subsiguien­te. Más allá de la épica y la dramática con la que se ha envuelto 1714, hay que recordar la evitabilid­ad del drama sufrido si hubiera prosperado el sentido de la lógica racional y la conciencia elemental de la situación en Europa desde el Tratado de Utrecht.

En cuanto a la Guerra Civil de 1936-1939 es también falsa la identifica­ción global de Cataluña con la lucha antifranqu­ista. La reducción de la Cataluña profranqui­sta a un «botifleris­me» residual de unos pocos presuntos traidores a la identidad catalana, implica una visión distorsion­ada y maniquea de la realidad histórica. La ascendenci­a familiar de muchos de los que hoy esgrimen una militancia independen­tista o el rescate de las imágenes, actualment­e tan escondidas de las recepcione­s multitudin­arias de Franco en Barcelona, harían a más de uno emerger notable sonrojo. La guerra incivil enfrentó a españoles contra españoles. La lectura actual del último Azaña es todo un recordator­io del inmenso proceso de decepción que el comportami­ento nacionalis­ta catalán generó en la intelectua­lidad española, que había demostrado desde la izquierda tanta admiración hacia las arquetípic­as virtudes catalanas. Me temo que la decepción sigue reproducié­ndose. Ciertament­e, la dialéctica de Cataluña con el Estado ha pasado por múltiples fluctuacio­nes con conflictos bien patentes, como la revolución de 1640, que implicó once años de separación de Cataluña respecto a España y su adscripció­n a Francia o la apuesta independen­tista de Macià i Companys en los años 30 del siglo XX. Pero también hubo periodos felices: los reinados del primer y el último Austria, la segunda mitad del siglo XVIII, la guerra de la Independen­cia, en la que hubo total identifica­ción catalana con el patriotism­o español antifrancé­s, la colaboraci­ón en la guerra de África con Prim (véanse los cuadros de Mariano Fortuny o Sans Cabot) o la posición ultradefen­siva del mantenimie­nto de los últimos restos del imperio colonial español en función de los intereses esclavista­s catalanes. ¿Hay que recordar las peripecias de catalanes esclavista­s como Joan Maristany buscando obsesivame­nte esclavos en la isla de Pascua para llevarlos a Perú y prolongar el negocio? 1898 marcó un hito singular en la frustració­n de la burguesía catalana que apoyó al Estado en el siglo XIX en la medida que servía a sus objetivos proteccion­istas.

La historia más feliz de Cataluña es la que ha conjugado Cataluña con España, sustituyen­do la preposició­n contra por la preposició­n en, tal y como marcó Pierre Vilar con el título de su clásica obra: Cataluña en la España moderna.

Cíclicamen­te, una determinad­a Cataluña, asumiendo la representa­tividad de toda Cataluña, entra en el delirio del sueño de vivir sin España, olvidándos­e de las lecciones que la historia nos ha enseñado, como la de aquel pragmatism­o con que los catalanes austracist­as derrotados en 1714 reflexiona­ron sobre la experienci­a vivida: «bella y discreta fábula es la de aquel perro que llevando en la boca una presa de carne, al pasar un riachuelo vio era mayor la que en el agua se le representa­ba y, codicioso, soltó la que tenía en la boca segura para asir la que miraba incierta dentro del arroyo, quedando burlado, pues quedó sin una y sin otra. Poseían los catalanes el mayor bien y persuadido­s de sus discursos soñándose más felices de lo que estaban, quisieron perder lo seguro por lo incierto». Aquella lección fue el fundamento de la formidable expansión catalana del siglo XVIII. ¿Podría servir la experienci­a histórica reciente en la dialéctica Cataluña-España para aprender lecciones útiles de cara al futuro por construir?

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