CATALUÑA EN ESPAÑA
«Cíclicamente, una determinada Cataluña, asumiendo la representatividad de toda Cataluña, entra en el delirio del sueño de vivir sin España, olvidándose de las lecciones que la historia nos ha enseñado, como la de aquel pragmatismo con que los catalanes austracistas derrotados en 1714 reflexionaron sobre la experiencia vivida»
EN los últimos años, a caballo del nacionalismo catalán independentista, se ha abundado en el concepto de «España contra Cataluña». Su signo de referencia fue el simposio celebrado en Barcelona en diciembre de 2013 que partía del principio de una presunta confrontación estructural entre Cataluña y España, erigiendo a la primera en víctima de un Estado intrínsecamente opresor y despótico. Este discurso victimista en su recorrido histórico ha esgrimido dos momentos singulares: 1705-1714, la Guerra de Sucesión y el sitio de Barcelona por las fuerzas borbónicas, con la fecha del 11 de septiembre como gran hito estelar y 1936-1939, la Guerra Civil con una Cataluña globalmente identificada con los perdedores y una España identificada con el franquismo ganador y explotador de su victoria. Hay que empezar por decir que la confrontación estructural, planteada además como inevitable, con toda la carga fatalista, es una invención. Cataluña y España no son sujetos simétricos que se puedan comparar como identidades distintas y paralelas. La dialéctica de Cataluña con la Monarquía de España no obedece a problemas estructurales ni fue nunca unidireccional. Cataluña y España no son entes metafísicos. No es un conflicto de naturalezas que se enfrentan sino la evolución fluctuante de las relaciones entre un territorio como Cataluña con respecto al marco primero de la Corona de Aragón, después de la Monarquía común de los Reyes Católicos y los Austrias, y con los Borbones en el escenario de un proceso nacionalizador español que tendría en la Constitución de 1812 su referente fundacional.
Cataluña y España no deben conjugarse en singular. Hay muchas Españas, pero también hay muchas Cataluñas, carlista y republicana, rural y urbana, burguesa y popular… El presunto «hecho diferencial» tan cultivado por el nacionalismo catalán es tan falso como tópico. En cada individuo en Cataluña o en el conjunto de España puede decirse que hay un hecho diferencial.
Se ha manipulado mucho la historia para consolidar la imagen de la confrontación CataluñaEspaña. La Guerra de Sucesión no fue sino una guerra en torno a qué dinastía debía reinar en el conjunto de España. ¿Austrias o Borbones? Ni Cataluña fue plenamente austracista ni España lo fue íntegramente borbónica. El terrible sitio de Barcelona de 1713-1714 fue la culminación de una serie de despropósitos de los austracistas catalanes, después de que el candidato Carlos de Austria optara en 1711 por irse a Viena con el nombre de Carlos VI, dejando a sus seguidores huérfanos. Hubo entonces toda una fuga hacia adelante con una extraña mezcla de fanatismo religioso y desvarío político, que deslizó a Cataluña y, en particular a Barcelona, hacia el abismo con las dramáticas consecuencias del sitio y la represión subsiguiente. Más allá de la épica y la dramática con la que se ha envuelto 1714, hay que recordar la evitabilidad del drama sufrido si hubiera prosperado el sentido de la lógica racional y la conciencia elemental de la situación en Europa desde el Tratado de Utrecht.
En cuanto a la Guerra Civil de 1936-1939 es también falsa la identificación global de Cataluña con la lucha antifranquista. La reducción de la Cataluña profranquista a un «botiflerisme» residual de unos pocos presuntos traidores a la identidad catalana, implica una visión distorsionada y maniquea de la realidad histórica. La ascendencia familiar de muchos de los que hoy esgrimen una militancia independentista o el rescate de las imágenes, actualmente tan escondidas de las recepciones multitudinarias de Franco en Barcelona, harían a más de uno emerger notable sonrojo. La guerra incivil enfrentó a españoles contra españoles. La lectura actual del último Azaña es todo un recordatorio del inmenso proceso de decepción que el comportamiento nacionalista catalán generó en la intelectualidad española, que había demostrado desde la izquierda tanta admiración hacia las arquetípicas virtudes catalanas. Me temo que la decepción sigue reproduciéndose. Ciertamente, la dialéctica de Cataluña con el Estado ha pasado por múltiples fluctuaciones con conflictos bien patentes, como la revolución de 1640, que implicó once años de separación de Cataluña respecto a España y su adscripción a Francia o la apuesta independentista de Macià i Companys en los años 30 del siglo XX. Pero también hubo periodos felices: los reinados del primer y el último Austria, la segunda mitad del siglo XVIII, la guerra de la Independencia, en la que hubo total identificación catalana con el patriotismo español antifrancés, la colaboración en la guerra de África con Prim (véanse los cuadros de Mariano Fortuny o Sans Cabot) o la posición ultradefensiva del mantenimiento de los últimos restos del imperio colonial español en función de los intereses esclavistas catalanes. ¿Hay que recordar las peripecias de catalanes esclavistas como Joan Maristany buscando obsesivamente esclavos en la isla de Pascua para llevarlos a Perú y prolongar el negocio? 1898 marcó un hito singular en la frustración de la burguesía catalana que apoyó al Estado en el siglo XIX en la medida que servía a sus objetivos proteccionistas.
La historia más feliz de Cataluña es la que ha conjugado Cataluña con España, sustituyendo la preposición contra por la preposición en, tal y como marcó Pierre Vilar con el título de su clásica obra: Cataluña en la España moderna.
Cíclicamente, una determinada Cataluña, asumiendo la representatividad de toda Cataluña, entra en el delirio del sueño de vivir sin España, olvidándose de las lecciones que la historia nos ha enseñado, como la de aquel pragmatismo con que los catalanes austracistas derrotados en 1714 reflexionaron sobre la experiencia vivida: «bella y discreta fábula es la de aquel perro que llevando en la boca una presa de carne, al pasar un riachuelo vio era mayor la que en el agua se le representaba y, codicioso, soltó la que tenía en la boca segura para asir la que miraba incierta dentro del arroyo, quedando burlado, pues quedó sin una y sin otra. Poseían los catalanes el mayor bien y persuadidos de sus discursos soñándose más felices de lo que estaban, quisieron perder lo seguro por lo incierto». Aquella lección fue el fundamento de la formidable expansión catalana del siglo XVIII. ¿Podría servir la experiencia histórica reciente en la dialéctica Cataluña-España para aprender lecciones útiles de cara al futuro por construir?