Cuando empieza a aclarar
En cada rincón del planeta la pandemia sigue un curso desigual, aunque en todos deja su rastro de dolor e incertidumbre. Un dolor y una incertidumbre a los que cada uno debe responder ya, aquí y ahora, sin esperar a la circunstancia anhelada de que el virus haya sido derrotado. Necesitamos razones para resistir, para esperar, en definitiva, para vivir. Y no pueden proceder de un sueño o de una mera ilusión. Pero es verdad que en esa lucha cotidiana que mantenemos desde hace un año nos alivia la comprobación de que hay lugares donde empieza a recuperarse la posibilidad del encuentro, de la mirada cara a cara, de la fiesta compartida.
La imagen de las gradas llenas de gente para disfrutar del torneo de tenis de Melbourne produce alivio y provoca una sana envidia. También allí ha sido necesaria una lucha llena de sacrificio, y no creo que nadie se atreva a apostar que ya se ha terminado definitivamente, pero el hecho suscita un atisbo de luz. La clave para esta lucha de fondo es la conciencia del bien radical que es la vida, y la certeza de que no estamos solos en la aventura, dure lo que dure. Necesitamos atesorar recursos como la solidaridad y la amistad cívica para no ceder al desaliento. No sabemos cómo será el escenario dentro de unos meses en España, y la experiencia nos advierte contra señuelos demasiado fáciles que ya nos han provocado más de una frustración. Pero alegra saber que en nuestras antípodas ha empezado a aclarar después de la tormenta, y también aligera el arduo camino.