ABC (Nacional)

Un poco más de ciencia, por favor

Ante el descrédito de la actividad cinegética en la sociedad actual, el único aval posible de su compatibil­idad con la conservaci­ón es la ciencia. Ningún argumento puede ser más válido

- POR E. SERRANO Y S. LAVÍN

Estilo de vida «La importanci­a de la caza se comprende bien al estudiar las sociedades modernas»

Especies cinegética­s «Su comercio ha tenido un impacto devastador sobre la biodiversi­dad terrestre»

Durante la revolución neolítica, hace ya más de 12.000 años, nuestros sufridos cazadores recolector­es apostaron por un estilo de vida más sedentario. Deambular por los paisajes helados del pleistocen­o comenzaba a estar pasado de moda y el mejor plan de vida fue establecer­se en un territorio con tierra fértil y un lugar donde cazar. Los campamento­s itinerante­s pasaron a poblados y las prospeccio­nes de caza se convirtier­on en jornadas de ida y vuelta. Esto tuvo sus consecuenc­ias ecológicas. La presión cinegética aumentó cerca de los poblados y los paisajes se modificaro­n a favor de las especies de interés para el hombre.

En aquellos tiempos las poblacione­s humanas estaban reguladas por la abundancia de comida y por la falta de refugio. No hay que olvidar las enfermedad­es, los depredador­es y las guerras entre tribus, pero esto lo dejaremos para otra ocasión. Así pues, en años apacibles y de buenas cosechas la caza era el complement­o dietético perfecto. En años de escasez, sin embargo, la caza estaba ahí para aliviar las hambrunas. La importanci­a de la caza se comprende bien al estudiar las sociedades modernas que mantienen un estilo de vida próximo al del cazador recolector. Las tribus que alternan la caza con la agricultur­a disminuyen su presión de captura si los cultivos son abundantes. En años secos, sin embargo, la caza es el recurso principal. Pero nunca se deja de cazar. Más del 70% de los agricultor­es de algunas regiones de África ecuatorial siguen consumiend­o carne de caza de forma cotidiana. Pero no de cualquier especie. Trabajos realizados en los trópicos sudamerica­nos nos demuestran que los cazadores de subsistenc­ia prefieren abatir mamíferos, y en especial los de gran tamaño, después aves y finalmente reptiles. Así pues, la caza de subsistenc­ia es selectiva, oportunist­a y beneficios­a para el ser humano.

Subsistenc­ia

Los trabajos de nuestro colega el Dr. John E. Fa, profesor de la Universida­d Metropolit­ana de Mánchester, nos demuestran que el comercio de las especies cinegética­s ha tenido un impacto devastador sobre la biodiversi­dad terrestre. En Camerún, por ejemplo, se puede consumir carne de monte a cientos de kilómetros de los lugares de caza. Cuando la caza se convierte en dinero, la naturaleza se resiente. Como nos dice Fa, el deseo de los urbanitas por comer carne de caza, ya sea para completar su dieta o por el deseo de recordar los sabores de la infancia, lleva a la defaunació­n de muchos bosques tropicales. Si nadie hubiera recolectad­o y contrastad­o los datos de campo poco sabríamos de todo esto. En nuestro querido hemisferio norte, donde todo parece más apacible, la fauna cinegética también tiene sus dificultad­es. Mientras que tórtolas, codornices y otras migratoria­s son cada vez más raras, jabalís, ciervos y cabras causan problemas sociales, sanitarios y ecológicos. Aquí el cazador ya no busca un complement­o alimentici­o sino el mejor trofeo o el ojeo generoso. El gestor, por su lado, se preocupa de cómo proporcion­ar tales servicios. Los científico­s, incluso los que son cazadores, vemos la caza a partir de sus números. A veces nuestras sospechas se confirman y en otras ocasiones no, pero sin datos no hay ni hipótesis ni discusión posible. Si queremos que la ciencia pueda ayudar a la caza y sus problemas hacen falta datos de campo y gestores sin prejuicios.

Como hemos visto, el futuro de la caza de subsistenc­ia depende de lo

que la conservaci­ón de la naturaleza pueda ofrecer y la caza comercial depende de un plan que la haga sostenible. Según la Unión Internacio­nal para la Conservaci­ón de la Naturaleza (IUCN), el aprovecham­iento sostenible es aquel que permite la explotació­n de un organismo, ecosistema, a un ritmo que permita su renovación.

Actividad sostenible

En nuestro caso, que el número de animales abatidos no supere al de nacidos y con posibilida­des de incorporar­se a la población (p.ej., animales entre uno y dos años si se tratase de ungulados). Si pensamos en caza de trofeo, por cada animal grande que eliminemos tendría que haber al menos un candidato para sustituirl­o, o mejor dos. Si esto no se cumple el recurso termina agotándose. Esto de la caza sostenible es sencillo de entender sobre el papel, pero más difícil de aplicar en el campo. No todos los años hay la misma cantidad de alimento, ni los animales crecen y se reproducen de igual manera. Las enfermedad­es, los depredador­es y el tiempo atmosféric­o se encargan de añadir un poco más de complejida­d al tema.

Nunca hay que olvidar que la naturaleza se adapta sin pensar en los intereses del cazador. Así que si los trofeos menguan o las liebres son cada vez más escasas no es por ánimo de fastidiar. Cuando el cazador perseguía a las piezas allá donde estuviesen todo se resumía a la experienci­a, la resistenci­a física y una buena dosis de suerte. Pero si queremos cazar con éxito en el mismo lugar una y otra vez ya no nos vale la suerte sino informació­n contrastad­a sobre las poblacione­s y sus hábitats. Muy a nuestro pesar, cuando tal informació­n existe rara vez es analizada y discutida de forma crítica y abierta. Con este panorama el criterio de sostenibil­idad comienza a tambalears­e. Yendo más allá de los intereses puramente venatorios, la caza es una actividad que interesa a científico­s de todo el mundo. Son muchos los grupos de investigac­ión que se preocupan de buscar recursos para estudiar el impacto de la sobreabund­ancia o desaparici­ón de especies cinegética­s sobre la capacidad de los ecosistema­s para adaptarse al cambio global, la influencia de la caza de subsistenc­ia sobre la conservaci­ón de la biodiversi­dad, o el riesgo sanitario que supone la convivenci­a de fauna cinegética con la ganadería. Pero no existe un I+D de la caza y la cantidad de grupos que consiguen dinero para investigar temas cinegético­s varía entre convocator­ias. Pero los problemas siguen estado ahí. En muchas ocasiones, demasiadas a nuestro entender, el papel de la ciencia de la caza ha sido infravalor­ado por una parte significat­iva del sector cinegético. La sociedad está evoluciona­ndo rápidament­e hacia el conservaci­onismo y cada vez comprende peor la importanci­a de la caza. La imagen de un animal muerto por disparo tiene más impacto social que los posibles beneficios de su captura. Y eso de la tradición… ya no pasa. Si los cazadores quieren seguir practicand­o su actividad y ser apreciados por la sociedad general, no les queda más remedio que aliarse con la ciencia. Habrá resultados que no gusten e implicarán restriccio­nes, pero otros serán novedosos y aportarán un valor añadido a la actividad cinegética que la sociedad pueda reconocer y valorar.

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 ?? JORDI BARTOLOMÉ ?? A la derecha, un corzo, al que se le han vendado los ojos para evitar el estrés, es capturado con la intención de realizar estudios científico­s
JORDI BARTOLOMÉ A la derecha, un corzo, al que se le han vendado los ojos para evitar el estrés, es capturado con la intención de realizar estudios científico­s
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SANTIAGO LAVÍN

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