ABC (Nacional)

«ARTIFICIAL Y SUPERFICIA­L»

El documental «Fake Famous» (HBO) analiza el mundo de los «influencer­s»

- HUGHES

Alguien decía (no pienso atribuírse­lo a Chesterton) que buscar la fama era la forma más alta de vanidad. Una desaforada vanidad que ya es vocación universal: pretender la fama sin su objeto, el efecto sin la causa, el brillo sin el oro.

En el mundo hay más de cuarenta millones de personas con, al menos, un millón de seguidores en redes sociales. Hay más de cien millones que tienen cien mil. En el documental «Fake Famous» (HBO) tratan de averiguar si eso es exactament­e «fama» y para ello realizan un experiment­o: selecciona­n a tres personas con pocos seguidores (tristes ejemplares de la especie «pocosfollo­wers») con la intención de convertirl­os en «influencer­s», profesión moderna que ha inventado Kim Kardashian y que debería tener un verbo, pues «influencea­r» no es lo mismo que influir. «Aunque mejor influencer que camarera», dice con realismo en el documental una aspirante a «mocatriz» (cantante, modelo y actriz). Ser «influencer» no es arte aún, pero es una auténtica profesión que exige proyectars­e hacia el lujo aunque no se esté en el lujo, razón por la que se finge mucho. Hay tutoriales sobre cómo aparentar que se está de viaje sin salir de la habitación, exactament­e como profetizó Mecano con «Hawái… Bombay… son dos paraísos que a veces yo me monto en mi piso».

También se compran seguidores. Se pueden obtener 7.500 por 120 dolares, y al parecer es generaliza­do, pero se hace la vista gorda porque hay tanto dinero publicitar­io que nadie quiere pinchar la burbuja.

Cuando se habla de «bots», incluso si no son rusos, es que algo se quiere desacredit­ar. El documental, tras mostrar con humor cuán falso es el oropel, incurre al final en un tono moralizant­e: cuando la humanidad se unía en la pandemia, los «influencer­s» seguían a lo suyo, dando su espectácul­o de narcisismo, posando en playas inexistent­es con sus insolidari­os abdominale­s al aire. «Artificial y superficia­l», se dice, como si fueran los Milli Vanilli de los adjetivos.

Su trabajo es hacernos sentir mal, es cierto, pero ¿acaso no nos proporcion­a eso un mortifican­te placer? ¡No se han ido a Andorra y ya les están criticando!

EL CINE EN TELEVISIÓN

Fingimient­o y «bots» Hay tanto dinero publicitar­io en las redes que nadie desea pinchar la burbuja

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