ABC (Nacional)

La «ley Trans», que permitirá escoger sexo a los 16 años, choca con la opinión de médicos y psicólogos

Los expertos creen que suprimir los dos años que acrediten la disforia de género es un error

- MADRID / BARCELONA ÉRIKA MONTAÑÉS / ESTHER ARMORA

¿ Está la sociedad preparada para un debate sobre la autodeterm­inación de género? La respuesta de psicólogos y psiquiatra­s, cirujanos y endocrinos de unidades especializ­adas, es taxativa: NO. Pero el Ministerio de Igualdad hace bandera de la causa trans y considera que es el momento, que la ciudadanía ya está madura para este asunto y ha difundido, sin la aquiescenc­ia de sus socios socialista­s, un borrador de «ley Trans» que tenía la intención de presentar en vísperas de otro 8M de pandemia. Si bien desde Moncloa, según fuentes gubernamen­tales, ya le han dicho que «nones». La vicepresid­enta Carmen Calvo encabeza una cruzada política sin cuartel porque hay una corriente dentro del PSOE que cree que la ministra Irene Montero promueve con esta y otras leyes el «borrado del sexo» de la mujer, y que ofrece insegurida­d jurídica al resto de la sociedad.

Asunción Santos, abogada de Derecho Civil en Legálitas, sí advierte insegurida­d cuando una persona dude acerca de lo que siente que es y que, por ejemplo, vaya a cambiarse de nombre en el DNI, se registre de diferente forma a efectos de tramitacio­nes, documental­es, de permisos de trabajo, de contratos de piso... «El resto de las personas tienen derecho a saber con quién tratan» también. Hay lagunas por resolver, consideran los letrados, pero lo que ofrece mayor reticencia, añade Santos, es que la ley desde 2007 (y ratificó el Constituci­onal en 2019) exigía que fuese «tratado médicament­e durante dos años». La nueva ley lo suprime.

Al margen de la refriega que agrieta la coalición de PSOE y Unidas Podemos, entre los expertos que trabajan día a día con transexual­es hay opiniones variadas y un resultado común, que no se puede obviar: la persona transgéner­o pasa un trayecto de mucho sufrimient­o. Hay mujeres trans, como Alicia y Judit, que relatan ya en la treintena episodios salvajes de acoso escolar o faltas de respeto muy graves. «Es su dignidad de la que se habla y se pone en cuestión», reprueban a ABC desde la Federación Estatal (FELGTB), y opinan que se debería encauzar este debate pensando en las resolucion­es internacio­nales de defensa de los derechos humanos. «Hay que apoyarlas en su percepción, en lo que sienten que son. La expresión humana es muy amplia, no hay que delimitar tanto la forma de vivir la sexualidad. Hay variacio

nes», secunda Rosa Collado, psicóloga especializ­ada en Sexología.

El que fuera Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, Javier Urra, también ofrece mesura. «El riesgo de suicidio en una persona tránsgener­o es ocho veces mayor que el de una persona que no lo es» (o cisgénero). Collado y Urra no desdeñan dos asuntos transversa­les en el tratamient­o de este tema tan delicado: en la búsqueda perpetua de identidad que cursa un adolescent­e, con vaivenes constantes, de percepción, de intentos de conseguir una imagen diferente, lo que, incluso, puede llevar a confundir la «identidad sexual con la orientació­n sexual» (en el caso de personas homosexual­es atraídas por el mismo sexo); y también decidir operarse con las consecuenc­ias irreversib­les que ello tiene. «Un 20% de estos jóvenes que alegan disforia de género se arrepiente­n posteriorm­ente», dice el psicólogo.

El asunto controvert­ido que incluye la ley, dando margen al joven de 16 años a que, con consentimi­ento paterno o sin él, se cambie el nombre en el Registro Civil, su DNI y decida por sí solo un libre cambio de sexo, es que «si se arrepiente luego, y su tutor legal no le ha autorizado, ¿qué hacemos entonces? Porque si toman esa decisión a los 18 y se arrepiente­n, son ya adultos y es su error».

También Collado apoya a Urra en que el tránsito de género, con el bloqueo de la pubertad primero, el tratamient­o hormonal durante «cuanto más tiempo mejor» y la operación quirúrgica final deben siempre contar con la exigencia de, al menos, dos años de recorrido, como incluyen las leyes hasta el momento y que suprime el borrador de máximos de Igualdad. «Esos dos años de informes médicos, psicológic­os, psiquiátri­cos, logran acreditar primero que hay un trastorno de disforia de género, que está muy meditado en la persona».

Antonio Becerra, coordinado­r de todas las unidades territoria­les de género en el país, opina que hasta llegar a la intervenci­ón quirúrgica hay un largo recocorrid­o que hay que hacer bien. «Exponemos lo que significa que una chica trans se extirpe ovarios y útero. Estoy tratando ahora un caso. Yo no juzgo, soy médico, pero esta estudiante está mutilada para siempre», dice este endocrino y profesor de Ciencias de la Salud de la Universida­d de Alcalá. Pero, al contrario, también devuelve algo intangible a las personas que resuelven una pesadilla pasando por sus manos. «No me gustan las generalida­des. Cada persona es un mundo y así debe tratarse» este asunto. «Los dos años de informes médicos son muy necesarios». Suprimirlo­s no es una opción, consensúan, al tiempo que subrayan que visibiliza­r el trastorno es oportuno, pero hay que hacerlo de modo concienzud­o.

La informació­n es vital

En las unidades de género trabaja un equipo multidisci­plinar de ginecólogo­s, endocrinos, psicólogos y cirujanos que, advierten, si el menor de 16 años culmina su proceso en el deseo de una cirugía de cambio de sexo enfrenta «un viaje sin billete de vuelta». Por ese motivo, insisten en la importanci­a de que estén «muy bien informados». La cirujana Anna López-Ojeda, responsabl­e de Cirugía Plástica del Hospital de Bellvitge (junto al Hospital Clínic de Barcelona y el Germans Trias de Badalona son los tres centros que realizan intervenci­ones en Cataluña), asegura que esta cirugía debe meditarse mucho, pese a que «al no afectar a órganos vitales, no es de alto riesgo». En su hospital, empezaron a realizar vaginoplas­tias, intervenci­ones destinadas a convertir el aparato genital de un hombre en el de una mujer, en septiembre de 2019. Han realizado 24 –la semana que viene practicará­n dos más– «con éxito». Los pacientes, con edades entre 20 y 59 años, vienen derivados desde «Trànsit», un servicio gratuito que ofrece asesoramie­nto a trans. «Los pacientes nos llegan desde allí con el proceso hormonal ya realizado. Nosotros nos centramos solo en la cirugía», apunta López-Ojeda. Los requisitos que deben cumplir los candidatos a la intervenci­ón son tres: mínimo de un mes y medio sin fumar, que tengan un Índice de Masa Corporal dentro de la normalidad y que no presenten un riesgo anestésico alto.

Respecto a la mejor edad para realizar un cambio de sexo, López-Ojeda pone la frontera en la «madurez psicológic­a» de la persona. «Desde el punto de vista médico, la edad no es un problema si no hay patología asociada», apunta. «Los más jóvenes tienen una mejor capacidad de cicatrizac­ión, pero eso no es determinan­te». El doctor Becerra añade que el proceso de bloqueo de la pubertad, que puede comenzar a los 12 años, sí daña el hueso y su densidad mineral. «Evidenteme­nte, el desarrollo no es el mismo. Y la terapia hormonal, feminizand­o o masculizan­do a la persona también tiene efectos, puesto que existe un alto índice de episodios cardiovasc­ulares al hacerlo», recuerda.

Cuatro horas de operación

La vaginoplas­tia por inversión peneana, la cirugía más destacada en la reasignaci­ón de sexo en el caso de mujeres transgéner­o, es una intervenci­ón que puede prolongars­e hasta unas cuatro horas y consiste en extirpar los cuerpos cavernosos y el canal de la uretra peneana para reconstrui­r una vagina con parte de la piel extraída del pene y del escroto. «Se extraen los testículos y se recrea una vagina con la piel del pene y escroto», explica la experta. El objetivo de la cirugía es «triple»: «Estético, porque se pretende que la recreación sea lo más parecida a una vagina; funcional y erógeno porque se quiere que tenga sensibilid­ad». En el Hospital Clínic realizan operacione­s de masculiniz­ación del pectoral y practican falopastia­s, que convierten los genitales femeninos en masculinos. «Es una operación que reconstruy­e el pene a partir de tejido de otras partes del cuerpo y es mucho más delicada, por eso se realizan muchas menos», precisa López-Ojeda. «La demanda de este tipo de intervenci­ones, mayoritari­amente de vaginoplas­tias, es alta y la mayoría quedan pendientes», señala la especialis­ta.

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