ABC (Nacional)

El Barça tira lo poco que tenía

► Los andaluces dejan muy encarrilad­o el pase a la final de Copa después de imponerse con justicia a un rival vulgar, cansado y sin reacción

- SALVADOR SOSTRES

Volvió ayer el torneo de la galleta, el que Mourinho se conformaba con ganarle al Barça en la era Guardiola y el que Koeman lo considera «el camino más corto para ganar el título». Yo aún recuerdo los años grises de mi infancia, en los que un Barça muy mediocre era un gran levantador de Copas del Rey y de Recopas. Era todo tan sórdido que llegó a gustarme el baloncesto, y a falta de otras alegrías, mis ídolos eran Epi y Solozábal. ¡Insólito! ¡Gente que salta! Hoy Koeman, a quien yo tanto quiero, porque para cualquier barcelonis­ta serio, la piedra filosofal es su gol en Wembley, ahorra en la Liga lo que quiere invertir en la Copa; es decir, renuncia por impotencia a un torneo principal para salvar el pellejo en una timba de segundones. Me gusta el fútbol y la tensión de las eliminator­ias, me gusta el Sevilla, el Pizjuán y hasta Mateu Lahoz haciendo el hortera en su exhibicion­ista compadreo con los jugadores. Pero –y esto es importante decirlo antes de que se resuelva la eliminator­ia, para que nadie piensa que digo que son verdes por no poder haberlas– lo único que realmente importa de cada temporada es la Champions, la Liga sólo en cierto modo, y la Copa es algo totalmente menor, a lo sumo una tanda de penaltis ampliada.

El Barça se había propuesto el objetivo de marcar un gol, y es cierto que lo intentaba, seguro en la posesión y convencido de lo que tenía que hacer. Muy bien Mingueza con el balón. El Sevilla esperaba y sufría en silencio como las esposas en las canciones de Mocedades, hasta que Koundé, que es central, pero se creyó Maradona y que no llega a serlo, pero es un jugador extraordin­ario, rompió a la mantecosa defensa del Barça con una jugada memorable, aunque no habría sido posible sin el pasillo de rosas blancas que le brindaron Busquets y Umtiti. Con estos defensas, merecemos goles. Muchos goles. Una lluvia de goles, como un sumiso en una fiesta BDSM. Querer perder y que te azoten, es una perversión como otra. Con Busquets y Umtiti en el campo, lo raro no es que el Sevilla ganara, sino que sólo fuera por un gol.

Los locales se crecieron con la ventaja, y el Barça, como un equipo menor que se conforma con la Copa, bajó los brazos y le faltaba el orgullo de los que renunciaro­n, y luego un mero entrabanco les parece un abismo porque ya ni saben cuál es su sentido.

El Sevilla controlaba, el Barça acompañaba. Los dos equipos parecían sentirse cómodos con lo que pasaba. De no ser por una mano providenci­al de Ter Stegen, Escudero habría marcado el segundo. La primera parte transitó hacia el descanso como si sobre el terreno de juego sólo hubiera un equipo y el otro fuera una comparsa. Messi ni estaba ni se le esperaba. Aunque bueno, esto con el argentino nunca se sabe. Lo mismo que los Reyes, que invitaron a cenar a Sabino Fernández Campo a Zalacaín justo la noche antes de relevarle como jefe de la Casa, y no se lo contaron.

El Barça estaba cansado. El Sevilla también lo estaba, pero no tanto. Messi hacía como que comparecía, pero sin

Koundé El central, uno de los jugadores del momento, marcó un golazo propio del mejor de los delanteros

Rakitic El exazulgran­a hizo el segundo en otra acción en la que Umtiti, lento y resbaladiz­o, quedó retratado

lograr nada. Leve insinuació­n de algo parecido a una reacción visitante, pero antes de que ninguna novedad se produjera, se enfriaron los espaguetis a la carbonara de mi hija, que le había pedido en Tramonti, y que pusieron francament­e a prueba mi determinac­ión en no cenar por ver si soy capaz de rebajar el alcance de la foca.

Koeman no cambia

Lentos los minutos se consumían, lento el Barça se estrellaba en lo que intentaba. Con un gol, el Barça decantaba la eliminator­ia; con un gol, el Sevilla prácticame­nte la sentenciab­a. Nada estaba tan lejos para ser inimaginab­le y en el minuto 80, Koeman aguantaba aún los cambios, como siempre hace en los partidos importante­s, porque de hecho le gusta más lo que tiene en el campo. Lopetegui en el 81 acabó de consumir los cinco.

El Sevilla estrechó el campo y trató de dormir la noche en sus brazos. Ni siquiera quería atacar, le bastaba con tenerla. Riqui Puig en el 84 entró por Pedri. Minutos de las palomitas con el agravante de que coincidió su entrada con el segundo del Sevilla, obra de Rakitic, que no celebró el gol y casi pidió disculpas. Conformars­e con ganar la Copa es ya de por sí muy triste para un equipo como el Barça. Perderla es lo que sin duda merece por haberse rendido.

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Piña de los jugadores del Sevilla después del golazo de Koundé
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REUTERS

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