ABC (Nacional)

LO DESEABLE Y LO POSIBLE

- POR JUAN ANTONIO SAGARDOY BENGOECHEA JUAN ANTONIO SAGARDOY BENGOECHEA ES ACADÉMICO DE NÚMERO DE LA REAL DE JURISPRUDE­NCIA Y LEGISLACIÓ­N

«Ser feliz no es tener medios materiales –aunque estos ayuden a serlo–, sino sentirse equilibrad­o, ilusionado, acompañado y esperanzad­o. Y creo firmemente que si uno se empeña y lucha por ello acaba siendo feliz. El mayor enemigo es desear obsesivame­nte lo que sabemos que no podemos conseguir, pues nos lleva a la infelicida­d. Quizá una de las exigencias más rotundas de la felicidad radica en querer y ser queridos»

Alo largo de mi vida he repetido muchas veces una frase que me parece rotundamen­te acertada: «No todo lo socialment­e deseable es económicam­ente posible». El valor de esta frase trasciende a lo económico y a lo social. Es todo un programa vital que nos lleva a buscar el equilibrio entre lo que deseamos

(en lo personal, profesiona­l, económico y familiar) y lo que podemos alcanzar. Hay un factor ‘suerte’ que se escapa de nuestras manos y que nos viene dado, por lo que nada se puede decir al respecto. Es cierto que no podemos dejar a la ‘suerte’ como el faro de nuestra vida, pero si se acerca a nosotros hay que aprovechar­la. A veces, un amigo, una ocasión, o una decisión pueden cambiar el rumbo de nuestras vidas. Pero no podemos dejar como elemento principal al factor suerte. Hay que luchar y buscar esa suerte con trabajo, ilusión y perseveran­cia. Y en ese empeño de tener suerte y ser feliz resulta fundamenta­l planificar nuestra vida.

Quizá lo esencial resulte ponernos una meta, saber lo que queremos ser o alcanzar. A veces hay obstáculos que hacen imposible llegar a lo que uno quiere, pero, salvado esto, debemos saber cuál es nuestra meta vital y una vez que lo tenemos claro, hay que poner todos los medios a nuestro alcance para lograr lo propuesto. A menudo recuerdo a muchos personajes públicos que han triunfado en sus vidas y que se nos presentan como en un flash de llegada a la meta sin prestar atención a la carrera que ha precedido a ese punto final triunfal. En esas situacione­s, no hay triunfo sin sacrificio. Y casi tan importante como el sacrificio es tener claridad sobre lo que queremos. No perdernos en las dudas ni en las incertidum­bres que, por otra parte, es lógico que existan, y una vez que tengamos claro lo que queremos, hay que ponerse a la tarea de luchar por conseguirl­o.

Es importante señalar que lo que voy diciendo vale, de modo capital, para el comienzo de nuestra vida de adultos, pero es también plenamente aplicable para las distintas etapas de nuestras vidas en las que tenemos años, ánimo, medios distintos, a los que hay que amoldarse. Cuando uno llega a los sesenta, la reflexión que tenemos que hacer sobre nuestro futuro conlleva elementos distintos a la que correspond­ería hacer cuando cumplimos los cuarenta.

En un ámbito más general, es importante tener claro que objetivame­nte debemos desechar como posible lo que resulta imposible para nosotros. Por ejemplo, ser un bailarín de primera siendo un zote en el baile, o un gran pintor si uno no sabe ‘hacer la o con un canuto’. Lo que uno sabe que no podrá hacer debe desecharlo con toda tranquilid­ad. Da mucha paz. Pero, apartado lo ‘imposible’, hay que poner todo el esfuerzo en lo ‘posible’. Y en ese campo hay algo muy importante a tener en cuenta: el logro de ser felices. Quizá lo esencial en nuestras vidas es la felicidad. Y esa felicidad está al alcance de todos, salvo que nos propongamo­s metas que sabemos inalcanzab­les, como digo. Y como ser feliz es fundamenta­lmente un estado de ánimo, no es muy difícil alcanzarlo cuando se consigue lo que se quiere, cuando se tiene autoestima, cuando uno se siente querido por su familia y sus amigos, cuando asimila los fracasos, cuando ayuda a los demás… en definitiva, cuando uno está en paz consigo mismo.

Ser feliz no es tener medios materiales –aunque estos ayuden a serlo–, sino sentirse equilibrad­o, ilusionado, acompañado y esperanzad­o. Y creo firmemente que si uno se empeña y lucha por ello acaba siendo feliz. El mayor enemigo es desear obsesivame­nte lo que sabemos que no podemos conseguir, pues nos lleva a la infelicida­d.

Quizá una de las exigencias más rotundas de la felicidad radica en querer y ser queridos. Lo primero depende de nosotros; lo segundo, también, en buena parte si sabemos huir de la soledad y ser abiertos de corazón. En esta tarea vital es muy aconsejabl­e hacer altos en el camino, pararse a pensar sobre lo que hacemos y pensamos para corregir lo que sea necesario, teniendo siempre muy presente que hay mayor satisfacci­ón en dar que en recibir. El que espera mucho está expuesto a la decepción, y el que espera poco a la insatisfac­ción. No quiero con ello defender que en nuestras vidas tengamos que abandonar metas de altura, sino que debemos saber cuál es la altura adecuada para nosotros. No debemos olvidar que todo lo que vale, cuesta. Y normalment­e si vale mucho, cuesta mucho. Como es lógico, ese coste nos pesa, y a veces nos agota, y es ahí donde entra en juego ese motor que nos lleva a la lucha interior y al esfuerzo individual. Pero, aunque pese sobre nosotros fundamenta­lmente ese afán de superación, hay que buscar la ayuda de quienes nos quieren: la familia y los amigos.

En la aventura vital de superación y esfuerzo hay que montarse lo que yo llamo ‘un seguro de realismo’ que nos ayude a superar con buen ánimo el no haber llegado a la meta deseada. No permitamos que un fracaso nos amargue la vida, más bien debemos aplicar ese viejo pensamient­o –un tanto radical– que dice: «Nunca pasa nada. Y si pasa, qué importa. Y si importa, qué pasa». Siempre recuerdo las reflexione­s de mi paisano José María Cabodevill­a Sánchez, cuando escribía algo así como que «para ser feliz no hace falta mucho aparato, sino poner atención y calor humano en las cosas más sencillas como son –decía– jugar con una pelota en la playa, ponerse un jersey gordo en invierno teniendo al frío de acompañant­e, oír trinar a los pájaros, estar charlando sin prisa y sentado con un amigo, ver a un niño que te sonríe… y tantas otras cosas diarias y sencillas que nos pueden ayudar a ser felices».

Debemos ser ambiciosos en nuestros deseos (tanto alcanzas cuanto deseas), pero sumergidos en un baño de realismo, y sabiendo que ser felices depende en gran parte de nosotros mismos.

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