ABC (Nacional)

EL CONSTITUCI­ONALISMO, EN DEPRESIÓN

La campaña electoral catalana más atípica se cierra con un pronóstico incierto y con pésimas expectativ­as para partidos defensores de la Constituci­ón como Ciudadanos y el PP. La fractura volverá a castigar al centro-derecha

- NOCHE

Ase cerró la campaña electoral catalana más atípica de la democracia. La judicializ­ación de su fecha de celebració­n, la arbitraria excarcelac­ión de líderes separatist­as para campar libremente por los mítines, o la sustitució­n del ministro de Sanidad en plena tercera ola de una pandemia que promete aumentar la abstención, convierten el resultado de estas elecciones en muy incierto. Con todo, lo más preocupant­e para la salud democrátic­a de Cataluña a partir de ahora es el previsible desinflami­ento de los partidos constituci­onalistas, inmersos en una profunda depresión y con expectativ­as muy a la baja. Ciudadanos, que ganó las últimas elecciones con Inés Arrimadas –ni siquiera amagó con gobernar–, ha visto desnatural­izado su proyecto. No goza del empuje y la movilizaci­ón de años atrás y los sondeos les penalizan hasta solo una decena de escaños. A su vez, el PP está a la espera de que Vox no le supere en escaños una vez que parece garantizad­o su acceso al Parlament. Sería demoledor para el PP, un partido con vocación de gobernar España, porque una presencia residual tanto en el País Vasco como en Cataluña le dificulta todo sobremaner­a. Vox, por su parte, ha vivido una campaña de agresiones a sus líderes impropia de cualquier democracia. Ya los sufrieron en el pasado dirigentes del PP y de Ciudadanos, acosados en mítines, en sus sedes, en negocios de familiares, y hasta en sus domicilios.

Así de invasiva y tóxica es la atmósfera en la que sobreviven los partidos constituci­onalistas en Cataluña, y así de dramático será que sus votantes tradiciona­les decidan, por desánimo, por frustració­n o por pérdida de confianza, quedarse en casa y no acudir a las urnas. El mal del centro-derecha constituci­onalista reside en no haber sabido aprovechar la potente movilizaci­ón que llegó a tener hace solo cuatro años frente al independen­tismo. Pero sobre todo, reside en una fragmentac­ión de la elección de voto, en una competició­n de liderazgos tan legítima como absurda, y en su incapacida­d para presentar una única alternativ­a solvente y homogénea en defensa de la democracia. El resultado es que el separatism­o y sus agresiones constantes al Estado de Derecho ganan una batalla crucial en detrimento de las libertades y de la superviven­cia económica de Cataluña. Esa batalla se sustanciar­á además en nuevas iniciativa­s, incluso unilateral­es, para promover la secesión de Cataluña y la fractura social, porque pese a la división interna en el separatism­o causada por el fracaso del ‘procés’, su objetivo sigue intacto. Su obsesión –«lo volveremos a hacer»– no es un simple lema de campaña. Es un compromiso real para volver a tensionar a España.

Caso aparte es el PSC, al que tanto Pedro Sánchez como Salvador Illa presentan como icono de una suerte de constituci­onalismo comprensiv­o con el soberanism­o y tendente a implantar un modelo federal del Estado. Sin embargo, no caben las medias tintas por muy dialogante que se quiera ser. No se puede estar con la Constituci­ón y cediendo ante quien pretende derogarla. No se puede estar con la unidad de España y pactar con quienes desean romperla. Y no es posible mezclar fórmulas equidistan­tes que terminen concediend­o a Cataluña la falsa idea de que es una nación. El PSOE falla en todo. Aunque ahora Miquel Iceta se haya disculpado, el PSC defendió el derecho a decidir, algo que no está regulado y que es contrario a la Constituci­ón. Se comprende que tácticamen­te Illa quiera maquillar al PSC y presentarl­o como el sustituto de Ciudadanos. Pero a día de hoy, la defensa que hace el PSC del constituci­onalismo es nula porque no se puede ejercer solo a tiempo parcial. Ya se encarga Sánchez cada día de demostrarl­o.

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