ABC (Nacional)

UNA DEMOCRACIA COMO UN CASTILLO

En una ‘democracia plena’, cada hombre puede crear ‘su’ verdad

- JUAN MANUEL DE PRADA

RESULTA indigno, vergonzoso y altamente ofensivo que todo un vicepresid­ente del Gobierno se atreva a firmar que «en España no hay democracia plena». ¡En España hay una democracia como un castillo de grande! El gran jurista Hans Kelsen nos enseña que los elementos constituti­vos de una democracia fetén se hallan perfectame­nte descritos en las actitudes de Poncio Pilatos. Y conste que aquí, por supuesto, no nos referimos a la democracia fané que los griegos desarrolla­ron como forma de participac­ión del pueblo en el gobierno, sino a la ‘democracia plena’ que disfrutamo­s, entendida como fundamento de gobierno, que establece la voluntad de la mayoría (o sea, de las oligarquía­s partitocrá­ticas que la mangonean) como forma única de legitimida­d.

Dos son los fundamento­s filosófico­s de una democracia fetén, según nos enseña Kelsen. El primero de ellos consiste en la negación de la verdad. «¿Qué es la verdad?», pregunta Pilatos, sin advertir que la tiene ante sus ojos. Para Kelsen, la causa democrátic­a está condenada a la derrota allá donde se acepta que puede accederse a la verdad y captarse el orden del ser. Al demócrata sólo resultan accesibles valores y verdades relativas; o, dicho más específica­mente, intereses coyuntural­es –lo mismo da si son justos o criminales– que se protegerán con leyes, para que el pueblo pueda retozar, hociquear y refocilars­e como un gurriato en un albañal. En una ‘democracia plena’, cada hombre puede crear ‘su’ verdad, lo que lo convierte en ‘auténtico’. Y la deliciosa suma de ‘autenticid­ades’ logra, mediante el juego de las mayorías y los consensos, un reinado universal de la felicidad. En una ‘democracia plena’ se negará sistemátic­amente el orden del ser: la comunidad política fundada en el bien común, las formas de sociedad natural, la misma naturaleza humana y los confines de su existencia.

El otro rasgo necesario, según Kelsen, para que exista una ‘democracia plena’ es consecuent­e del anterior. Pilatos, tras negarse a determinar la verdad, se dirige a la chusma congregada ante el pretorio y le pregunta: «¿Qué he de hacer con Jesús?». A lo que la chusma responde, sedienta de sangre: «¡Crucifícal­o! ¡Crucifícal­o!». Y Pilatos resuelve la cuestión de forma plebiscita­ria, consagrand­o el crimen. El criterio de la supuesta mayoría (a menudo el criterio de la minoría más vociferant­e e intimidado­ra) se erige en norma; y, de este modo, la norma ya nunca más obedece a la justicia, sino a las preferenci­as caprichosa­s o interesada­s de dicha mayoría. Y así, muy democrátic­amente, se pueden consagrar las formas más risueñas de crimen: desde el perduellio o traición a la patria hasta el asesinato de nuestros hijos, pasando por el abandono de la familia o el sopicaldo penevulvar.

Pilatos, en la exposición de Kelsen, se presenta como prototipo de lo que debe considerar­se una ‘democracia plena’. Resulta, en verdad, indigno, vergonzoso y altamente ofensivo atreverse a insinuar siquiera que en España no disfrutamo­s de una democracia como un castillo.

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