El adoquín y el estercolero
El adoquín como símbolo, el adoquín como advertencia. Uno se empieza a acostumbrar a su presencia como elemento de continuidad en la política catalana. Unas veces volando contra la Policía, otras apoyado en un contendedor, pero siempre presente, a la vista, amenazante. El adoquín del punky de la foto representa la pistola que el mafioso pone sobre la mesa antes de iniciar una negociación. Para disipar dudas, que quede claro cuál es el marco de negociación y quién está dispuesto a recurrir a la violencia. El contenedor, por su parte, simboliza el estercolero mental de quienes buscan una sociedad uniforme y prohíben discrepar, pensar distinto y hasta hablar si no es en su idioma. En treinta años, la imagen de Barcelona hacia el mundo ha degenerado de los Juegos Olímpicos a Urquinaona, de la flecha incandescente del arquero surcando el cielo a la lluvia de adoquines cayendo de él, de la mejor España a la peor Cataluña, de la vanguardia cultural a la ceguera identitaria, de la modernidad al medievo. La campaña electoral se cerró con los radicales apoyando el adoquín en su contenedor mental y los cuatro partidos independentistas recogiendo las nueces con cordones sanitarios y señalamientos excluyentes. Por si lo que sale de las urnas no convence. No vaya a ser que los que piensan distinto vayan a votar y las urnas no arrojen el resultado que tiene que salir. De votar en libertad ya hablamos en otro artículo.