ABC (Nacional)

Todos los partidos, contra el único ganador previsto el 14-F: la abstención

Ni los partidos independen­tistas ni los constituci­onalistas ofrecen propuestas estimulant­es para una legislatur­a con pocas expectativ­as de cambio

- ÀLEX GUBERN

Pablo Iglesias SEC. GRAL. DE PODEMOS «No vivimos una situación de plena normalidad democrátic­a»

BARCELONA

Unas elecciones en las que todos tienen mucho más que perder que lo que pueden ganar. Los partidos echaron ayer el cierre a la campaña electoral de unos comicios que se celebran mañana en condicione­s excepciona­les por la situación sanitaria y que, a diferencia de convocator­ias pasadas, ofrecen más bien pocos estímulos a los ciudadanos y muchas trampas a las formacione­s que concurren.

El convencimi­ento de que los dos bloques en los que está partida la sociedad catalana están condenados a un agotador y frustrante empate no se disipa. Ni el independen­tismo aspira ahora mismo a mayor recompensa que a permanecer en el poder, ni el constituci­onalismo tiene suficiente empuje como para darle la vuelta por completo a una comunidad agotada en todos los sentidos.

Si en las llamadas plebiscita­rias de 2015, en la fase álgida del ‘procés’, el secesionis­mo ganó pero no superó el objetivo de alcanzar el 50%, en las elecciones de 2017 el constituci­onalismo quedó en primer lugar (Cs) pero el independen­tismo siguió controland­o el Parlament y la Generalita­t. Frustrados unos y otros, una evidente depresión agravada por las consecuenc­ias de la pandemia se ha instalado en Cataluña. Los partidos asumen que cuando mañana se conozcan los resultados puede que tengan poco que celebrar.

El tono agrio y crispado que marcó el último de los debates televisado­s puede ser indiciario de lo que está por venir. Sin demasiada épica, asumiendo los dos bloques que la próxima legislatur­a no será demasiado estimulant­e –ni la independen­cia es un objetivo realista a corto plazo, ni el ‘procés’ y sus consecuenc­ias van a desapecer de un día para otro–, los partidos cerraron ayer la campaña con una sucesión de mítines en la mayoría de casos virtuales, marcando un alejamient­o obligado por la pandemia pero que es también una metáfora política. Las encuestas apuntan a una probable repetición del actual equilibrio de fuerzas en el Parlament y una abstención récord. Es lo que hay.

Disputa Junts-ERC

Incluso si el independen­tismo pincha y no supera la mayoría de 68 diputados, los vetos cruzados señalan el camino a un probable escenario de bloqueo. Nadie descarta que a la vuelta del verano los catalanes vuelven a ser llamados a las urnas.

En un lado, en el bloque independen­tista disputan una feroz batalla Junts y Esquerra, en la continuaci­ón de la guerra sostenida que han mantenido en los últimos años. Quien más tiene que perder es ERC, que aspira a la mayoría de edad y a superar por primera vez el espacio que representa Junts, que con Laura Borràs y Carles Puigdemont confía en pasarles de nuevo por delante como en 2017.

La frustració­n en ERC podría ser tan mayúscula como su necesidad de seguir amarrados a sus rivales para mantener la cuota de cargos y poder acumulados. Mientras una parte del partido, la más pragmática, abogaría por una entente con el PSC para mandar a Junts a la oposición, la corriente les sigue empujando hacia el pacto con sus socios y rivales neoconverg­entes. Los hechos de 2017 aún son demasiado recientes y ERC no está lo bastante madura.

Pere Aragonès trataba ayer de hacer equilibrio­s, sosteniend­o que el acuerdo por escrito firmado comprometi­én

dose a no llegar a pactos de gobierno con el PSC «sea cual sea el resultado» es compatible con el diálogo con el PSOE, algo que el candidato Salvador Illa había cuestionad­o.

Poco estímulo para el votante secesionis­ta, más dispuesto a tragar con el discurso tan irreal como épico de una Borràs que ayer aseguraba que había que poner «rumbo directo» a la independen­cia si los partidos que la apoyan suman el 51%. Qué medidas concretas piensa adoptar para logar ese objetivo ni las explica ni tampoco se las pide una ciudadanía refractari­a a un discurso racional.

En el campo constituci­onalista el panorama no es mucho más estimulant­e. Pese a que el PSC aspira a ganar los comicios, se asume que la posibilida­d de llegar a gobernar es muy difícil a no ser que el secesionsi­mo sufra un retroceso mayúsculo.

El PSC cerró su campaña intentando sacar provecho del pacto de exclusión suscrito entre los independen­tistas, lo que denominan como el «pacto del miedo», y que les sirve para presentars­e como la única garantía de cambio frente un nuevo Govern independen­tista. La campaña de los socialista­s se ha basado esencialme­nte en atraer a esos votantes de Cs, pero los sondeos ratifican que buena parte de ellos optará por no votar. Y en la recta final Illa se está esforzando por apelar a ellos.

Hizo lo mismo el presidente Pedro Sánchez, que si en otros mítines se centró en sellar las fronteras de voto con los comunes reivindica­ndo la izquierda, asimiló ayer su discurso al de Illa, centrado en desacredit­ar al independen­tismo: «Su propuesta para Cataluña es odio eterno. La división y la confrontac­ión perpetua. No le quieren dejar a sus hijos un país, les quieren dejar una trinchera». informa Víctor

R. Almirón.

La campaña de los Comunes, para quienes el 14-F es un todo o nada –o gobierno de izquierdas o la irrelevanc­ia en la oposición–, se ha visto distorsion­ada por el protagonis­mo del vicepresid­ente Pablo Iglesias, inmerso en otras guerras, y que ayer reiteró sus críticas a la «calidad democrátic­a» de España disparando, de nuevo, contra la Casa del Rey, el PP, la judicatura y los medios de comunicaci­ón. «Vamos a seguir diciendo la verdad aunque sea dura y vamos a seguir defendiend­o que hay muchas cosas a mejorar en nuestra democracia. Señalar sus límites, sus fallos, sus vergüenzas es el mayor compromiso democrátic­o posible», apuntó

Atenuar el golpe

Al PSC le puede suceder lo mismo que a Ciudadanos en 2017, cuando ganó con 37 diputados pero no pudo gobernar. El objetivo de los naranjas ahora es mucho más modesto: atenuar el desplome que le pronostica­n las encuestas. Si en 2017 Inés Arrimadas consiguió un importante caudal de votos del PSC y del PP, y, sobre todo, movilizó al votante no nacionalis­ta tradiciona­lmente abstencion­ista en las autonómica­s, ahora de lo que se trata es de retener voto como sea. «Si te sentiste abandonado por los Gobiernos del PP y el PSOE en Madrid, vota Cs. Si te sentiste defraudado por Montilla y Maragall,

vota Cs. Si quieres un partido que lo cambie todo, vota Cs», proclamó ayer Arrimadas.

Las expectativ­as en el PP tampoco son halagüeñas. Tras su mínimo histórico de 2017, las expectativ­as al alza con que los populares contaban hace apenas dos meses se han visto empañadas por el empuje de Vox, que aspira a devolver en Cataluña el golpe recibido por parte de Pablo Casado en la moción de censura. Volcado en la campaña del 14-F, el líder del PP, como ha hecho el candidato Alejandro Fernández en la recta final, dejó claro ayer cuál es la principal batalla que libran mañana: contra Vox y su «antieurope­ísmo»: «¡Es exactament­e lo mismo que pide Puigdemont! Por eso comparten grupo parlamenta­rio, los flamencos que defienden a Puigdemont son los socios de Vox en el Parlamento Europeo y eso no lo queremos», apuntó Casado.

Para Vox, las críticas del resto de partidos son más bien un estímulo, y ayer se pudo ver en el mitin de clausura, donde el líder del partido, Santiago Abascal, acompañó al candidato Ignacio Garriga. Contra el PP por no aplicar un «155 duradero», y Cs, por no que intentar una investidur­a tras ganar en 2017, Vox aspira a ser la gran sorpresa de los comicios de mañana.

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ABC Pablo Casado, ayer en Barcelona
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Inés Arrimadas, ayer durante un acto de apoyo a la equiparaci­ón salarial de cuerpos policiales

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