LOS ATLANTES Y LOS HABLANTES
Si hubiera que pintarla como metáfora, la Union Euroea sería una mesa de negociación de tamaño continental. De los sentados a esa mesa, desde luego, quien negocia en su lengua materna tiene una sutil ventaja, puesto que nada hay más difícil que contar (o jurar) bien en una lengua aprendida con posterioridad. Tras el Brexit, Francia ha redoblado los esfuerzos para que el francés gane peso como la lengua de trabajo que es en la UE, junto con el inglés hegemónico y el alemán, menos extendido y estudiado. Otros países tratan de ganar peso, como Italia, para poder negociar contante algún día en su lengua sonante.
Por eso duele la incuria que nuestros sucesivos gobiernos (la cosa viene de 2005), el error continuado e imperdonable de no defender el español como interés de Estado. Es la segunda lengua de cultura más hablada del mundo y es nuestra principal industria cultural. Pero el actual Gobierno no lo valora como debería. La gestión del español global es vital para nuestro futuro. Y sin embargo, España solo
cuenta para la UE –valga la redundancia– con 30 millones de hispanohablantes españoles. El resto (como atlantes) son hispanohablantes sumergidos, porque figuran como usuarios del catalán, valenciano, vasco, gallego y no como hablantes de español. Idea de Zapatero que sirvió para ganar votos de alguna sensibilidad oriunda, pero que debilitó al conjunto y es letal para la defensa del español en Europa.
Sumamos el tiro por la culata de la ‘ley Celaá’ –¿cómo defender en Europa la que no se defiende aquí como lengua vehicular?– y toda la pólvora mojada de cuatro lenguas que nadie usa en la UE. No defienden lo común, no nuestros gobiernos, no valoran la potencialidad que tiene. Y perdemos pie, porque los atlantes y los hablantes del español suman 47 millones, pero con esta brillante política se quedan en 30. Nada frente a 60 millones de Italia o 67 de Francia.