El viejo y perpetuo desorden
‘NUEVO ORDEN’
Dirección: Michel Franco.
Con: Naian González Norvind, Diego Boneta, Mónica del Carmen... unque aparezca la palabra «nuevo» en el título, la historia que cuenta el director mexicano Michel Franco no lo es y puede fecharse en el pasado, en el futuro y, por supuesto, en el presente: aborda ese pan nuestro de cada día de los disturbios urbanos y la llamada lucha de clases. Lo que sí es nuevo e incluso sorprendente es el grado de crudeza, violencia y barbarie con la que se (y nos) enfrenta a su fábula política e ideológica, la sordidez de sus imágenes y desarrollo y la ambigüedad de su punto de vista y de las tesis que destila el relato.
La acción transcurre en Ciudad de México y principalmente en una gran mansión donde se está celebrando una boda por todo lo alto, y lo realmente provocador (además de la crueldad y de las atrocidades que van pidiendo paso en el ‘cuento’) es el punto de vista que elige Michel Franco para narrar los sucesos, situado
ANaian G. Norvind, novia en apuros esencialmente en la novia (Naian González), en sus familiares cercanos y en algunos de los sirvientes que le son fieles entre el caos y la revuelta sangrienta. La cámara deambula desde el principio entre los invitados en un largo y ruidoso plano secuencia y rápidamente nos sitúa emocionalmente en un aparente lugar, los pobres y desheredados, los ricos y su fragilidad ética y física, y la tortilla que da vueltas por los aires. Lo que provoca en los ojos del espectador es un batiburrillo de sentimientos entre lo comprensible, lo rabioso y lo terrorífico, y sin tener ese punto surrealista y de humor ácido de ‘Parásitos’, se mueve en esos incómodos términos morales. La producción es potente, magnífica y le da credibilidad a la puesta en escena, a la que el director le imprime un ritmo y una intriga que cabalgan sobre el estado de ánimo del espectador, y sin el menor atisbo de sutilezas ni delicadezas. Los actores, y en especial Naian González, están en el centro de la película como gladiadores en la arena. Y hasta se puede gozar de su final reversible y que cada cual se ponga la prenda según la manera de ver y de padecer el mundo.