FUEGO Y SILENCIO
Sánchez hace el juego a sus socios cuando les sigue la corriente en la coartada y hace ver que el desencadenante de los fuegos es una mala regulación de la libertad de expresión. Por eso el mudo listo no calla en este punto: «Hay que mejorar la protección
LO de abrir un debate sobre la libertad de expresión es de muy buen tono. Sánchez –que no ejercita dicha libertad porque no expresa nada mientras arden las capitales– se comunica por otras vías. ¿Marlaska acaso, dado el estropicio? ¡Quia! Ese también calla. Silencio sobre silencio. Una cosa estremecedora. En la semana del fuego real y el mutismo oficial, apenas alguna organización policial ha practicado esa libertad que pide debate. Los defensores últimos de todas nuestras libertades han comprendido que nadie en la pirámide del Estado pensaba hablar por ellos. Mientras, les abrían la cabeza, apaleaban y pateaban al que agarraban suelto, los sorprendían con tácticas avanzadas de guerrilla urbana, les hacían frente aparentes turbamultas enajenadas que desprecian su propia vida, trepan al techo de coches patrulla en marcha, enloquecen en oleadas que revelan la existencia de un plan detrás de la rabia. ¿A qué tanta rabia? A nada, y ahí está el tema. La excusa es el encarcelamiento de un delincuente reincidente, uno de cuyos delitos tendría que ver con palabras y –perdonen todos– con música.
El lenguaje es asunto tan vasto y profundo que da reparo hablar de él. Es un poco como la existencia de Dios, que ya no te apetece removerla a partir de cierta edad y de ciertas lecturas, salvo que seas sacerdote. Asimismo hay sacerdotes del lenguaje, y profetas, que practican su propia evangelización y su proselitismo. No es casual que Saussure esté en la raíz, a su pesar, de tres cuartas partes de la posmodernidad. Y menos aún que las dos caras de Chomski sean la misma cara, pues es lingüista y es azote por las mismas razones. Basta de digresiones.
La rabia de las manadas incendiarias que el lector guarda aún en la retina no obedece a nada. Es un atributo que se desencadena en el activista cuando se encuentra en su salsa, que es la muchedumbre