«Paco, de ETA nada, esto es un golpe de Estado y lo estamos dando nosotros»
Manuel era un guardia civil de 21 años cuando asaltó el Congreso que creyó que iba a defender. Hoy es concejal del PSOE en Alicante
Pocas horas después de la rendición del teniente coronel Tejero y la liberación del Congreso, el Rey citó a los principales líderes políticos en La Zarzuela y les dio a entender que esta vez había podido parar el golpe, «pero quizá la próxima no pueda». «El Rey no puede ni debe enfrentar reiteradamente con su responsabilidad directa circunstancias de tan considerable tensión y gravedad», afirmó ante Adolfo Suárez, aún presidente del Gobierno; Felipe González (PSOE), Manuel Fraga (AP), Santiago Carrillo (PCE) y Agustín Rodríguez Sahagún (UCD), a quienes pidió moderación y prudencia. El Rey se refería a la sensación de desgobierno que se respiraba provocada por la crisis económica, el terrorismo, los enfrentamientos en la UCD y la oposición implacable de la izquierda.
Les hablaba un Rey joven (43 años), ojeroso y cansado que había conseguido abortar la asonada a golpe de teléfono, intuición, inteligencia y suerte, mucha suerte, porque la víspera todo estaba en contra suya. Si ganaban los golpistas, tendría que volver al exilio y quién sabe si se presentaría una segunda oportunidad de restaurar la democracia y la Monarquía. Pero si el golpe fracasaba y conseguía salvar la democracia, sería inevitable que algunos sectores intentaran implicarle. Los tres golpistas –Tejero, Armada y Milans del Bosch– habían utilizado su nombre a bombo y platillo, y los dos militares eran viejos monárquicos y personas próximas al Rey.
La grabación de Tejero
Tan próximas que Don Juan Carlos no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas cuando el director de la Seguridad del Estado, Francisco Laína, le puso en la Junta de Defensa Nacional del 24-F, una de las grabaciones realizadas la víspera que contenía información importante. En ella se oía cómo Tejero, que estaba en el Congreso, decía a Juan García Carrés –el único civil oficialmente implicado en el golpe– que «el cabrón de Armada» le había propuesto entrar en el hemiciclo para ser investido presidente de un Gobierno «en el que mete a los comunistas, y le he echado fuera».
Cuando el Rey lo oyó, inclinó la cabeza, se cubrió la cara con las manos para ocultar las lágrimas, sacó un pañuelo y se las enjugó. Él ya sabía desde el día anterior que Alfonso Armada,
el hombre que había sido su preceptor y secretario general de su Casa, estaba detrás de la asonada. Lo supo veinte minutos después de que Tejero entrara pegando tiros en el Congreso. Había pedido a Sabino Fernández Campo, secretario de la Casa del Rey, que llamara al general Juste, jefe de la División Acorazada Brunete, para saber si esa poderosa unidad se había sumado al golpe. Mientras tanto, él llamaría al jefe del Estado Mayor de Tierra, teniente general José Gabeiras. Durante la conversación, Juste preguntó a Sabino si Armada estaba en La Zarzuela y, al decirle Sabino que no, Juste insistió. «Ni está ni se le espera», respondió el secretario general de la Casa del Rey, y Juste agregó: «Ah, pues esto cambia totalmente las cosas», lo que alertó a Sabino.
La intuición de Sabino
Fernández Campo acudió inmediatamente al despacho del Rey para contarle su conversación con Juste y advertirle de su intuición. Don Juan Carlos estaba hablando por teléfono precisamente con Armada, que había sido nombrado segundo jefe de Estado Mayor, a petición del Rey y en contra del criterio del presidente del Gobierno, Adolfo Suárez.
Ante los gestos de Sabino, Don Juan Carlos tapó el teléfono con su mano para oír las advertencias del secretario general de la Casa y, cuando retomó la conversación con Armada, le recriminó que se hubiera dejado involucrar en esa locura. También le prohibió acudir a La Zarzuela y le ordenó que se quedara en el Cuartel General del Ejército, a las órdenes de Gabeiras.
Apoyo al 23-F
Solo cuatro de los once capitanes generales estaban en contra del golpe desde el principio
Operación Armada
Tejero la rechazó: él no había dado un golpe para acabar con un gobierno con comunistas
En Valencia, el general Jaime Milans del Bosch tenía los tanques circulando por la ciudad, y en los alrededores de Madrid dos brigadas de la División Acorazada Brunete habían recibido órdenes de dirigirse a la capital.
El Rey abrió una ronda de llamadas a los once capitanes generales, empezando por los más sospechosos de apoyar el golpe, para ordenarles que no sacaran las tropas a la calle o que los devolvieran a los cuarteles. Algunos tardaron horas en ponerse al teléfono, otros dilataron las órdenes de retirada de las tropas. Solo cuatro de ellos se mostraron desde el principio contrarios a la asonada. Los siete restantes decían: «Estoy a las órdenes de
Vuestra Majestad para lo que sea». O, incluso, «obedezco, pero qué ocasión estamos perdiendo». Habría bastado con que algunos hubieran sacado las tropas para que los demás se hubieran animado en un efecto dominó de consecuencias trágicas para España.
Lealtad a la Corona
No fue fácil contener a los capitanes generales, pero al final se impuso la lealtad a la Corona: «El Rey me ordenó parar el golpe del 23-F, y lo paré; si me hubiera ordenado asaltar las Cortes, las asalto», afirmó días después el capitán general de Madrid, Guillermo Quintana Lacaci, que fue asesinado años después por ETA.
Una vez contenidos la mayoría de los capitanes generales –Milans se rindió de madrugada–, el momento más delicado se produjo a medianoche, cuando Armada propuso acudir al Congreso para ser investido presidente de un Gobierno de salvación nacional, la llamada «solución Armada». El general comentó su plan con La Zarzuela y con el general Gabeiras y ambos le expusieron que si lo hacía era a título personal, al tratarse de una propuesta inconstitucional y contraria a la democracia, ya que la votación se celebraría bajo la presión de las metralletas. Además, se le prohibió utilizar el nombre del Rey. Armada argumentaba que su gestión podía evitar una matanza en el Congreso.
Sin embargo, fue Tejero quien descartó esa solución nada democrática, aunque el teniente coronel argumentó que él solo aceptaría un Gobierno presidido por Milans del Bosch. Cuando Armada le mostró un papel con los nombres de las personas que formarían su gobierno, Tejero le respondió que él no había dado un golpe para acabar con un gobierno con comunistas.
Mientras tanto, el Rey emitió su mensaje por televisión en el que llamó a «mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente» y envió un télex a Milans en el que le ordenó que desistiera: «Cualquier golpe de Estado no puede escudarse en el Rey, es contra el Rey» y le ordenó «que digas a Tejero que deponga su actitud».
«Tenías razón, Adolfo»
Por la mañana, Armada tuvo que volver al Congreso, reclamado por Tejero para negociar su rendición. Y algunos de los diputados, como el propio Suárez, interpretaron que el general había jugado un papel esencial en la resolución del golpe. Una vez liberado, lo primero que hizo Suárez fue acudir a La Zarzuela y, en cuanto vio al Rey, le dijo: «Me equivoqué respecto a Armada y Su Majestad tenía razón». Pero el Rey le respondió: «No, Adolfo, tenías tu razón. Armada es un traidor».
Años después, uno de los grandes historiadores de las últimas décadas, Ricardo García Cárcel, afirmaba: «Nunca fuimos tan demócratas, nunca fuimos tan constitucionalistas. Nunca fuimos tan felices como al día siguiente» del 23-F, y añadía: «La importancia de aquel día no es que pudo cambiar la historia, sino que la cambió».