ABC (Nacional)

El Madrid impone su ‘unocerismo’

·El equipo blanco, que jugó contra diez gran parte del partido, dominó un encuentro marcado por la presencia de Isco. Se vieron sus mejores virtudes

- HUGHES

Zidane optó como Casado por «ensanchar el espacio de moderación», y, a costa de la salud mental de Mariano, decidió dar la sorpresa con Isco de falso 9. Pero ¿por qué nos seguimos sorprendie­ndo? Isco es una predilecci­ón de Zidane para estos partidos y además un rasgo de estilo del Madrid reciente, el elemento diferencia­l, el hombre de gravedad distinta, el viejo orfebre incomprend­ido, aquella gran promesa del tiquitaca que iba a llevarlo más allá y que se quedó como complement­o lujoso y contracult­ural del Casemiro-Modric-Kroos. El hombre, al fin, que lleva al Madrid al 4-4-2 o al 4-5-1, formas con las que totaliza la posesión, aborta riesgos y embarga los partidos.

Como falso nueve, Isco formaba un rombo y le daba al Madrid un juego flotante y lleno de balón, el tiquitaca tántrico. Una forma de tener la pelota cuando nadie la tiene ya. El Madrid se ha convertido en el estandarte de lo que queda del viejo toque, es un toque lento, pausado, que no puede permitirse grades aceleracio­nes, pero sigue a contracorr­iente. Cuando el tiquitaca estaba de moda, llegó Mourinho; cuando todos en Europa corren al ritmo del Liverpool o el Bayern, el Madrid junta a los viejos roqueros de la posesión.

Con su aspecto de estar de vuelta, de conducir una furgoneta playera y tener diálogos con un enorme perro labrador, Isco protagoniz­ó el juego desde el inicio. Jugaba de cara a los otros medios, como dedicando su inmenso caudal de controles, fintas y gambeteos al propósito auxiliar de conversar con Modric y Kroos.

En el 17, una acción suya aclaró la subida de Mendy, que provocó la expulsión, quizás rigurosa, del medio Freuler.

EL diez contra once devolvía aun más marcadamen­te el pensamient­o al 90+90, a la distancia temporal de la eliminator­ia, y en cierto modo se compensó con la amarilla que vio poco después Casemiro, que no jugará la vuelta.

Gasperini no quiso cambiar. Retrasó a Pessina y no tocó a sus delanteros. Fue notable cómo, tras dudarlo, decidió lanzar a su equipo al ataque, lo que dejaría más espacios. Su idea no era mala, y solo cambió a Zapata por lesión. Con una media reconstrui­da, sin embargo, el Madrid siguió do

Casemiro, líder y baja Brilló en todas las facetas del juego, pero estaba apercibido, vio amarilla y no jugará la vuelta

minando el juego. El Atalanta no atacó (y esto tiene mérito) y Mendy, Vinicius y hasta Nacho revelaron qué había tras el muro de su famosa primera presión. Se siguió un guión conocido: el Madrid dominó sin gol, pero ya en el minuto 45 tuvo la primera ocasiónavi­so en un balón parado de Kroos.

Habían sido 45 minutos de viejo estilo clorofórmi­co, algo deteriorad­o pero conservado­r, la forma de dominio suave, poco espectacul­ar, con la que el Madrid se las ingenia para ser competitiv­o en su actual decadencia. Isco, el vértice necesario para cuadrarlo, el recurso retórico para dominar la conversaci­ón, el artista breve en litotes, anáforas, sinécdoque­s con las que domina titánicame­nte su medio metro de influencia, había justificad­o ya su temporada.

El juego continuó igual en la segunda parte. Toque combinativ­o de máxima seguridad alrededor del tótem de Casemiro. El Madrid dominaba y la movilidad de Isco, tantas veces objeto de burla durante una temporada, desequilib­raba a la tan celebrada joya táctica de Gasperini. Zidane no quiso conformars­e con la posibilida­d de un balón parado ni olvidarse de que jugaba contra diez, y sacó a Mariano antes del 60.

El área pasó de ser una zona latente en la que sorprender a un problema real que el Madrid, es bien conocido, gestiona con dificultad. La eliminator­ia empezaba a verse de otra forma: jugar contra diez y no marcar gol es objetivame­nte un signo funesto en la historia del fútbol europeo.

Tras la guerra fría de los estilos y ya en el mundo postcristi­ano (y casi ya postmessi), el Madrid ha envejecido jugando un poco como decía que jugaban sus rivales, igual que el mundo capitalist­a se agarró al marxismo cultural después de triunfar. Solo puede marcar gol a balón parado, por Benzema, con un tiro de media distancia o por el caos inducido de Vinicius (de forma indirecta y casi involuntar­ia).

La ambición obligaba a tomar medidas, pero aun más el cansancio, así que entraron Duro y Arribas. Con el partido dominado, se hizo evidente la dificultad del ataque del Madrid, que tendría que ser rescatado de nuevo por un defensa.

Pudo ser Casemiro, enorme, pero cuando el Atalanta ya manejaba salir con vida y sus opciones para la vuelta, Mendy marcó un gran gol con la derecha. El unocerismo del Madrid es ya un estilo de madurez, sincrético y de «entreguerr­as».

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REUTERS Mendy corre para celebrar el gol con el que dio el triunfo al Madrid

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