Un pobre Barça no empeora su drama
El equipo azulgrana se agarra a Messi en el segundo acto para cumplir ante el Elche
Mi querido Rafa Esteban, médico de todo en mi vida, me dijo hace unos meses que, a mi edad y con mis antecedentes familiares, tenía que empezar a hacerme una colonoscopia al año. Son esos momentos tan irritantes en la vida de un hombre en que sabes que vas a sufrir toda una serie de incomodidades a cambio de lo que sólo puede ser una mala noticia, porque en el mejor de los casos vas a quedarte como estabas. Evidentemente hay que hacerse las pruebas, tal como el partido contra el Elche había que jugarlo, pero al Barça, como a mí, lo único emocionante que podía ocurrirle era un disgusto. La victoria, como la vida, todos la dábamos por descontada. Con este ánimo, y este poco interés, empezó el partido a las siete de la tarde. Trincao casi marca en el primer minuto y Lucas Boyé casi lo consigue en el cuatro, con la clara colaboración de Umtiti, ese gran regalo que de vez en cuando el Barça brinda a sus rivales. Es francamente innovador lo de tener un jugador-regalo, como unas amenities de hotel. El Elche no fue al Camp Nou a cerrarse como el Cádiz. Creaba menos que los locales, pero no era un autobús aparcado en su área.
El Barça tenía más voluntad que acierto. Tenía prisa, no encontraba los espacios, le faltaba paciencia con el balón y el partido estaba más donde lo querían los valencianos que donde Koeman intentaba cuadrarlo. Trincao se marcó dos regates antológicos en el área, pero Badía volvió a pararle el disparo. El Elche tenía también sus transiciones y el intercambio de golpes era constante. Poca luz, el partido se parecía a la noche previa a la prueba médica, en que tienes que beberte unos polvos disueltos en agua para purgarte, y no puedes comer nada. Poco agradable, muy poco, y a cambio el triste premio de que lo mejor que te puede pasar es que no te pase nada. El Barça quería, pero no podía. Jugaba, impotente, por inercia. No encontraba la profundidad. Espesa, aburridísima tarde. Pobrísimo espectáculo. No es que los jugadores no quisieran, ni que no lo intentaran, es que no podían. Fallaban hasta los pases cortos y fáciles. El balón no les duraba ni para no hacer nada. Justo antes del descanso, Koeman dejó caer su cuerpo a peso sobre su asiento en el banquillo, haciendo que no con el gesto y rascándose la cabeza. Nada salía bien. Si el Barça había empezado el partido con una cierta energía, poco a poco la fue perdiendo para acabar hundido, conectado a su pasado inmediato, PSG y Cádiz. Yo ya estaba para que me anestesiaran, y que fuera lo que Dios quisiera.
Llegan los goles
Dembélé entró por Pjanic. Koeman renunció a controlar el partido y mandó a sus jugadores todos al ataque. Pero quien resolvió y enseguida fue Messi, que, apoyándose en un taconazo de Brathwaite, culminó su propia jugada batiendo a Badía de un disparo cruzado. El Barça recuperó una cierta normalidad en su disposición en el campo, con un 4-4-2 más claro que el confuso esquema de la primera parte. No era ninguna maravilla y de hecho a los pocos minutos el partido volvió a apagarse, como si los jugadores, que hasta caminaban durante algunas rachas del juego, no hubieran aprendido la lección del Cádiz. El Elche con Morente y Fidel sacó su artillería para ver si rascaba algo en la última media hora. El Barça, aburrido de sí mismo, jugaba con el fuego del empate hasta que De Jong y Messi acabaron con el principio de angustia y, en el 67, el holandés le sirvió al argentino el segundo. Con «sirvió» no quiero restarle méritos a la resolución de Messi, a sangre fría, precisa. Alba remató el tercero. Salió Griezmann y falló las dos clarísimas que tuvo, como cuando los agotados chefs franceses humillan al caviar hundiéndolo en crema.
Tanta penuria, agonía y esfuerzo sirvió sólo para que el Barça no empeorara su drama. Un poco como cuando te dan los resultados de la colonoscopia y estás limpio, y respiras tranquilo aunque no tanto, porque enseguida te dan cita para el año siguiente, entrada ya tu vida en la edad en que asumes que la mejor noticia a la que aspiras es a que no haya ninguna.