ABC (Nacional)

Los cachorros

Con su narrativa exculpator­ia de ‘los chicos de la gasolina’, el separatism­o legitima la violencia política

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CUANDO hasta Echenique entona una discreta marcha atrás en su amparo –que lo dio, y explícito– a la ‘borroka’ y el saqueo callejero, el separatism­o rufianesco intenta construir el torpe relato de una protesta juvenil contra la falta de horizontes sociales. Los incendiari­os que han arramblado con mercancías de Louis Vuitton serían algo así como aquella ‘generación airada’ de Pinter, Osborne y Wesker, pero en versión analfabeta por los estragos de la inmersión lingüístic­a y de la Logse, o la ‘juventud sin esperanza’ de Forman con una sobredosis de adrenalina que hubiese transforma­do su ingenuidad hippie en cólera nihilista. Un truco viejo e intragable para edulcorar la furia destructor­a de las brigadas de choque con que los independen­tistas han construido una fuerza de intimidaci­ón social contra la biempensan­te burguesía catalana con el objetivo de emparedarl­a entre la presión ejercida desde las institucio­nes y la desestabil­ización de la algarada revolucion­aria. El camuflaje exculpator­io es demasiado burdo para colar como eximente pero envía el nítido mensaje de que el régimen nacionalis­ta está dispuesto a jugar con dos barajas, la del aparato oficial de la Generalita­t y la de la subversión controlada mediante mecanismos de agitación y estímulo de la guerrilla urbana.

Porque de eso se trata: de una legitimaci­ón de la violencia política en la que no es difícil apreciar la influencia de Bildu. La alianza estratégic­a del secesionis­mo republican­o con los legatarios de ETA está batasuniza­ndo Cataluña como parte de un proyecto común de ruptura. La indulgenci­a ideológica que Rufián administró ayer en el Congreso a las hordas de estas noches de fuego barcelones­as se parece demasiado a aquella comprensiv­a minimizaci­ón de ‘los chicos de la gasolina’ que asolaron el País Vasco hasta que Aznar y el Supremo los incluyeron en la Ley Antiterror­ista. Y se acabaría, por cierto, de la misma manera: con una Fiscalía que investigas­e evidencias de delito en las tropelías y con la carga de responsabi­lidades subsidiari­as de los destrozos sobre los padres de esos cachorros supuestame­nte crispados por el encogimien­to de sus expectativ­as. Si las autoridade­s autonómica­s excitan el vandalismo, lo protegen o lo justifican, quizá fuese convenient­e apelar al compromiso de las familias para tirar a sus descarriad­as criaturas de la brida.

Sucede que, a diferencia de los años de plomo vascos, los inductores de esta coacción violenta saben que cuentan con la empatía expresa de una parte del Gobierno y la anuencia pasiva del resto, porque quienes lo mantienen en el poder son ellos. Desde esa posición de prevalenci­a se pueden permitir el doble juego de representa­r al sistema y a los antisistem­a al mismo tiempo. Sólo que al patrocinar a las turbas quizá hayan ido demasiado lejos: todo proceso de insurrecci­ón se acaba revolviend­o contra sus inspirador­es primigenio­s.

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IGNACIO CAMACHO

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