El arquitecto español del Shanghái dorado
No son muchas, pero enseguida saltan a la vista. Entre la jungla de futuristas rascacielos, imponentes edificios coloniales y casitas adosadas con puertas de piedra (’shikumen’) que es Shanghái, destacan un puñado de construcciones arabescas. Al instante, las delatan sus arcos de herradura en ventanas y terrazas, sus columnas que recuerdan a las de la Mezquita de Córdoba y hasta azulejos similares a los de la Alhambra de Granada. Así se ve en el número 702 del tramo occidental de la bulliciosa calle de Nankín (Nanjing Xi Lu), donde al viandante le sorprenden unos arcos moriscos yuxtapuestos con neogóticos junto a columnas clásicas en un edificio que hoy alberga varios restaurantes. Y, en la entrada a la turística calle de Duolun, epicentro de la literatura china de principios del siglo XX en el distrito de Hongkou, sobresale una casa que no desentonaría en el sur de España ni en los vecinos países musulmanes. Junto a otros inmuebles desperdigados por la ciudad, son las obras que mejor se conservan del español Abelardo Lafuente, quien fue uno los arquitectos más famosos de Shanghái entre 1913 y 1931 pero luego cayó en el olvido.
Su figura ha sido redescubierta para la historia por el también arquitecto español Álvaro Leonardo, quien trabajó en Shanghái entre 2009 y 2014 y desde entonces ha emprendido una apasionante labor detectivesca para encontrar toda su obra y darla a conocer. «Cuando me trasladé a Shanghái, le pedí referencias arquitectónicas al sinólogo Manel Ollé, quien me recomendó un artículo publicado por ‘La Vanguardia’ en 1949 sobre los españoles que vivían en esa ciudad en los años 20», cuenta Leonardo por videollamada. Entre ellos destacaban el granadino Antonio Ramos, uno de los pioneros del cine en China; el millonario sefardí Albert Cohen, quien controlaba el negocio de los taxis y ‘rickshaw’ (palanquines) en la ciudad; y el arquitecto madrileño Abelardo Lafuente. Todos ellos aparecían citados, además, en el tomo 2 del libro ‘La vuelta al mundo de un novelista’, de Vicente Blasco Ibáñez.
Mientras los dos primeros eran conocidos en Shanghái, nadie se acordaba ya de Abelardo Lafuente, como descubrió Leonardo al instalarse en la ciudad. Pero, por casualidad, se encontró con una placa con su nombre sobre el que decía ser el antiguo Club Judío de Shanghái, en el 722 de la calle oeste de Nankín (Nanjing Xi Lu). «Con la investigación de todos estos años, he descubierto que ese edificio no es suyo, pero fue el que me puso sobre la pista y me animó a investigar sobre él», recuerda Leonardo, quien acometió la búsqueda al modo antiguo: zambulléndose en los archivos y bibliotecas de Shanghái, Hong Kong y Madrid e incluso buscando en la guía telefónica a los familiares de Lafuente. «De las diez personas que había con ese apellido en Madrid, la tercera que respondió la llamada era su bisnieta, quien, una vez superada la sorpresa inicial, me dijo que conservaba sus cartas y fotos de algunos edificios que había construido», desgrana Álvaro Leonardo, director de proyectos en Asia para una firma americana.
Fruto de todas estas pesquisas, el año
do en Fuentidueña de Tajo (Madrid) el 30 de abril de 1871, era el mayor de cinco hermanos y pasó su adolescencia entre España y la entonces provincia de ultramar de Filipinas, donde su padre, el ingeniero de montes Abelardo Lafuente Almeda, había pedido el traslado en 1883. Mientras el progenitor ascendía en la Administración hasta el puesto de arquitecto municipal interino de Manila, el hijo era enviado a España a estudiar una carrera técnica y a cumplir el servicio militar.
Tras casarse en 1894 y trabajar en la línea ferroviaria Madrid-Zaragoza-Alicante, decidió dar un giro a su vida y volvió a Manila en el convulso año de 1898, dejando atrás a su esposa y dos hijos, Gloria y Enrique Lafuente Ferrari, quien a la postre acabó siendo uno de los historiadores más prestigiosos del arte español. Aunque Filipinas dejó de pertenecer a la Corona ese año, Abelardo Lafuente permaneció allí junto a su padre, quien falleció en 1900, y consiguió abrirse camino entre la abundante comunidad española. Además de montar su propio estudio de arquitectura y diseñar algunos edificios, participó en la construcción de la red ferroviaria de la isla de Luzón entre 1903 y 1904, como atestiguan las fotografías que los descendientes de Lafuente entregaron a Leonardo para su investigación. Aunque la familia intentó reunirse con él en Filipinas, finalmente regresó a España por problemas de salud y se inició así una separación que duraría toda la vida.
Una ciudad pujante
En 1913, Lafuente deja Manila atraído por las inmensas oportunidades que ofrecía Shanghái, que entonces era la ciudad más pujante y cosmopolita del Lejano Oriente gracias al control que tenían las principales potencias coloniales de la época. Pero, antes de recalar allí, el arquitecto regresa a España para ver a su familia. Desde Madrid, viajó después hasta China en el Transiberiano, atravesando primero toda Europa e incluso desviándose para hacer escala en Londres, «posiblemente para cobrar algún trabajo o para ver la arquitectura del momento», especula Leonardo al relatar su vida aventurera.
Tras unos comienzos difíciles en Shanghái, donde mandaban los arquitectos británicos, Lafuente logró hacerse un hueco gracias a sus contactos con las órdenes religiosas españolas de Filipinas y con los compatriotas que tenían negocios en la ciudad. Aunque no serían más de un centenar entre religiosos y laicos, entre ellos figuraban dos de los magnates más ricos de Shanghái: el rey de los cines Antonio Ramos y el emperador de los ‘rickshaws’ Albert Cohen. Para el primero construyó varios cines en 1914, entre ellos los legendarios y ya desaparecidos Olympic y Victoria, y para el segundo diversos garajes. Conservando sus arcos mozárabes, uno de ellos, el Star Garage, data de 1915 y es el edificio con restaurantes que hace enarcar más de una ceja en la calle oeste de Nankín (Nanjing Xi Lu).
Además, para el empresario Antonio Ramos diseñó en 1924 la mansión de verano antes mencionada que también se conserva en el 250 de la calle Duolun. Como el dueño era de Granada y quería sentirse como en casa, Lafuente se inspiró en la Alhambra e incluso importó de España azulejos con los mismos motivos que decoran el célebre monumento. Con arcos de herradura, réplicas de sus capiteles nazaríes, baldosas, un patio interior y una escalera de madera con lacería, la influencia árabe está presente en todo este espectacular inmueble, donde hoy viven varias familias chinas porque las mansiones coloniales y casas señoriales chinas fueron repartidas entre el pueblo tras el triunfo de la revolución comunista en 1949. De hecho, en esta mansión también residió un poderoso ministro del Kuomintang, Kong Xianxi, después de que Antonio Ramos se marchara de Shanghái en 1927, como muchos otros extranjeros, por el peligroso clima de agitación política. Junto a su casa, Ramos le encargó a Lafuente construir un bloque de apartamentos para alquilarlos y así sacarle rentabilidad a la parcela. En este edificio, que se conserva hoy con el nombre de Apartamentos Ramos, vivió durante una temporada el famoso escritor chino Lu Xun, pero la placa que señala su valor patrimonial confunde tanto su año de construcción (1928 por 1924) como la nacionalidad de su promotor, de quien dice que es británico.
Para las órdenes religiosas que conocía desde su paso por Manila, como los agustinos recoletos, construyó en 1922 una procuraduría en plena Concesión Francesa que hoy es ocupada por varias familias y se conserva en bastante mal estado, con ropa tendida y chapuzas por todos lados. Mientras otras mansiones suyas han sido demolidas con el paso del tiempo, como la primera de estilo neo-árabe que diseñó para un tal Sr. French en 1915, otras han sufrido constantes refor
Entre 1913 y 1931, Lafuente construyó una treintena de importantes edificios y mansiones en la entonces capital más cosmopolita de Asia. Pero cayó en el olvido hasta que su figura ha sido rescatada por otro arquitecto, Álvaro Leonardo, en una fascinante y detectivesca investigación