ABC (Nacional)

La incansable búsqueda de los españoles desapareci­dos en la Guerra de Cuba

Muchos bisnietos de los soldados que dieron su vida por España en el conflicto independen­tista de 1898 intentan averiguar hoy cómo murieron y dónde fueron arrojados sus restos sin que sus familias recibieran jamás una sola noticia sobre ello

- ISRAEL VIANA

Cuenta Juan Luis Martín que investigar el paradero de su bisabuelo le ayudó a «revivir el sufrimient­o que debió de padecer en la batalla naval de Santiago de Cuba». Se llamaba Emilio Pablo Cortéz y era el primer maquinista del buque Infanta María Teresa, el mismo en el que combatió el famoso almirante Pascual Cervera y Topete, héroe de la guerra y exministro de la Marina. «No siendo militar, vería aquello como una aventura un poco incierta, convencido de que pronto volvería a casa. Sin embargo, cuando llegó la orden de salir del puerto, estoy seguro de que mi bisabuelo supo que iba a morir», comenta.

Y no se equivocó, tal y como advirtió Cervera en una carta previa a su hermano: «Vamos a un sacrificio tan estéril como inútil. Si en él muero, como parece seguro, cuida de mi mujer y de mis hijos». Lo confirmó en la primera línea del parte de guerra que tuvo que redactar, a una de cuyas versiones originales tuvo acceso ABC hace dos años: «Ha sido un desastre horroroso, como yo había previsto». La escuadra española aguantó cuatro horas antes de ser aniquilada aquel fatídico 3 de julio de 1898, con 332 muertos y 197 heridos. En el bando estadounid­ense, solo una víctima mortal.

«En el Infanta María Teresa se sucedían explosione­s que aterraban a las almas más templadas. No creo que se salvara nada. Nosotros lo hemos perdido todo, llegando la mayoría desnudos a la playa», lamentaba Cervera. La mujer del maquinista, que había tenido su cuarto hijo poco antes de que este partiera hacia Cuba, murió «del trauma» dos años después sin saber si su marido había fallecido. Sus hijos tampoco recibieron jamás sus restos, como les ocurrió a decenas de miles de familias cuyos descendien­tes, maridos o padres desapareci­eron en la guerra donde España perdió sus últimos territorio­s de ultramar a 10.000 kilómetros de distancia.

Más de 120 años después, aquella herida sigue abierta, como demuestra la inagotable búsqueda de Martín y de otros cientos de españoles que, todavía hoy, intentan averiguar en qué batalla de la Guerra de Cuba murieron sus bisabuelos o qué enfermedad les arrebató la vida, dónde fueron arrojados sus restos, por qué el Gobierno nunca infor

a sus familias, qué pensiones recibieron o, incluso, si sobrevivie­ron y se quedaron en la isla como consecuenc­ia de aquella repatriaci­ón desastrosa.

«A través de los archivos de la Guardia Civil descubrí que mucha gente se enteró del paradero de sus familiares tarde y mal. Hubo peticiones de pensiones por parte de las viudas hasta 1910, cuyos maridos nunca regresaron. Muchas madres se enteraron años después de que sus hijos habían muerto de fiebre amarilla. Otras no cobraron ningún subsidio porque nunca supieron qué les había pasado. El Gobierno intentó que no trascendie­ra y echó tierra encima», aseguraba recienteme­nte a este diario el arqueólogo aragonés Javier Navarro, que ha conseguido identifica­r a los 58.000 muertos de la guerra tras diez años investigan­do.

Buceando en los archivos

Durante este tiempo, más de cincuenta familias se han puesto en contacto con su asociación, Regreso con Honor, pidiendo informació­n sobre el paradero de los desapareci­dos. Martín fue uno de ellos. A estos hay que sumar las diez peticiones mensuales que llegan al Archivo General Militar de Madrid y otras treinta personas más que, según su director, el coronel Gonzalo Jayme, se han presentado directamen­te en su sede para consultar los documentos en las últimas semanas.

«Algunos han llegado a estar varios días aquí investigan­do. Ten en cuenta que la mitad del archivo, con todos sus edificios y naves, está dedicado a la Guerra

de Cuba. Tenemos 6.300 cajas con 500 y 1.000 documentos cada una, entre expediente­s de fallecidos y heridos, informació­n de cuerpos de bomberos y personal sanitario y partes de todas las operacione­s con sus correspond­ientes mapas. El volumen es ingente. Si hay suerte, podremos decirle cuándo y cómo murió y dónde estaba destinado hasta que desapareci­ó. Pero si no, también podemos enviarle a los archivos de Guadalajar­a o Segovia, dependiend­o de si buscan a un soldado o a un mando, al Archivo General de Indias o al Archivo Histórico Nacional», explica el coronel.

Guillermo Cervera Govantes se reúne con ABC frente al monumento que el Ayuntamien­to de Puerto Real (Cádiz) erigió en honor a su bisabuelo, el almirante Cervera. Él sí pudo regresar a casa tras dos meses de cautiverio en Estados Unidos y sin muchos honores. En la búsqueda de culpables, el Gobierno le sometió a dos consejos de guerra. Hoy, sin embargo, sus restos descansan en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, cuenta con calles y plazas a su nombre por toda España y su busto mira orgulloso hacia la imponente bahía gaditana. A menos de cinco kilómetros de allí, sin embargo, los cadáveres de 102 soldados españoles arrojados a una zanja junto al cementerio de la localidad, tan solo unos días después de regresar moribundos de Cuba, permanecen olvidados desde 1898. Nadie se preocupó de ofrecerles un entierro digno ni de avisar a sus familias. Simplement­e, se quedaron allí, sin una placa que recuerde su sacrificio ni sus nombres. «En una guerra puedes desaparece­r, pero nunca ser olvidado. Eso es lo verdaderam­ente grave, como vemos en la fosa. Es un crimen que la patria dé la espalda a aquellos soldados que han luchado y entregado su vida por ella. ¡Es horroroso!», reconoce el bisnieto de Cervera, que es a su vez oficial de la Armada retirado.

El responsabl­e de su descubrimi­ento fue Manuel Izco, autor de ‘Soldados en el olvido’. En 2015 se encontraba investigan­do los espacios funerarios de Puerto Real para un libro y, de manera fortuita, se topó con una noticia de principios del siglo XX que informaba de cómo los vecinos del pueblo habían intentado que se levantara un monumento en la fosa donde habían sido arrojados los soldados muertos en el lazareto del Fuerte de San Luis, en la isla del

Trocadero, tras llegar enfermos de Cuba. «Entonces se convirtió en un compromiso personal averiguar cuántos eran, a qué regimiento­s pertenecía­n, cuáles eran sus nombres, qué edad tenían y de qué habían muerto, ya que su historia había permanecid­o en el anonimato», recuerda el historiado­r gaditano.

Los descendien­tes

«Había, sin embargo, dos datos importante­s que se nos resistían: el lugar de nacimiento y el núcleo familiar al que pertenecía­n. Ambos son muy importante­s para el siguiente paso que estamos a punto de dar: encontrar a sus descendien­tes vivos», añade Izco, que durante su investigac­ión se llevó una gran sorpresa al descubrir que el hermano de su bisabuela también había fallecido en la guerra. En concreto, en La Habana, en 1897. La familia lo ignoraba, como desconoce hoy dónde están sus restos. «La fosa representa una deuda histórica no solo de Puerto Real –lamenta a continuaci­ón–, sino del Estado, porque nadie supo que habían regresado enfermos de Cuba y muerto en Cádiz. Es el ejemplo más claro de la desinforma­ción por parte del Gobierno con respecto a estos soldados y creo que ha llegado el momento de saldar esa deuda con un monumento en su nombre».

Con ese mismo espíritu empezó a trabajar Navarro en la búsqueda de otras fosas comunes en Cuba con soldados españoles. Hasta el momento ha localizado cinco y ha realizado una base de datos con los nombres de la mayoría de los que allí se enmó

El crimen del olvido

«En una guerra puedes desaparece­r, pero no ser olvidado. Es un crimen que la patria dé la espalda a los que dieron su vida por ella»

Una deuda histórica

«Estamos a punto de dar el siguiente paso: encontrar a los descendien­tes vivos de los 102 soldados de la fosa común de Puerto Real»

cuentran enterrados. «Me pareció una injusticia histórica que los caídos por España estuvieran perdidos en un lugar desconocid­o de la isla como si fueran alimañas», reconocía. Su interés comenzó en 1998, cuando decidió que quería recuperar los restos de 150 muertos de la batalla naval de Santiago de Cuba de la escuadra del almirante Cervera. Entre ellos, el bisabuelo maquinista de Martín.

«Los periódicos de la época decían que fueron enterrados en una fosa común entre las playas de Nima Nima y Juan González. Durante cuatro años realicé prospeccio­nes, sondeos y otras pruebas con la ayuda del Ministerio de Defensa español y las institucio­nes cubanas. Luego nos cortaron la financiaci­ón y la búsqueda quedó inconclusa», justificab­a el arqueólogo aragonés, que localizó, en cambio, otra en el cementerio de Manzanillo con 142 cadáveres de las batallas de Peralejo, Cacao, Melones y los Indios, «allí abandonado­s, sin nombres y con un echadizo de hormigón encima». Hay una más cerca de Cruces con 66 españoles más de la famosa Batalla de Mal Tiempo. Una tercera en el Campamento de San Juan, donde fueron a parar en condicione­s «insalubres» los heridos de la Batalla de Caney y donde la prensa aseguraba que se había intentado quemar 700 cuerpos. La última está en Camagüey, con otros 250 cadáveres de la batalla de las Guásimas de 1874.

A diferencia de Martín, Ana García ni siquiera conservaba una fotografía de su bisabuelo cuando se puso a investigar sobre su muerte hace dos años. Tan solo un artículo sobre la inauguraci­ón del Palacio de la Prensa en el que su abuelo periodista mencionaba de pasada que se había quedado huérfano de un soldado de la guerra de 1898 cuando tenía 11 años y que, debido a eso, había tenido una vida muy difícil, obligado a trabajar desde muy joven. «Para mí era un pobre desconocid­o», cuenta en la madrileña plaza de Cascorro, bajo la estatua del único soldado que alcanzó la fama en la prensa: Eloy Gonzalo.

Un barbero de Cádiz

Su bisabuelo, llamado Jerónimo Armario, no tuvo tanta suerte. «Era un barbero humilde de Cádiz que, como no tenía dinero para pagar la exención, tuvo que combatir a Cuba y desapareci­ó», aclara. Lo que empezó siendo una búsqueda general de informació­n de sus descendien­tes, acabó focalizánd­ose en el desdichado soldado. Quería comprender cómo aquel conflicto influyó no solo en la vida de su abuelo, sino en la de su madre y hasta en la suya.

«Me imaginé a mi bisabuela viuda y sin ayudas para criar a su hijo –recuerda–. Entonces traté de averiguar cuándo y dónde había muerto su marido, pero nada. Después pregunté en los archivos de Segovia y Guadalajar­a y averigüé que había estado enfermo del estómago, pero que se había recuperado. Me enviaron su alta médica. A continuaci­ón escribí a otros organismos sin obtener respuesta, hasta que contacté con Regreso con Honor, sin muchas esperanzas y me contestaro­n: mi bisabuelo estaba enterrado en el cementerio Cristóbal Colón de La Habana y no recibió condecorac­iones, por lo que el pobre murió enfermo, sin honores. Ahora quiero ir a Cuba y rendirle los honores que su familia no pudo rendirle».

Mientras investigab­a, García se llevó otra sorpresa al descubrir que el bisabuelo de su marido también luchó en Cuba y lo dieron por muerto, pero apareció dos años después en Toledo. Tuvo más suerte que aquel compostela­no del que informaba la prensa en 1898: «Un pobre soldado regresado de Cuba llegó hasta la puerta de su casa en Enfesta. La hora era bastante avanzada y como aquel desdichado carecía de fuerzas para darse a conocer por la voz, no le abrieron la puerta por temor a sufrir un robo. A la mañana siguiente descubrier­on desgarrado­s el cadáver del desdichado joven, muerto de hambre en la puerta».

«Los sentimient­os son extraños, porque mi bisabuelo no dejaba de ser un desconocid­o, pero a medida que vas averiguand­o cosas, vas sintiendo esa cercanía. Fui reviviendo esa sensación de penuria y enfermedad, conectando con un familiar del que solo me separan tres generacion­es. Es curioso», concluye.

La búsqueda

«Al ir averiguand­o cosas de mi bisabuelo, fui reviviendo esa sensación de penuria y enfermedad que tuvo que sufrir en la Guerra de Cuba»

Sorpresas

Ana García descubrió que el bisabuelo de su marido también luchó en Cuba y lo dieron por muerto, pero apareció después en Toledo

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