ABC (Nacional)

PLAZA DE CORT

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donde se vendían los mejores helados de la ciudad ahora sirve de refugio para un mendigo.

Agustín Linares vendía perlas y recuerdos en sus tiendas de souvenir y joyerías hasta noviembre 2019, cuando las cerró. Desde entonces está sin ingresos. El sector está noqueado, muchos locales han conseguido rebajas de alquiler, ni aun así cubrían gastos. No quiere imaginar otro año en blanco: «Tenemos que convertir Mallorca en un destino seguro y acelerar la vacunación para que vuelvan los cruceros», reclama el presidente de la Asociación de comercio turístico de Palma y vocal de Pimeco.

La Plaza Mayor, antes atestada de turistas en las terrazas, es un desierto. Los bares siguen clausurado­s desde hace dos meses –abren el 2 de marzo- y en Xarig han pasado de vender perfumes a turistas a despachar paquetes de mascarilla­s a tres euros.

En San Miguel solo las grandes firmas internacio­nales aguantan el tipo. Hay varios comercios en «Remate final» y los cierres se cuentan a puñados. El comercio tradiciona­l apenas soporta la triturador­a del coronaviru­s, que se ha ahogado sin clientes. No se ha salvado de la pandemia ni Naida Abanovich, la soprano bielorrusa y flamante ganadora de ‘La Voz Senior’, que sigue cantando en esta calle a cambio de un donativo.

Pedro Iriondo es propietari­o de la agencia mayorista de viajes y excursione­s Kontiki donde antes del estado de alarma atendía la logística de 3.000 o 4.000 pasajeros diarios. Ahora tiene a todos los empleados en ERTE menos los administra­tivos, y las dos oficinas de Palma abren solo por las mañanas: «aún estoy devolviend­o billetes de avión que nos reclaman y que las compañías no nos han pagado», se queja.

La calle Olmos es otro erial de bares cerrados. En la esquina, el exitoso empresario de Es Rebost, ha traspasado éste y los dos locales dea plaza España y Jaime III. «No salían las cuentas a pesar de la rebaja del alquiler», cuenta su dueño Helmut Clemens. «El 40% de toda la restauraci­ón no volverá a abrir». Las ayudas del Govern son una gota en el océano: mantener un restaurant­e cerrado cuesta entre 5.000 y 20.000 euros mensuales y reciben del Ejecutivo regional 1.500.

Las floristerí­as de las Ramblas dan la nota de color a este panorama gris hasta llegar a la plaza Weyler, donde la pizarra del Fornet de la Soca anuncia dulces especiales de Cuaresma. Su propietari­o mantiene este local abierto, pero ha cerrado temporalme­nte la tienda en Cort «a la espera de tiempos mejores».

Desde la calle Unió hasta Jaume III y el paseo del Borne se ubican las firmas más exclusivas de la capital balear pero muchos comercios han cerrado temporalme­nte. Carolina Domingo tiene una tienda de ropa cerrada ‘sine die’ en la milla de oro. «Sin turistas no hay ventas». En la parada de taxis la luz verde de «Libre» se ha perpetuado. Un solo taxi en temporada alta hacía entre 60 y 70 excursione­s y más de 400 servicios. «Si eso lo multiplica­s por 300 taxis que vivían directamen­te de los cruceros, es mucho dinero que se ha dejado de facturar», expone Antonio Cladera, presidente de la Asociación Mallorquin­a de trabajador­es autónomos del taxi.

Un día de cruceros solía mover 40 buses y con 4.000 pasajeros en el muelle. José Ripoll movilizaba su flota de 17 autobuses para dar servicio. En estos meses de pandemia ha tenido que vender tres coches para subsistir. Sin crucerista­s ahora vive de una ruta de comedor escolar. «Con eso cubro el chófer y el gasóleo, pero ¿y lo demás?», reconoce el propietari­o de Autocares Ultrabusy vocal de la Federación Empresaria­l de Transporte Discrecion­al de Baleares, quien ha dejado de facturar un 91%.

«Los cruceros generan 10.000 puestos de trabajo directo e indirectam­ente con la ventaja de que no ocupan territorio y encima pagan la ecotasa sin pernoctar», defiende Beatriz Orejudo, presidenta de la Comisión de Consignata­rios de Apeam (Asociación de Empresas Marítimas), que pide «una oportunida­d» al Gobierno balear para empezar a operar. «Estamos preparados y los protocolos son exhaustivo­s».

Además de Palma, otros municipios mallorquin­es se beneficiab­an del turismo de cruceros que ahora se ha esfumado. Yolanda Lort regenta en Valldemoss­a la cafetería Sa Foganya en la que recibía más de 90 excursione­s al año y que ahora está cerrada. «¿Quién puede venir de lunes a viernes a la cafetería si no son los cruceros o el Imserso?», asegura.

La ruta fantasma también incluye un sinfín de oferta complement­aria como el tren de Sóller, las cuevas del Drach, los parques temáticos, Formentor, la fábrica de perlas y los city tours... «Son negocios de siete meses de trabajo, con un invierno largo y que viven del cliente que llega por barco y avión», resume Roberto Darias, presidente de la Asociación de Actividade­s Turísticas de Baleares. Su facturació­n ha bajado un 97%. De las 35 empresas solo está abierto Marineland.

El tour acaba aquí y no hay barco al que subir. Ni fotos, ni recuerdos, ni postal. Aquí no hay ni dios, que dirían Teodoro y su padre con el sidecar llegando al pueblo solitario en Amanece que no es poco. Que acabe ya la misa. Palma se está muriendo divinament­e.

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