Un siglo de universalidad
«Lo que ha conseguido la danza es asombroso. En cualquier continente saben identificar un solo movimiento de la mano con todo un país: el flamenco y España». Así analiza Cristina Hoyos, cuya compañía presume de ser una de las que más ha trabajado en el extranjero de la historia, el mayor atributo de un arte para ser universal: su carácter reconocible. El hecho se demuestra en los anuarios de la SGAE de 2018 y 2019, anteriores a la pandemia, donde se recoge que una de las aportaciones más significativas en materia de derechos de autor está vinculada, precisamente, a las compañías, máximas responsables de la cultura en vivo que se exporta. Sara Baras, María Pagés, Eva Yerbabuena e Israel Galván son algunos de los artífices de todo ello.
Japón es el país con más tablaos detrás de España. Nueva York, Nimes y Londres organizan tres de los festivales de mayor importancia para este género musical. Y en otros espacios que nada tienen que ver con él, como el Sydney Opera House, guardan un día para el flamenco en su sala principal, con capacidad para 2.500 personas. En cualquier ciudad del mundo, desde Buenos Aires a Antananarivo, capital de Madagascar, podríamos toparnos con una academia y una programación permanente, además de actuaciones esporádicas. Algo así comenta Diego Alonso, guitarrista y profesor en la otra orilla del Atlántico: «Aquí en Chicago, si sabes tocar por bulerías, tienes tu sitio en cualquier club de jazz emblemático. Nos respetan y admiran, por eso tenemos cabida en todos los sitios». Fue Miles Davis, de hecho, el que a la salida de un espectáculo en un tablao de Barcelona compró una antología de cantes de Hispavox en vinilo antes de publicar sus ‘Sketches of Spain’.
El bailaor Andrés Marín, quien tiene su estudio y residencia en Sevilla, ha cerrado más contratos en Francia que en su ciudad natal, un caso similar al de Galván, que también pasa largas temporadas fuera de casa. Paco de Lucía, Sabicas, Carmen Amaya y Antonio ‘El Bailarín’ fueron elevados a la categoría de iconos más allá de nuestra frontera, mientras que a Chano Lobato le salieron imitadores por el continente asiático. Hacia allí se dirige el cantaor Jesús Heredia, a sus 87 años, desde el Hospital de la Caridad de la ciudad hispalense. Su hijo abrió una escuela en Hiroshima y ahora él explica frente a la pantalla los cantes de Tomás Pavón a sus alumnos, que lo veneran por su condición de maestro. La última conquista, en este sentido, parece estar relacionada con la tecnología. Y también trata de estrechar lazos.