La vida poco privada del ciudadano Trump
El expresidente ya busca rehabilitar su imagen y de momento ha abierto las puertas de su mansión de Florida, que es lugar de peregrinaje político
Recluido en una mansión de Florida que en 1924 fue diseñada para servir como una Casa Blanca de reemplazo para los meses en que el frío torna a Washington casi inhabitable, Donald Trump comienza a asomar la cabeza tras el invierno de su descontento. Tras su derrota y su amarga salida, el expresidente empieza a marcar terreno de cara a las próximas primarias, que empiezan el año que viene, y las subsiguientes elecciones al Capitolio. No, Trump no se arrepiente de nada. No se esconde, sólo mide sus tiempos. Y ya tiene una pregunta que ha circulado en dos o tres discursos improvisados a los invitados que pasan a verle –algunos previo pago– por esa mansión de Mar-a-Lago: «¿Ya me echan de menos?».
No es que el magnate viva recluido en sus aposentos. Mar-a-Lago es un club social, y el expresidente se deja querer. La semana pasada se dejó invitar a una boda organizada allí previo cuantioso pago, la de John y Megan Arrigo, que le cedieron el micrófono al expresidente un rato. Si la feliz pareja esperaba un discurso al uso, deseándoles años de felicidad, es que no conocen a Donald John Trump. Vestido de frac, el dueño y señor de la mansión inmediatamente se centró en su tema favorito, él mismo. Lamentó sentirse víctima de un fraude electoral y pasó a despellejar a su sucesor. Habló de China y de la crisis migratoria, y, sonriente, les preguntó a los reunidos: «Bueno, ¿ya me echan de menos o qué?». (El portal web TMZ publicó el vídeo de su discurso, grabado en un móvil).
Es una curiosa selección de palabras. El expresidente no está del todo bien con su partido, después de que los conservadores más veteranos en Washington pusieran tierra de por medio y le dieran la espalda tras el saqueo del Capitolio, que creen instigado por la negativa de Trump a asumir su derrota. Ya más calmadas las aguas, el Partido Republicano intentó recaudar fondos con camisetas y otros artículos con la imagen de Trump y la pregunta de marras –«¿ya me echan de menos?»–. Inmediatamente los abogados del presidente amenazaron a su propio partido con una demanda por uso indebido de su imagen.
Ajustando cuentas
Se trata de un movimiento curioso, y muy revelador. Al expresidente no se le ha pasado el enfado con su propio partido. Ha hecho una lista con los malos y con los buenos. A los primeros se la tiene jurada, comenzado con Liz Cheney, la hija del exvicepresidente Dick Cheney, que votó a favor de recusarle en su juicio político del ‘impeachment’. De hecho ha invitado a sus partidarios a que se presenten a primarias para defenestrarles, defendiendo que una palabra de Trump bastará para que pierdan. A los buenos, el expresidente los recibe en Mar-a-Lago como un rey en el exilio a la espera de que caiga el gobierno republicano (o en este caso, demócrata) que le ha dado la patada.
Así, la mansión de Florida se ha convertido en lugar de peregrinación para los populistas que siguen viendo en Trump una garantía de futuro, a pesar de su derrota de noviembre. En general, son diputados y senadores con relaciones malas o muy malas con su partido, que se han destacado por haber defendido al expresidente a capa y espada, aun durante los aciagos días del saqueo del Capitolio y el repudio generalizo a sus dudosas denuncias de fraude electoral.
Uno de los últimos, Madison Cawthorn, que como todos los diputados se enfrenta a unas primarias y unas elecciones cada dos años. Pese a su juventud, el apuesto Cawthorn ya tiene a sus espaldas varias denuncias de comentarios inapropiados y acoso sexual, además de haber mentido sobre su su
puesta preparación para los juegos paralímpicos (el joven quedó paralizado de cintura para abajo después de un accidente de coche en 2014). El mismo peregrinaje al Lourdes trumpista hizo la que tal vez sea la mujer que más inquina produce en Washington, la diputada Marjorie Taylor Greene, famosa por su pasión por las teorías de la conspiración y por haber presentado una propuesta de ‘impeachment’ contra Biden minutos después de que este llegara a la Presidencia.
Un común denominador une a todos estos diputados: se llevan tan mal con los líderes de su partido como con los demócratas y la actual Casa Blanca. Ellos mismos son el ‘trumpismo’ después de Trump, y aún no descartan que en 2024 su ídolo decida que no tiene nada que perder y se vuelva a presentar a las primarias de nuevo.
Se nota también que el expresidente echa de menos aquellos días en que un tuit suyo provocaba tsunamis