ABC (Nacional)

LO QUE LA VERDAD DE LA SAREB ESCONDE, «NI ES BANCO NI ES MALO», ES ‘FAKE’

- POR MARÍA JESÚS PÉREZ

Ynos estalló la bomba. Otra. Era cuestión de tiempo. Y en menudo momento. En el peor diría yo. El cantar nuestro de cada día. De aquellos polvos, estos lodos. Hoy, esos que afloran de otro parche mal puesto. Hablo de la Sareb –Sociedad de Gestión de Activos Procedente­s de la Reestructu­ración Bancaria–, el mal llamado, dijeron, banco malo que se creó en 2012 para socializar pérdidas en la anterior crisis financiera. Y tapar vergüenzas. Una auténtica bomba de relojería en pausa durante años por gobiernos de diferente color. Los polvos los puso entonces el Ejecutivo de Rajoy, y los lodos los gestiona hoy, mucho más mal que bien, el de Sánchez.

El pasapalabr­a ya no nos sirve. Y es que Eurostat, la agencia de estadístic­a europea, nos obliga ahora a incluir en la contabilid­ad pública a la Sareb: 35.000 millones de deuda pública y otros 7.000 de déficit en 2020. Suma y sigue al endeudamie­nto galopante que pagarán nuestras próximas generacion­es, que si ya era un desmadre con las barrabasad­as del actual Gobierno, así va a superar el 120% del PIB.

Hoy, por tanto, más actual que nunca aquel 2012 cuando el Gobierno popular se veía obligado a pedir un rescate a Europa para salvar a las cajas de ahorros quebradas. Eso sí, a cambio Bruselas exigía la creación de una sociedad a la que traspasar todo el ladrillo y el crédito promotor, con el fin de sanear las entidades y venderlas mejor para recuperar el máximo del rescate. Una patada hacia delante. Hasta ayer mismo.

En aquel momento, el que fuera ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, dijo sí pero con la condición de que las previsible­s pérdidas del vehículo ‘come activos tóxicos’ no computaran como déficit público ni su endeudamie­nto como deuda pública. Europa no dijo que no, pero urgía buscar una fórmula que lo permitiera. La bombilla se le encendió al entonces ministro de Economía, hoy vicepresid­ente del BCE, Luis de Guindos, al dar entrada en el capital de forma mayoritari­a a los bancos sanos y a otras empresas. Lograr que Sareb, presidida por Belén Romana –«no es un banco, ni es malo», dijo– fuera una sociedad que no formase parte del sector de Administra­ciones Públicas. Y por eso el Estado –a través del FROB– puso el 45% del capital inicial de 1.200 millones, más 3.600 de deuda subordinad­a. Hasta 4.800 millones pues. El 55% restante lo aportaban catorce bancos nacionales, previa llamadita al orden desde el Ministerio de la cuestión: Santander, Caixabank, Sabadell, Popular, Kutxabank, Ibercaja, Bankinter, Unicaja, Cajamar, Caja Laboral, Banca March, Cecabank, Banco Cooperativ­o Español y Banco Caminos); más dos bancos extranjero­s (Deutsche y Barclays); una eléctrica (Iberdrola); y diez asegurador­as (Mapfre, Mutua Madrileña, Catalana Occidente, Axa, Generali, Zurich, Reale, Pelayo, Asisa y Santa Lucía). El único que evitó participar en el ‘regalito’ por «criterios técnicos», señalado con una cruz roja para los restos, fue el entonces presidente de BBVA, Francisco González. Y acertó, pese a quien le pese, como ya le ocurriera con la salida a Bolsa de Bankia y las también ‘llamaditas’ vía Economía del PSOE con Salgado al frente, ZP en

Moncloa y Fernández Ordóñez como gobernador. FG resistió, a pesar de que en ambos casos le llamaron de todo menos bonito por anteponer los intereses de su banco y accionista­s. Al César lo que es del César. Olió los quebrantos y los esquivó.

Nos aseguraba además De Guindos en noviembre de 2012 que la sociedad no solo no nos costaría dinero a los contribuye­ntes españoles sino que, a lo largo de su vida, ofrecería una rentabilid­ad del 15%. Bien es cierto que admitía que Sareb podría tener pérdidas «en un primer momento», ya que los primeros años serían los más difíciles, por lo que puso un plazo para obtener esta rentabilid­ad de 15 años. Pero... a día de hoy quien haya obtenido rentas o crea que las obtendrá, que dé un paso al frente. Pérdidas tras pérdidas, ejercicio tras ejercicio.

Lo malo es que el truquito no acababa ahí. Hubo hasta pecado original: los casi 5.000 millones de capital no eran suficiente­s, por lo que la Sareb emitió 50.781 millones en bonos, 20 veces más de lo que habían puesto los bancos privados. A lo que se añadió otra brillante idea de su propia presidenta: contratar un seguro (swap) para protegerse de alzas de tipos… cuando estábamos a las puertas de los desplomes hasta entrar en terreno negativo. Pues sepan que la gracia nos ha costado ya casi 3.000 millones... y subiendo. ¡Lástima que ya en 2013 Romana ni se parase a echar un vistazo a la oferta del banco chino ICBC por el 100% de Sareb! Torpeza máxima.

El caso es que casi diez años después la decisión de Eurostat deja en papel mojado aquella estratagem­a tan rentable y tan buen negocio. Hay que imputar las pérdidas y la deuda de Sareb al Estado igual que si no hubiera accionista­s privados. El Estado avala esa deuda en caso de impago, asume el riesgo y, por tanto, se lo tiene que apuntar. Y para mal de males, no se ha logrado recuperar más que una pequeñísim­a parte del rescate con la venta de entidades o sus dividendos, mientras algunos –el propio Sánchez– esperan ahora que la absorción de Bankia por Caixabank multipliqu­e los panes y los peces, ¡lo llevamos clarinete!

La paradoja es que cuando uno piensa que algo no puede ir a peor, pues va. ¿Y si la Sareb quiebra? Esos 35.000 millones de deuda se tendrán que ejecutar. Y la pagaremos vía Presupuest­os o refinancia­ndo esa cantidad, una cuarta parte de lo que nos toca de los fondos UE para salir de la crisis. Tendríamos una ‘megadeuda’ que se sumaría a la del rescate de Bankia, para la que ahora la flamante fusión con Caixa es una suerte de sarcófago como el que se ideó para Chernobil, para evitar que el peligro de dentro saliera fuera y que lo de fuera no se asomara dentro.

La pregunta no es quién pagará todo esto, que está claro, sino cuándo y cómo, lo cual ya no está tan claro. Aunque esta ya es otra historia. Una que algunos interpreta­n como todo un sueño y otros como una historia para no dormir.

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EFE Luis de Guindos y Belén Romana
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