Los huevos de gallareta
En otra época pasada, la marisma contribuía con abundantes recursos naturales a la subsistencia de las personas que vivían en ella o que habitaban en su periferia. Uno de estos recursos consistía en la cosecha anual de huevos de ciertas aves silvestres que estas producían en primavera, como patos de las diversas especies nidificantes en la zona, aves larolimícolas y especialmente gallaretas o fochas. Al igual que el conejo ha supuesto un segmento de vital importancia en la cadena trófica de los ecosistemas secos mediterráneos, estas gallinas de agua han constituido para los espacios húmedos de la misma región un importantísimo aporte de biomasa.
El 19 de marzo, día de San José, era la fecha tradicional que cada año marcaba la salida de los recolectores profesionales, pues en años normales de inundación, la puesta de las gallaretas se concentraba entre mediados de marzo y finales de abril y era esta la temporada ideal para cosechar sus huevos en fresco. Huevos que podían ser consumidos por los colectores y sus familias, pero también y generalmente llevados a los pueblos vecinos para su venta y distribución a una parte de la población que los valoraba en alta medida. Eran precisamente los de gallareta, por su finura y delicado sabor, los más estimados. Se consumían mayormente cocidos, con sal y pimentón, pero también fritos y en tortilla.
La focha construye con vegetación acuática un amplio nido flotante y anclado al fondo marismeño, donde deposita 5 o 6 huevos de un blanco ocráceo punteado de negro y del tamaño del de una gallina americana, si bien más alargados y menos oblongos. Si durante el proceso de puesta y posterior incubación, el nivel del agua sube por efecto de las precipitaciones y el nido naufraga, el ave recurre a una segunda puesta de restitución en un nuevo nido que con frecuencia construye sobre el original hundido. El mismo comportamiento observa el ave cuando su nido es expoliado por algún predador, incluido el recolector humano.
Los recolectores de oficio se servían de cajones –pequeñas embarcaciones de fondo plano que impulsaban con dos cañas– para explorar y registrar las manchas de castañuela en lucios, caños y calderetas, donde las gallaretas instalan sus nidos. La faena de ‘huevear’ era una más de las realizadas a lo largo del año por el hombre de la marisma en su continua dedicación al aprovechamiento de los productos naturales que esta le ofrecía.
La llegada de los ingenieros y los biólogos al humedal guadalquivireño no solo acabó con estas prácticas ancestrales y otras muchas, sino también con la exuberante población de gallaretas y de otras especies de aves que siempre lo habitaron.
Otro caso más de pérdida irreversible de patrimonio material e inmaterial.