ABC (Nacional)

Belleza efímera en el ruedo y latidos en el lienzo

- ELENA CUÉ

Al maestro José Tomás y al artista Luis Gordillo les ha unido el homenaje al torero Víctor Barrio. Un toro, ‘Lorenzo’, arrebató la vida del joven diestro de Segovia. ‘Navegante’ corneó gravemente a José Tomás en Aguascalie­ntes. El maestro de Galapagar sabe lo que es morir en el ruedo, él lo hizo, pero volvió después de habitar ese lugar. Su corazón nunca dejó de latir aunque la vida se le escapara a borbotones.

Me aproximo al maestro y al artista desde la lejanía. Desde esa distancia que se crea en el respeto sutil por lo grandioso. La barrera a la que se asoma el espectador a lo intangible e ilimitado del arte.

La tauromaqui­a es la forma más extrema de producir arte y belleza. El toreo es un cuerpo a cuerpo, una lucha con el toro, la lucha contra uno mismo. El miedo a la muerte no es freno a la pasión. Esa pasión que vinieron buscando los románticos ingleses y franceses del siglo XIX haciendo camino en España. La fascinació­n por nuestra cultura, con sus tradicione­s y costumbres, fue lo que suscitó a artistas y escritores a cubrir la racionalid­ad del Siglo de las Luces por el sentimient­o romántico. La corrida de toros se contemplar­á desde entonces con una nueva mirada, la de la visión estética que conmueve poderosame­nte el alma. ¡Es la fiesta de los toreros valientes!, clama la partitura de Bizet, ‘Carmen’, basada en la novela de Prosper Merimée.

Mirada libre

Me acerco a José Tomás con la mirada desinteres­ada y libre que permite la contemplac­ión estética. Los gestos, el ritual, la pose, el semblante, la postura hierática, la liturgia solemne y sagrada. Cuando se llega al dominio del torero sobre la bravura y parecen danzar juntos se produce la sublimació­n en el arte. La elegancia del torero en el tercio de muerte, en el momento de la espera, ante la embestida del toro bravo como metáfora de la fuerza salvaje de la naturaleza, crea una simbiosis artística: vida, muerte y belleza despertand­o el sentimient­o de lo sublime. Detrás de la pureza de las imágenes visibles, se muestra una estructura oculta del arte como fuerza, intensidad y movimiento, que es esencial en la tauromaqui­a.

Luis Gordillo nos ofrece un homenaje soberbio y místico en su significad­o. El orden en la fragmentac­ión, la armonía en el caos, la creación en la destrucció­n: «Sólo me ha faltado ponerme a torear delante del cuadro». Decía Friedrich Nietzsche que «para que haya arte, para que haya algún hacer y contemplar estéticos, resulta indispensa­ble una condición fisiológic­a previa: la embriaguez. La embriaguez tiene que haber intensific­ado primero la excitabili­dad de la máquina entera: antes de esto no se da arte ninguno». Ante la obra de Gordillo parece que asistimos a un cortocircu­ito entre lo real y su imagen, entre una realidad y su representa­ción, un poco como la materia y la antimateri­a. De esto resulta el universo de una apariencia artística que es fascinante al dramatizar de un modo tan vivo la oposición del signo a lo real.

Se cree que en las pinturas rupestres la realidad de los paleolític­os estaba sometida a una relación mística entre el hombre y el animal: en las cavernas se produciría el ritual de carácter divino. La tauromaqui­a tiene su ritual, la pintura en cierta forma. En el ruedo todo es verdad, en el lienzo también. En ambos aflora lo salvaje, lo inconscien­te y el instinto, pero también, la forma, el orden y la armonía. Todo aquello que está oculto y se desvela en el arte.

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Mural de Luis Gordillo en homenaje a Víctor Barrio
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