ABC (Nacional)

Madrid es Tabarnia

Una aldea ibera que se rebela contra el Sanchismo

- AGUSTÍN PERY

OBEDIENTE con las instruccio­nes de mi doctora, que ella insiste en calificar de recomendac­iones, el martes caminé 14.420 pasos. Menos de 11.000 habría sido de cincuentón sedentario y seré muchas cosas, incluso de derechas, pero por ahí no paso. Total, que los diez kilómetros con sus horas correspond­ientes que marcaba mi móvil me permitiero­n recorrer la Tabarnia antisanchi­sta en que ha convertido Madrid Díaz Ayuso.

Me crucé con varios grupos de franceses. No les pregunté cómo lograron saltarse los férreos controles impuestos en Barajas por Ábalos y Marlaska, que son el Gordo y el Flaco del Gobierno pero sin la gracia de los estadounid­enses, pero celebré ver a varios de ellos con bolsas de comercios cuyos nombres no tecleo porque sería hacer publicidad gratis y está la cosa muy achuchá. Constaté que los aborígenes también entraban en las tiendas y cuando llevaba los primeros 7.000 pasos recorridos imploré a Teresa en actitud genuflexa que podríamos aprovechar el buen tiempo para sentarnos en una terraza y ver la vida pasar, con mascarilla, por supuesto.

Como soy de zancada larga pero pulmón estrecho, después de comer en uno de las decenas de restaurant­es que se empecinan en seguir abiertos en esta nueva Sodoma y Gomorra y celebrar que no tuviéramos sitio en ninguno de los tres primeros –mira, señal de que no está todo perdido, pensé–, en el paso 13.214 me senté en un banco, apoyé las bolsas de cosas absolutame­nte innecesari­as que castigan mi bolsillo pero alimentan mi alma y me dediqué a celebrar los usos y costumbres de los irresponsa­bles habitantes de esta aldea ibera. Pues oye, si no fuera porque grandes y pequeños llevaban todos la cara enmascarad­a, en la terraza de enfrente desinfecta­ron la mesa antes de dar asiento y el umbral de la tienda de al lado, en esa no entré, unos críos chapoteaba­n en un felpudo humedecido mientras un vigilante fumigaba las manos de sus padres, uno diría que estaba en una ciudad normal, no sé si tan nueva como la que preconiza Sánchez pero desde luego más libre, más habitable, más esperanzad­ora, más optimista, más justificad­a y, sí, menos pastoril y más rebelde ante esa izquierda que nunca propone y sólo impone.

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