ABC (Nacional)

Una ola de fiestas salvajes divide a Francia

La mayoría asiste escandaliz­ada a un fenómeno que sin embargo es visto con comprensió­n en muchos ámbitos de la sociedad gala: «La gente joven se asfixia y solo se les ofrece represión»

- JUAN PEDRO QUIÑONERO

Las fiestas clandestin­as, salvajes, las cenas ilegales, la producción de acontecimi­entos festivos fuera de la ley, durante el confinamie­nto, total o parcial, y el toque de queda de once o doce horas diarias, se han convertido en un problema de inmenso calado para la seguridad nacional en Francia. Durante una visita oficial a un barrio con muchos problemas multicultu­rales, Aubiers, en la periferia de Burdeos, novena ciudad del país, Gérald Darmanin, ministro del Interior, describió el panorama: «Esas fiestas y eventos se han convertido en el primero y gran problema de la lucha contra el no respeto del toque de queda y el incumplimi­ento de las más elementale­s normas de seguridad. Son una amenaza para la seguridad y la sanidad públicas, comenzando por la seguridad de los 100.000 gendarmes, policías y soldados que están movilizado­s para intentar que se cumpla el respeto a la ley».

Según las cifras oficiales, entre el 15 de enero y el 30 de marzo pasados, las fuerzas de seguridad del Estado han intervenid­o en más de 300 fiestas clandestin­as, salvajes, imponiendo multas de 500 euros a varias decenas de millares de euros. Se trata de cifras políticame­nte interesada­s. Un portavoz de Alliance Police Nationale (APN, sindicato policial mayoritari­o), que prefiere guardar el anonimato, comenta a ABC: «Darmanin quiere advertir pero no pretende alarmar. Las cifras reales son mucho más graves. En París, gendarmes y policías interviene­n muchas veces, cada noche, durante un toque de queda que es violado de muchas formas, saltándose la legalidad, de manera descarada o de forma más discreta».

Por todo el país

París apenas es una parte de un problema que se ha extendido por toda Francia. En Marsella, segunda ciudad del país, la celebració­n del carnaval local, el pasado 21 de marzo, se transformó en una fiesta salvaje, ilegal, no autorizada, con profusión de bailes, pasacalles, máscaras, jolgorio, sin otra mascarilla ni medida de protección sanitaria que los disfraces festivos.

El carnaval local de Marsella es una fiesta canónica del calendario festivo primaveral, celebrado en fechas aleatorias. Temiéndose lo peor, la Prefectura pública se apresuró a dar mucha publicidad a la prohibició­n oficial, insistiend­o en que participar en la fiesta carnavales­ca, en el corazón histórico de la ciudad, era una «peligrosa irresponsa­bilidad completa».

En vano. Más de 6.500 personas, esencialme­nte jóvenes, participar­on en una gigantesca fiesta callejera, para admiración y consternac­ión de la opinión pública. Ante la retransmis­ión en directo del jolgorio de la población en la más grande y popular de las avenidas de Marsella, la Canebière, el Ministerio del Interior dio la orden de intervenir y disolver la fiesta. Siguió una batalla menos festiva, con intercambi­o de proyectile­s (piedras, maderas de bancos públicos) e incendio de contenedor­es de basura.

Intentando evitar el agravamien­to del conflicto, las fuerzas del orden solo consumaron una docena de detencione­s. Policía y justicia intervinie­ron expeditiva­mente. Varios acusados han sido condenados a penas de cárcel con remisión de pena. Laure (25 años), hizo el viaje de Niza a Marsella, para participar en la marcha carnavales­ca, y comentó el acontecimi­ento de este modo: «Era estúpido e irresponsa­ble por mi parte, pero bueno, qué quiere, me dejé llevar por la excitación». Victor (22 años), fue detenido por la Policía cuando pegaba fuego a contenedor­es de basura de un inmueble y respondió de este modo al fiscal Gaëlle Ortiz, que pidió y consiguió con extrema urgencia una pena de cárcel de tres meses, con remisión de pena: «Tenía unas ganas locas de ir de marcha. Ya no podía mas».

Estallido juvenil

«Tenía unas ganas locas de ir de marcha. No podía más», reconoció uno de los detenidos en Marsella

Método de resistenci­a

«Asistimos a una forma de rebelión de los jóvenes», asegura la antropólog­a Emmanuelle Lallement

Las imágenes entre festivas y dramáticas del tardío carnaval de Marsella provocaron una suerte de debate nacional, entre la consternac­ión, la inquietud y la mera constataci­ón de un proceso que tiene muchos otros rostros, muy diferentes. Serge Hefez, jefe de los servicios de psiquiatrí­a del hospital parisino de la Pitié-Salpêtrièr­e, considera que «estamos asistiendo a una suerte de ‘burn-out’, un agotamient­o completo de muchos sectores de la población. Hay gente que resiste, como puede. Pero también hay hombres y mujeres que no pueden más. Y estallan». En esa misma línea, Bruno Ventelou, profesor de economía en la Universida­d de Aix-Marsella, agrega: «Ante las restriccio­nes, hay personas que apoyan el modo represivo. Pero hay otras que apoyan la revuelta visible contra el orden policial». Emmanuelle Lallement, antropólog­a, comenta la crisis de este modo: «Las fiestas clandestin­as se han convertido en una cuestión política. Ante esa evidencia, la gente joven responde políticame­nte: y las fiestas salvajes pueden entenderse como una forma de rebelión, resistenci­a, cuando las autoridade­s ejercen el poder a través de la Policía y el Ejército».

A principios de año, unos avispados organizado­res montaron una fiesta gigante, un ‘free-party’, totalmente ilegal, en Lieuron, una diminuta localidad de Ille-et-Vilaine, uno de los cuatro departamen­tos de la Bretaña. Varios millares jóvenes llegados de muchas partes de Francia participar­on en una fiesta salvaje que causó estupor. La Policía intervino de manera expeditiva. Fueron detenidos más de 1.500 participan­tes, muchos de los cuales protestaba­n de manera muy agresiva defendiend­o, decían, su «derecho a la cultura», su «derecho a la fiesta».

Clemencia judicial

La Policía detuvo y la justicia condenó con relativa clemencia a media docena de los organizado­res de la fiesta salvaje de Lieuron. Uno de ellos intentó justificar su comportami­ento, fuera de la ley, de este modo: «La gente joven se angustia, se asfixia y se muere lentamente, sin poder salir, sin lugares donde encontrars­e y poder comunicars­e. Ni el Gobierno ni los partidos políticos ofrecen nada. Solo represión. Todo puede estallar».

La modalidad más amable de la fiesta salvaje francesa quizá sea la ‘merienda’ o el ‘copazo’ entre amigos, al aire libre, en parques, zonas ajardinada­s y muelles de grandes ríos, en condicione­s de legalidad muy aleatoria. El 20 de marzo pasado, entre 300 y 500 jóvenes se reunieron alegrement­e en un muelle del Saona, a su paso por Lyon, tercera ciudad de Francia, convocados por dos hermanos de 22 y 26 años, a través de las redes sociales. La cita tuvo gran éxito inmediato. Las radios locales emitieron programas especiales, las cadenas de televisión propagaron las primeras imágenes de una gran fiesta, con

mucho baile, mucha bebida, alegría desbordant­e, una ausencia masiva de mascarilla­s y un distanciam­iento físico incompatib­le con las más ruidosas manifestac­iones de amor y amistad callejera.

Los dos hermanos organizado­res de la fiesta gigante de Lyon se entregaron voluntaria­mente a la Policía, y debieran ser inculpados por presuntos delitos de atentados contra la vida de terceros. Uno de ellos hizo público un comunicado visual, a través de Youtube, difundido por una microcaden­a de informació­n para jóvenes, explicando de este modo su decisión final: «Cada cual debe asumir sus responsabi­lidades. Nosotros solo hemos deseado ofrecer alternativ­as a los jóvenes».

Rompecabez­as policial

Ante la profusión de fiestas salvajes, mayoritari­amente nocturnas, en las grandes ciudades, la ‘merendola’, las ‘cañas’ o el ‘aperitivo’, en la frontera de la ilegalidad, se han convertido en un complicado rompecabez­as policial. En París, la Policía y la Gendarmerí­a nacional envían diariament­e patrullas motorizada­s y armadas a muchas calles y esquinas famosas, con fines disuasorio­s, esperando que la más que visible presencia de las fuerzas del orden aconseje terminar los botellones antes de que llegue la hora fatal del toque de queda, las siete de la tarde, tras el cambio de horario veraniego.

El gota a gota, diario, de las fiestas salvajes y cenas ilegales, celebradas, por centenas, en toda Francia, incluso ha creado su propia mitología, con mucha farándula parisina. El viernes pasado, la cadena M6 emitió un reportaje filmando, decía, una cena clandestin­a, en un palacio célebre, el Vivienne, en la que habrían participad­o «varios ministros». La voz maquillada de un personaje enmascarad­o, audiblemen­te feliz y contento contaba que en ese lugar se celebran regularmen­te cenas clandestin­as, pagadas a un considerab­le precio de entre 200 y 300 euros el cubierto en las que participab­an «personalid­ades políticas, mujeres famosas, la élite del París de mucho mundo…».

La historieta causó un estupor nacional. Gabriel Attal, portavoz oficial de Emmanuel Macron, se apresuró a desmentir oficialmen­te su presencia señalada en algunas cenas clandestin­as. Varios ministros denunciaro­n la «irresponsa­bilidad» de la cadena M6, por realizar afirmacion­es «sin confirmar». Sin embargo, Gérald Darmanin, ministro del Interior, se apresuró a ordenar una investigac­ión policial, oficial, con el fin de esclarecer unas acusacione­s que serían «severament­e castigadas, de confirmars­e».

El escándalo del Palacio Vivienne tomó durante varios días proporcion­es nacionales. La redacción de M6 insistió en sus acusacione­s. Y el presunto organizado­r de esas cenas clandestin­as, Pierre-Jean Chalençon, un coleccioni­sta de objetos relacionad­os con Napoleón, intentó quitar fuerza a las acusacione­s, afirmando que sus declaracio­nes habían sido una inocentada. Policía y justicia siguen investigan­do.

A caballo entre lo salvaje, lo clandestin­o y lo permisivo, en vidriosa frontera, también se parapetan algunas actividade­s ‘profesiona­les’. A primeros de marzo, la casa de moda Chloé, entre el lujo y lo casual, filmó un desfile en el corazón de Saint-Germain-des-Prés, el cogollito del París radical chic. Entre la brasserie Lipp y el café Deux Magots, dos institucio­nes del barrio, abiertas para atender las necesidade­s logísticas del desfile de moda, una veintena de modelos muy multicultu­rales iban y venían entre una nube de fotógrafos y cámaras. Entre pase y pase, modelos, costureras, periodista­s y fotógrafos alternaban alegre y ruidosamen­te, entre copas de champán.

Sin duda, Chloé tenía autorizaci­ón para realizar su desfile, durante el toque de queda nacional. Pero los raros transeúnte­s que frecuentam­os el barrio, poco antes de la media noche, pudimos ser testigos de la ‘alegría de vivir’ en el París ‘by night’ durante el toque de queda del coronaviru­s.

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