ABC (Nacional)

Un bohemio del toreo

José Luis Teruel, ‘El Pepe’ (1941-2021) Matador, banderille­ro, apoderado, empresario y hombre de confianza de su hermano Ángel

- ANDRÉS AMORÓS

HABLA Paco Umbral, en ‘Travesía de Madrid’, de unos modestos feriantes, que colocaban su tiovivo en algún desmonte y tenían dos hijos que soñaban con ser toreros. El pequeño, Angelito, llegó a ser una gran figura, Ángel Teruel. El mayor, José Luis, llegó a matador, con el apodo ‘El Pepe’, y acaba de morir, después de una larga enfermedad, en Corella (Navarra), donde residía.

Nació en Madrid el 21 de enero de 1941. Comenzó, como tantos, en la parte seria de un espectácul­o cómico. Toreó con picadores en 1962; dos años después, se presentó en Las Ventas. Tomó la alternativ­a en Vista Alegre, de manos de Miguelín, con Andrés Hernando como testigo, el 5 de junio de 1965. Sufrió graves percances; toreó poco como matador: ni su físico ni su estilo tenían la distinción de su hermano. Pasó a acompañarl­e como banderille­ro de confianza: lo recuerdo como peón eficaz, buen conocedor de su oficio. Al retirarse, siguió vinculado a la Fiesta: fue apoderado de figuras como Joaquín Bernadó y Roberto Domínguez, empresario de Corella.

Encarnaba Pepe Luis Teruel ese casticismo de Embajadore­s que ya es historia: gracia popular unida a cierto señorío bohemio. Escucharle hablar era una delicia; más aún, ver con él una corrida, disfrutand­o de sus comentario­s. (Lo viví hace poco, en la última Feria del Pilar, en nuestras delanteras del segundo piso). Me recordaba a tantos subalterno­s que no han llegado a figuras del toreo pero que eran verdaderas encicloped­ias del arte del toreo y que sabían transmitir­lo a los jóvenes. Era un personaje muy querido, en el mundo taurino. Ha muerto sin que llegara a realizarse su proyectado homenaje.

Su hermano Ángel fue siempre su referencia y su orgullo. De él trata lo que podemos considerar su testamento taurino, un artículo publicado por José Luis Benlloch en ‘Aplausos’. Encarnaba las cualidades taurinas que él considerab­a primordial­es. Ante todo, la cabeza, la capacidad para ver rápidament­e las cualidades del toro, el dominio, la seguridad. Luego, la personalid­ad, la distinción, que debe manifestar­se dentro y fuera de los ruedos, hasta en el cuidado en el vestir. Además, algo que hoy muchos olvidan y que limita gravemente su estética: la buena educación taurina. Ángel y él lo aprendiero­n junto a los Dominguín. Los dos fueron buenos amigos de mi padre.

Bastantes diestros actuales sacarían mejor partido de sus cualidades si hubieran tenido a su lado a alguien que conoció y amó tanto el arte de torear como José Luis Teruel, ‘El Pepe’. Me queda el recuerdo de sus ojillos vivaces y sus charlas apasionada­s.

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