ABC (Nacional)

Blindaje feliz en Anfield

·El Real Madrid pasa a semifinale­s con un partido cimentado en la solidez defensiva. Courtois, los centrales y Casemiro fueron los mejores

- HUGHES

Igual que se acuñó el ‘achique de espacios’, la presión moderna debería llamarse el ‘achique de tiempos’ o del espacio-tiempo, que diría Xavi. Así empezó el Liverpool, como era de esperar. Anfield vacío era un poco deprimente. Se entiende su bajón durante esta temporada. El Liverpool salió lanzado y encontró muy fresco y despierto a Courtois, que paró dos ocasiones muy claras de gol a Salah (minuto 2) y a Milner (minuto 10).

Era muy peligroso Mané, al que tenía que defender Valverde como lateral derecho, y el Madrid salió a sufrir, muy sacrificad­o en la defensa, como si continuara la segunda mitad contra el Barcelona. Tardaba el Madrid en ponerse a jugar. Le costó casi diez minutos, y fue Vinicius el que estiró el campo por primera vez, como quien extiende la arena en la playa. Ese espacio, sin embargo, no fue seguido de largos toques (la cremita). El Madrid estaba algo apabullado, y destacaba Militao en defensa, jerárquico, firme. Militao empezó sonando sospechoso y ya suena a triunfal estribillo de El Puma.

Más allá de los centrales, el más acertado del Madrid era Benzema, poniendo oxígeno y sinapsis en cada toque. Robó una pelota, se fue amagando hasta el área y chutó al palo en el minuto 20, en lo que fue el gran y único susto que se llevó Alisson en toda la primera parte.

Casemiro, por su parte, parecía un domador al que se le hubiesen revelado los leones. Luchaba con ellos a brazo partido. Fabinho le daba en los tobillos y él se la devolvía a Milner. Hay una transitivi­dad rara, un poco promiscua, en los mediocampo­s.

Pero en general, el Madrid sufría. Pero bien. Sufría lo que tenía que sufrir, como sufre un ciclista. El rival era un grande y lo intentaba, aunque en la presión del Liverpool y en su ataque infartante y sin preámbulo había algo de fórmula cansada, de recuerdo, de reedición de algo cuya magia o momento ya fue. Se veía en Klopp, que ya tiene un aspecto algo amortizado, con su aspecto de divorciado de los banquillos, con su chándal, su gorra, su barba de varios días. Tiene ese punto del entrenador que se hace personaje y ya parece ir disfrazado de sí mismo.

Pero aún tiene fuerza el Liverpool y concentró sus energías como quien agita un bote de Coca-Cola antes de abrirlo. Agítese antes de usar. Modric y Kroos no estaban, se notaba que el partido pasaba sobre ellos y sólo podían enseñar una parte defensiva de su juego. Era una lucha de ritmos, como dos diyeis que luchan por imponer su música en dos salas contiguas. El Madrid fue adaptando el brío del partido a su estado actual a la altura de la media hora. Sin tener peligro, si remitió el juego local, que nunca fue ciclón, y fue como amansando el toro bravo en el rodeo.

Hubo algún largo toque coral del Madrid ahí, pero sin más. Le faltaba algo en la media, un cuarto medio. El Liverpool pegó un arreón al final de la primera parte con dos ocasiones de Salah y Wijnaldum. Esquema similar: pérdida del Madrid, llegada rápida.

Los problemas que había pasado el Madrid eran aceptables, pero quizás se imponía un retoque en el mediocampo. Más presencia allí para acabar cuajando el toque (la salsa del toque no terminaba de ligar). ¿Marcelo en un 3-5-2? ¿Isco? Alguien que reavivara, por proximidad, a Modric y Kroos.

El partido no era fácil para el Madrid. Psicológic­amente. Jugaba a no perder, jugaba a defenderse. Se hizo bloque, forma, y solo le faltaba salir al contragolp­e con hombres suficiente­s porque el Liverpool, sin espacios, no

obtenía nada. Era la versión de la puerta a cero del Madrid, del mejor ‘unocerismo’ del último campeonato o un homenaje a aquel primer Madrid europeo de Zidane contra el City, que supo mantener la puerta a cero entre las críticas del entorno madridista, que no comprendía ese arranque italiano.

Un gran Casemiro

Se fue notando, entrada ya la segunda parte, la impotencia local, y los primeros asomos de frustració­n. Con un aviso. En el 53, en un largo tuyamía entre Mendy y Benzema, tuvo el Madrid la primera llegada peligrosa.

La gran viveza e inteligenc­ia del Liverpool estaba en Mané, en su culebreo y sus diagonales, poco más. En el Madrid aparecían detalles, controles. Chispas del placer del fútbol, del ego de los futbolista­s. Lo siguiente en aparecer serían los espacios, a medida que se fuera agrietando la estructura nerviosa del Liverpool, que saco a Thiago y Jota y optó por un 4-2-3-1 de pocos efectos.

Casemiro se manejó como emperador de las líneas de pase, dueño y señor de las tinieblas entre la media y las defensas, esa bisagra telúrica. Es como esos extractore­s de saliva que te ponen en el dentista, que se llevan toda la salivación y permiten que el dentista haga sus cosas. Es Freddie Mercury en ‘I Want to Break Free’ pasando la aspiradora por los mediocampo­s de Europa. Él y Courtois cimentaban la solidez del Madrid, multiplica­ban a los centrales, en un Madrid agónico, sin posesión. Los cambios de Zidane, Rodrygo y Odriozola, no terminaban de facilitarl­a, pero daban piernas, rapidez.

El Madrid apenas atacó y apenas tuvo la pelota, pero no sufrió. Solo dio una versión de sí, la defensiva, pero de qué modo. Un blindaje sin errores, con una concentrac­ión unánime. Cuando salió Isco, se supo que el partido había acabado. En los minutos finales, aún pudo marcar el Madrid, que manejó con elegancia la resignació­n del Liverpool, convertida ya en docilidad.

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Militao salta sobre Firmino, ante la mirada de Casemiro, para defender un ataque del Liverpool
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EFE

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